Todo tiene un límite. Y en Barcelona y su entorno lo han superado ampliamente con su abusivo interés en contratar a Martín Zubimendi. Si me pongo a tirar de memoria, solo recuerdo una campaña tan indigna en el, hasta la fecha, frustrado intento de contratación de Mbappé por el Madrid. Y, por supuesto, no nos engañan. Es una estrategia consensuada, preparada y orquestada con la complicidad de los medios de comunicación catalanes. La principal diferencia en este caso es que su gran rival, el club blanco, saca todo su arsenal en cuanto obtiene el sí del jugador, a pesar de que, en teoría, tendría prohibido entablar conversaciones con contrato en vigor. Siempre ha sido el modus operandi de Florentino y se lo han permitido. Este Barcelona que no hay Dios que lo reconozca o, mejor dicho, que se parece bastante al de antaño, lleva tiempo intentando copiar su estrategia, como le funcionó con Lewandowski, pero se olvida de que es un gigante con pies de plomo. Que sin Messi y con todo tipo de maniobras en la oscuridad bajo sospecha ha perdido todo su poder de persuasión a pesar de que, en un despiste inconcebible de un Madrid superior, se ha hecho con todo un título de Liga.
Esta semana me escribió un reputado periodista y mejor amigo que me comentó que sabía de buena mano que el club azulgrana iba a muerte a por el donostiarra, cuya incorporación había pasado a ser cuestión de Estado tras la aparentemente inesperada marcha de Busquets. “Es más, me cuentan que podría haber un preacuerdo firmado ya con el futbolista”.
Vamos a ver, empecemos por lo básico. Como en Barrio Sésamo. A día de hoy, la gran aspiración de los canteranos de Zubieta es defender su querida txuri-urdin el mayor tiempo posible. Aunque, como es normal, alguno sea más ambicioso que otro y le pueda tentar vivir una aventura de primer nivel fuera de su club de confort, todos son plenamente conscientes de que los logros saben mucho mejor con el equipo de toda su vida (mantienen intacto el sabor de boca que les dejó la gloria de Sevilla) y que la época que les ha tocado vivir apenas tiene parangón en la historia de la entidad. Aparte de una estabilidad brutal, lo mejor de todo es la sensación de que lo más ilusionante está por llegar. Los niños aquí lucen en su espalda el 10 de Oyarzabal, no el de Messi, y como diría Prieto, quieren ser jugadores de la Real antes que futbolistas. Lo que pretendo aclarar, como le dejé claro a mi colega, es que los realistas ya no pierden la cabeza por un interés de este Barcelona y, por supuesto, jamás firmarían un precontrato con otro club cuando han renovado su vinculación con su equipo del alma solo meses atrás. Ah, y porque además, en un pequeño detalle sin aparente importancia, Zubimendi se ha cansado de repetir por activa y por pasiva que no tiene ninguna intención de moverse y, no sé cómo serán por allí, pero aquí somos gente de palabra. Por último, en el improbable caso de que reunieran el dinero necesario y le convencieran (bueno, en el fútbol todo puede pasar), su precio es de 60 millones. Ni más ni menos. Ni Dest ni Pablo Torre, que no quiso venir desde el Racing cuando solo faltaba su firma, ni el Observer que estaba siempre a pie de campo del Camp Nou. 60 millones. El propio Martín conocía de sobra cuando renovó que ese iba a ser su precio de salida y no quiso que tocaran su cláusula.
Gran parte de que no quieran marcharse y de todo lo bueno que pasa en la Real es gracias a Roberto Olabe. Pero en este caso, estoy molesto con él. Enfadado. Después de haber convencido a Silva y de haber soportado esta inadmisible campaña de acoso y derribo por uno de sus elementos referenciales, esperaba y confiaba en una acción reacción con una agresiva OPA donde más les iba a doler. Tenía que haber fichado a Andrés Iniesta. El manchego, el único que he visto mejor incluso que nuestro canario en categorías inferiores, reconoció hace poco que “Silva es el jugador que más me gusta ver jugar en la actualidad”. Imagínense lo que hubiera sido presentarse esta noche en todo un Camp Nou con el esmoquin puesto gracias a la magia de los bajitos. “No soy uno de estos jugadores a los que la gente llama genio. Soy un jugador de trabajo, de pequeño he entrenado más que nadie y puedo estar orgulloso de ello”, me comentó en su día Kubo. Hoy en día quedan pocos genios en las lámparas. Cuando Aimar Oroz era un crío, la gran revelación de Osasuna, apuntaba en una libreta al llegar a casa de los entrenamientos las consignas que le había dado su entrenador, a pesar de ser el mejor de largo del equipo. Están hechos de otra pasta.
Me lo reconocía nuestro 10 eterno, el gran Zamora, esta semana, al referirse a Silva: “Además de la técnica que tiene, que hay pocos como él, es muy trabajador. Es difícil de encontrar. Eso es lo que le ha hecho jugar más años y a ese nivel. Aparte de sus cualidades innatas, tiene cabeza, capacidad de trabajo, de ayuda, de empatía con el grupo… Es uno más, a pesar de jugar como nadie. Eso le ha llevado hasta donde está”.
Silva tiene un don innato. Parecido al que lució durante años Laudrup, que incluso sabe explicar con palabras: “Es más bien que vives con antelación. Cuando alcancé mi máximo nivel de experiencia y entendimiento del juego, sabía todo lo que iba a pasar dos segundos antes que sucediera, al recibir el balón ya tenía en la cabeza lo que pasaba alrededor de mi , cómo se iba a mover la gente y qué opciones de pase iba a tener. En la élite tú no tienes tiempo para recibir, girar la cabeza y ponerte a ver qué está pasando. Lo tienes que saber sin mirar porque si pierdes un segundo, se acabó la jugada: o te la quitan o marcan al compañero o se mete en fuera de juego. Sabía lo que iba a hacer antes de recibir”.
O el mismo Romario, a quien no le acompañaba el físico, pero contaba con un olfato sobrenatural de serie: “No tenía un regate característico, me caracterizaba por mi rapidez mental y mi colocación en el área que era casi perfecta. ¿Por qué? Porque siempre era el más pequeño en el campo. Como era físicamente más débil que los defensas que tenía delante, debía ser más listo que ellos. Estar alerta y bien colocado aumentaba mis posibilidades de marcar, sobre todo porque una vez que mi pie entraba en contacto con el balón, lo jugaba como si mi vida dependiera de ello”.
¿Saben cómo se relaciona Zubimendi con todas estas estrellas de categoría mundial? El es quien se pasa la vida frotando la lámpara para que aparezcan los genios. Al igual que consigue en escala Real, siempre hace a todos mejores. Y eso no tiene precio. Bueno, sí, disculpen, 60 millones. ¡A por ellos!