no creció con Oliver y Benji y su canción, Los magos del balón. Creyendo en la pureza del juego cuya génesis y Santo Grial anidan en las plazas de los pueblos y en los parques. En los partidos cruzados de niños jugando en un patio de colegio. El fútbol que nos gusta y nos enamoró no tiene nada que ver con dos personajes cuyos nombres, o la forma en que se llaman entre ellos, podría dar pie a cualquier serie de humor chabacano. Incluso son tan inteligentes o se creen tan listos que podrían aspirar a protagonizar un remake de Dos tontos muy tontos.

Rubiales y Piqué, que así les conocemos todos. Tanto monta, monta tanto. Al primero le conocemos de sobra por estos lares desde hace tiempo. Concretamente, desde que su propio capitán desveló cuando era un futbolista del montón que salió a jugar un partido sabiendo que su equipo (salvo un par de excepciones) se habían vendido en un duelo en el que estaba en juego el descenso de terceros. Como así sucedió. Al parecer, fue cierto que Rubiales no cobró, pero, siempre según su capitán, conocía perfectamente que sus compañeros habían aceptado dinero por dejarse ganar, lo que, por supuesto, le debería inhabilitar de por vida para un cargo federativo. Bueno, eso si esto fuese un país serio, claro. Lo único que tiene de súper este hombre no tiene nada que ver con su flamante torneo, que en realidad no le importa a nadie y casi ni se contabiliza al final de temporada, sino de superviviente. Como me dijo un día un hombre de fútbol, “se trata de un auténtico superviviente que tiene la extraña habilidad de salir indemne de las situaciones más comprometidas”. Como va a hacer en esta ocasión, no tengan ninguna duda, por la simpleza de que se lo lleva crudo. En eso se resume su tan manido discurso sobre la ética, en la que se escudó para justificarse y ampararse en el condenable robo de los audios de su teléfono particular, que en eso tiene razón. No es cuestión de entrar a valorar todas las aristas que ha abierto El Confidencial, pero hay un asunto muy grave que, aunque no sea delictivo, es definitivo. No parece admisible que se cierre un contrato en el que se gane más dinero en el hipotético caso de que la disputen los dos gigantes, lo cual adultera la competición, porque en llenar sus propios bolsillos nuestros gestores hace tiempo que se encuentran en la vanguardia del mundo. Hasta incluye una cláusula para dilucidar un hipotético desempate para participar que se haría en base a un increíble histórico palmarés en la Copa que beneficia sus intereses. Moralmente es tan execrable como repudiable y pone bajo sospecha todo el sistema de competición y su pureza.

Llegados a este punto y viendo la atónita y, como es lógica, indignada reacción de la parroquia txuri-urdin, yo creo que la mayoría tenemos muy claro que no se nos ha perdido nada en Arabia, lejos del calor de nuestra afición, y cobrando las migajas que les dejan los abusones. Un torneo que, no olvidamos, no lo jugamos en 1988 después de ganar la Copa, porque al Real Madrid no le dio la prepotente gana por una cuestión, según ellos, de falta de fechas. Confiamos en que Aperribay ya esté estudiando lo que puede suceder si decimos que la juegue su prima, porque somos un club serio, tenemos un escudo (como dijo Arrasate precisamente en un Real-Barça) y nos deberíamos regir por lo que opinan nuestros socios, por mucho que sea una Sociedad Anónima. No nos gusta que nos tomen el pelo y una empresa intermedia pueda recibir hasta tres veces más que nuestro equipo, aunque se presente en el desierto como flamante campeón de Copa.

Y luego está Piqué. El niño mimado y engreído del fútbol español, cuya ambición no encuentra límites. Según diversas informaciones, entre los mejores pagados de la Liga, que ingresa unas auténticas millonadas con sus negocios de intermediación y de representación de su empresa privada. Algo loable y respetable, salvo en contadas excepciones. La primera y más importante de ellas, gestionar negocios para la Federación Española de Fútbol siendo capitán de unos de los clubes más relevantes e influyentes de la competición. No hay más. Incompatibilidad absoluta, aunque no sea doloso. Se llama conflicto de intereses, por mucho que Piqué, que se ha comido a su propio personaje, se haga el ofendido ante los periodistas cuando se lo echan en cara. El que es uno de los mejores centrales de la historia del fútbol español (este sí ha sido de talla mundial) se ha creído por encima del bien y del mal y, lo que es peor, se siente por encima hasta del mismísimo Barcelona. Así que no haya mostrado reparos ni vergüenza para intentar dejar sin JJOO a un chaval que se lo mereció por la clasificación y, como él es así, a pocas horas de visitar Donostia, tampoco tuvo problemas en poner en duda el mismo ascenso del filial al criticar el arbitraje ante el Andorra, cuando se quedaron cortas las dos expulsiones con unas entradas de juzgado de guardia. Que Anoeta, la casa de uno de Los Otros

En mitad de este apestoso vertedero, porque lo es, Silva se pierde el partido de esta noche por mandar a la mierda al árbitro (hasta los colegiados definen así algunas normas que tienen que aplicar). Mal el canario, pero, como sucedió con la roja a Oyarzabal, que todos creíamos justa hasta que a las pocas horas Casemiro hizo una entrada peor y vio solo la amarilla, no podemos salir de nuestro asombro viendo que las repudiables reacciones de Alba. Es un escándalo continuo la diferencia de criterio según la camiseta de los jugadores y certifica que, quizá no sea una cuestión de honorabilidad (habría que demostrar lo contrario), pero sí que confirma su falta de gallardía.

Lo peor de todo este asunto es que el fútbol pierde toda su esencia. Que hay mucha gente que dice basta y que no cree en este deporte en el que la avaricia no rompe jamás el saco. Y cuando son de los nuestros, nos duele en el alma, porque será una casa menos en la que no se conocerá la auténtica verdad de este maravilloso juego. La de los parques y los patios. La ley de los niños.

Esta gente podrá situarse un escalón superior a la cima del fútbol español, como así lo parece, pero lo que nunca podrá hacer es ponerse por encima de nuestra Real. Uno de los otros para ellos, simplemente los nuestros para nosotros. No queremos nada de ellos, no queremos parecernos en nada a ellos, no son ejemplo de nada y para nada... Si no nos afectara en nuestras arcas, sinceramente creo que hasta podrían darnos igual, porque a nosotros, como bien pregonó con su frase inmortal Xabi Prieto, nos gusta más nuestra Real que el propio deporte. Lo único que queremos tener a su altura es el insaciable y voraz apetito por ganar y eso es lo que deberán demostrar y acreditar nuestros jugadores esta noche. Cuando las injusticias y los atropellos se encuentran a la orden del día y vamos a tener que remar contracorriente más que nunca para acabar en un puesto en el que no nos quieren ver hasta por contrato, ahí es cuando debe aflorar el orgullo y el sentimiento txuri-urdin. Como ese grupo de la resistencia guipuzcoana de Los Otros que se haya presentado en su guarida. Solo pedimos y queremos que gane la Real. Sería el mayor favor que podríamos hacerle al fútbol cuando huele todo a podrido y nada es lo que parece o dice ser. ¡A por ellos!