a gloria no se puede conseguir con billetes. Este era el pintoresco resumen que hacía la prensa madridista del estrepitoso fracaso del PSG en el Bernabéu. No deja de ser divertido y gracioso que sean precisamente ellos los que señalen a otro por crear un equipo de talonario con las mejores estrellas mundiales, cuando la idea se le ocurrió al presidente que estaba sentado al lado del jeque. Un rápido análisis del once merengue del miércoles nos desvela que jugó con dos canteranos y tres españoles. Y porque tenían bajas, si no solo uno, Carvajal. El resto, todos fichados con dinero y desde una posición de manifiesta superioridad respecto a sus clubes de origen. Parece mentira las críticas que tenemos que escuchar por parte del madridismo, cuando lo que está haciendo el PSG no es más que una, aún más desorganizada, vieja pretensión suya a la que, por cierto, estuvo a punto de destronar la heroica Real de Denoueix. Que conste que no me dio ninguna pena el cuadro parisino, porque no me atraen nada los abusivos proyectos faraónicos que pretenden reinar con puño de hierro sobre el resto de los mortales. Yo era más del PSG de Ginola que, sin tanta vedette, se cargó dos veces al Madrid de forma consecutiva a principios de los 90.

Es curioso que haya vuelto a pasar desapercibida una noticia que me ha dejado estupefacto. La UEFA está planeando conceder dos plazas Champions por coeficiente y no por clasificación. Es decir, si un grande tiene una mala temporada siempre dispondrá de dos salvoconductos para no perder la millonada que necesita cada año para vivir a otro nivel de los muertos de hambre con horizontes de grandeza. Es decir, a mi modo de ver, una réplica de la ocurrencia más controvertida de la Superliga, cuyo objetivo era ser cerrada para que nadie molestase en su mesa a los ricachones. Menos mal que aún hay esperanza y gente de bien que lucha por salvaguardar la esencia, no solo del fútbol, sino también de sus clubes. Como sucede en el United, donde un grupo de aficionados creó un club con una reglas peculiares que les permitiera tener siempre el control sobre el mismo. Pero no solo es cuestión de hinchas, también hay futbolistas que se desmarcan. Y lo hacen perdiendo dinero, no por postureo. No sé si se acuerdan de Borja Valero. Mediocentro al que conocí en la cantera del Madrid, con una calidad como persona y como futbolista extraordinarias. Saltó a la fama al hacer felices a Garrido, Markel y Silva con un gol antológico en el último minuto del Europeo disputado en 2004, con dos recortes y una vaselina desde el vértice del área al alcance de los elegidos. Desgraciadamente no pudo triunfar en su Madrid y tras jugar en el Mallorca, Villarreal y un breve paso por la Premier, recaló en Florencia, donde ha hecho su vida. Incluso ha vendido su piso de Madrid. La segunda vez que la Fiorentina no le quiso (en la primera recaló en el Inter) declinó propuestas de la Serie A y Primera División porque no le apetecía moverse más del Ponte Vecchio. Ahí es donde aparece el Centro Storico Lebowski, que se llama así por la célebre película de los Cohen (de hecho el grupo se llamaba inicialmente Drugati, derivado de Drugo; en castellano, El Nota, su protagonista). Este club compite en la sexta división italiana y su fundación responde al desapego de muchos hinchas con la elite: "El punto de inflexión es cuando aumentaron los precios de las entradas, cuando los campos de la Serie A se llenaron de prohibiciones y reglas. Defendemos la agregación y la espontaneidad, la pasión fuerte, pancartas, coreografías, mofas"... Dice uno de sus fundadores. Ahora encima han encontrado lo que les faltaba para dar notoriedad a su proyecto, un futbolista primer nivel antidivo, el Sindaco (alcalde), como le conocen, que llega a los entrenamientos en Vespa: "Yo soy aficionado del Madrid, pero no me gusta el rumbo que está cogiendo el fútbol. La Superliga, de hacerse, lo destruirá. Menos mal que hubo gente como la que hay aquí en el Lebowski, que salió a la calle para frenarlo", dice Valero, que recuerda que firmó su contrato "en una pastelería, porque quería tomar café con un brioche de esos que hacen aquí tan buenos. Soy accionista, juego gratis, todos mis amigos hasta mi mujer son socios. Esa es la magia, la cultura de la entidad", contó a Líbero.

No sé si será tan goloso Zubimendi, pero de lo que estoy seguro es de que juega de mediocentro como el madrileño. Un chaval estupendo, con una sonrisa imborrable en su cara a pesar de contar con sus propios demonios internos en forma de autoexigencia. Odia perder y quedarse fuera del once, como le está sucediendo de manera poco comprensible en el momento clave de la temporada. Martín reúne cosas del viejo fútbol y del moderno. A este último, sin duda, pertenece su calidad técnica y su facilidad para organizar y para jugar a dos toques como se lleva ahora. Todo equipo que propugne un estilo combinativo y de posesión necesita a un regista (así les llaman en Brasil) del nivel del donostiarra, que parece que tiene ojos en la nuca y que, muchas veces, antes de recibir ya sabe perfectamente lo que va a hacer y lo que tiene que hacer (en su caso van siempre de la mano). Aquí incluyo también su ambición y sus objetivos personales, algo que no está reñido con querer pasarse toda su carrera en la Real. Y yo lo celebro.

Y luego está el Zubimendi verdadero. El que sigue jugando pachangas a muerte con sus amigos en la playa en verano. O al que nada le gusta más que marcharse de vacaciones a un camping de Las Landas con ellos porque no necesita "grandes cosas para estar a gusto". El que reconoce que su principal virtud es ser un futbolista completo y no duda en acordarse y en agradecérselo a su padre, que pulió con cariño y exigencia el diamante que no tardó en descubrir que tenía en casa. Porque Martín era de esos chavales a los que se les veía algo especial y diferente desde muy txiki. Siempre superior a los demás y encima le acompañaba ese carácter competitivo que hoy en día exige el máximo nivel. "Cuando perdía me podía pasar dos días sin hablar con nadie, literal". Están hechos de otra pasta, ganadores natos. Es sorprendente que nos hayamos acostumbrado tan rápido a su fútbol y a sus posibilidades. Parece que se nos olvida que contamos con el mejor proyecto de mediocentro de toda la Liga. Yo tenía claro, porque así se lo manifesté directamente al capitán, que el sustituto de Busquets en la selección iba a ser Illarramendi. Fallé, porque el catalán es incombustible y la suerte le jugó una mala pasada al mutrikuarra. Lo realmente increíble es que el siguiente en la lista sea también de la Real y de Zubieta. Para mí es nuestro Martintxo, el auténtico, el que ya se ha convertido en el nuevo sindaco txuri-urdin. ¡A por ellos!