l fútbol actual se le pueden atribuir muchos significados o etiquetas. ¿Es un negocio? Sí, porque mueve cantidades ingentes de dinero. ¿Es un espectáculo? También, porque congrega en los estadios a miles y miles de espectadores. ¿El fútbol es pasión? Afirmativo igualmente: depara alegrías y tristezas que solo los ámbitos más relevantes de la vida pueden superar. Hablamos de un deporte cuya vorágine resulta enorme en todos los sentidos, lo que en cierto modo termina alejando a la gente de su naturaleza más pura. El domingo, la Real empató en el campo del Rayo Vallecano y poco se atribuye semejante resultado a la explicación más sencilla y evidente. El fútbol es, sobre todo, un juego: un juego en el que se trata, valga la redundancia, de jugar bien. Y anteayer hubo enfrente un rival que, durante largas fases del partido, lo hizo mejor que los nuestros. Así de simple.

Lo de jugar bien al fútbol tiene su poder: provoca que muchas cosas parezcan distintas a lo que realmente son. La Real no terminó siendo superada por el Rayo debido a un problema de aguante físico. Venía de acreditar buenos despliegues contra Betis y Barcelona, y además había dispuesto de diez días de recuperación tras el anterior partido. Sin embargo, cuando un rival es mejor que tú, llegas tarde a todo o a casi todo y ofreces una sensación de desfondamiento que no es tal. La Real tampoco pecó de falta de ambición en Vallecas, más bien todo lo contrario. Se mostró atrevida y presionar arriba fue condición indispensable a la hora de defender. Sin embargo, cuando un bloque alto comienza a hacer aguas, terminas corriendo irremediablemente hacia tu portería y ofreces una sensación de repliegue voluntario que no es tal. Los txuri-urdin se mostraron mejores durante 35 minutos notables, en el arranque del encuentro. Pero ni se cansaron tan rápido ni se implantaron de repente el chip del conservadurismo.

¿Qué ocurrió entonces? Sucedió que el Rayo, agobiado en primera instancia, pudo por fin empezar a amenazar la meta de Remiro. Y sucedió que, haciéndolo, los vallecanos generaron dudas en toda la Real: en los futbolistas y en el entrenador. Imanol había elegido presionar con el bloque alto, saltando con los laterales a sus homólogos y cerrando atrás con una línea de tres que formaban, de derecha a izquierda, Zubeldia, Le Normand y Zubimendi. Pero una vez que el control inicial txuri-urdin perdió algo de fuerza, el plan de Iraola empezó a entrar en escena. Sabedor de que el rombo blanquiazul, por una cuestión de estructura, tapa dentro y se descubre fuera, el usurbildarra apostó por escarbar a la espalda de Gorosabel y de Diego Rico, arrastrando fuera de sitio a los citados Zubeldia y Zubimendi y enredando en la zona vaciada con movimientos de Sergi Guardiola o Unai López. Dijo el técnico de Orio que los suyos habían completado una buena primera parte. Pero algo vio antes del descanso para cambiar de esquema durante el intermedio.

Imanol hizo bien maniobrando, porque la situación descrita gritaba a los cuatro vientos que había que retocar algo. Pero no pasa nada por reconocer que el míster no acertó con las fórmulas exploradas. Utilizamos aquí el plural porque el entrenador probó varias alternativas, desde pasar al 4-3-3 con Januzaj en un extremo hasta terminar esperando en 5-4-1, pasando por el momentáneo regreso a un rombo que Zubimendi convertía en 5-2-1-2 ejerciendo de tercer central para defender. Nada surtió efecto, principalmente porque la Real se medía a un rival que supo cómo meter el dedo en la llaga. Con las lesiones de Oyarzabal y Barrenetxea, la plantilla txuri-urdin se ha quedado corta de extremos, déficit que su técnico ha paliado en lo ofensivo gracias al nuevo esquema. Defender las alas, sin embargo, resulta difícil cuando se trata de ayudar al lateral de turno colocándole un compañero por delante, por una simple cuestión de escasez de perfiles. Viendo cómo se puso el partido, yo no habría sustituido a Portu, e incluso habría protegido a Diego Rico reforzando su banda con Ander Martín o Aihen. Hubo un momento en el que Merino y Rafinha no podían ni sostener la presión alta ni escorarse fuera para echar una mano a Zaldua y al propio Rico, a quienes se les acumulaba el trabajo. Las piernas frescas de Guevara tampoco sirvieron para evitar el empate.

Alguacil fue el primero en admitir tras el partido que quizás había desnortado a los futbolistas con tanto cambio de guion. Él sabrá mejor que nadie los efectos que sus movimientos pudieron tener en los jugadores. Pero el partido también dejó otras lecturas en lo táctico. Primera: una vez que te superan, es mejor equivocarse desde el intervencionismo que desde la inacción. Y segunda: resulta hasta higiénico ver cómo el Rayo de Iraola es mejor que la Real de Imanol durante casi una hora, tirando de fútbol y de entrenamiento. Si así lo reivindicamos cuando nuestro equipo vence a un grande y nos quejamos de que la prensa estatal no tiene en cuenta los méritos contraídos, no pequemos ahora de lo mismo respecto a los vallecanos. Que tienen un presupuesto menor, sí. Que tienen peor plantilla, sí. Pero juegan muy bien a esto. Fútbol puro y duro.