Alguna vez tenía que pasar. Destacábamos que la Real estaba siendo capaz de encadenar victorias por la mínima porque se encontraba claramente en la ola buena y porque estaba logrando mantener su portería a cero. Cuando llegas tantas veces a los últimos minutos con una ventaja mínima te expones a que, por las causas que sean, como por ejemplo un accidente en un error de cualquiera de tus baluartes defensivos, te quedes sin el botín de los tres puntos. Remiro se comió una falta directa de Muniain en el descuento y congeló un Anoeta que se preparaba para una nueva fiesta. Que las ramas del gol y del buen partido del vecino nos dejen ver el bosque. La Real sobrevivió al derbi ante el equipo más físico de la categoría y compitiendo en clara desventaja, y se mantiene líder de la categoría en la jornada 12. Que se dice pronto. Una pena, porque a todos nos gusta derrotar al eterno rival que por cierto celebró el tanto como si fuese una final. Como si hubiese anotado en Sevilla. Como si fuese un partido a vida o muerte. O simplemente como si fuese su derbi, que no hay nada más bonito en el fútbol que tener muy clara cuál es tu rivalidad y discernir quién es tu rival histórico. El resto son tonterías y ridículos repetidos hasta la saciedad por los acomplejados de siempre. La Real nunca fue el equipo que gobierna la categoría con puño de hierro pese a que Isak le había puesto por delante al transformar un penalti que cometió Iñigo de nuevo sobre Merino. Lo más triste de todo es que la igualada llegó cuando el Athletic se encontraba en inferioridad numérica por expulsión del ex realista.

El frenético ritmo de la competición ya no deja tiempo ni para previas de derbis. La Real apenas había tenido tiempo para degustar su enésima victoria esta vez en Vigo mientras preparaba la visita del eterno rival al que, una vez más, le demostró un respeto irreprochable. Todo discurría dentro de los cauces de la normalidad y la naturalidad, salvo las típicas salidas de tono de los arrogantes de siempre, hasta que el entrenador del Athletic optó por preparar el terreno por si sufría otra derrota ante el vecino al sacar una baraja de cartas que no se corresponde con el espíritu y el orgullo históricos de su club. No nos vamos a engañar ahora, Marcelino está considerado en el mundo de la Liga, también en Bilbao donde no le podían ni ver antes de contratarle, como el máximo exponente de lo que se denomina vulgarmente como un llorón. Se ha quejado siempre por todo.

Ahora fue más lejos al proyectar las trampas al solitario de la ancestral filosofía de su equipo al duelo con su eterno rival (sí, el de su derbi) tras afirmar que no se puede comparar ambos proyectos. O sea cuando ganan con mucho mérito un trofeo derrotando a Barça y Madrid sacan pecho y cuando su vecino les adelanta y les gana una final de Copa, se lamentan. Cualquier seguidor del Athletic que se precie debería estar indignado con su comentario. Además, lanzando un mensaje a medias, haciendo trampa, como si fuese un debate para el que pudiera aportar secretos clasificados (que conste que un asturiano también puede sentir nuestra rivalidad). Por algo Klopp dijo un día que no le gustaría ser ni un segundo de su vida como él.

Lo peor es que ha hecho de menos a Imanol, al que nunca le ha reconocido que le dio un baño descomunal en la pizarra en una final de Copa para la que le contrataron con el único objetivo de ganarla. Hablemos claro, todos los equipos juegan con las mismas cartas, otra cosa es que el Athletic se jacte de hacerlo con limitaciones y a su manera. Pensábamos que estaban muy orgullosos de ello. Marcelino no parece estarlo ni cree demasiado en eso. Él siempre ha sido más de pedir cinco fichajes cada verano para garantizar resultados (que los consigue, porque es un buen entrenador). Uno se lo imagina al asturiano, como Hitler en la famosa escena de El Hundimiento que tanto se dobla con subtítulos, dándole la lista de posibles refuerzos el pasado verano a Alkorta: "Quiero a Oyarzabal, Merino, Zubimendi y Barrenetxea"... Todo eso ante el estupor de sus generales. Se siente, ya no van. Ni uno de los buenos.

La única carta doblada para este derbi fue que al Athletic dispuso de dos días más de descanso que la Real. En una decisión que no había por donde cogerla, porque podía haber jugado perfectamente el miércoles. Si lo hicieron para equilibrar el duelo, lo podemos entender, pero si no es una auténtica adulteración de la competición. Y esto es una reclamación normal por una injusticia, no tiene nada que ver con los llantos de Marcelino. Precisamente en la víspera del encuentro de Cornellá, Vicente Moreno, técnico del Espanyol, desveló que "el Athletic es el que más corre, el que más intensidad tiene, el que más sprints hace... A nivel condicional, es el equipo más fuerte de Primera. Un conjunto que muerde, que te dificulta muchísimo, que te incomoda, y con un gran entrenador (que lo es)". Y encima le conceden una ventaja física de 48 horas. Se mire por donde se mire, muy normal no es. Imagínense que se lo hacen a alguno de los dos protagonistas en el Clásico de la Liga. Y bien que se notó, por supuesto que sí.

El partido no pudo comenzar peor para la Real. Cuando no se habían cumplido los dos minutos de juego, un balón largo de De Marcos permitió a Williams explorar la espalda de Aritz que se rehízo como un titán para lograr rebañarle la pelota antes de que la empujara a la red después de que dejara atrás a Remiro tras su precipitada salida. La jugada escoció, porque la Real se presentaba como ganador en el duelo y de repente, a la primera, sintió que podía perder y decepcionar a su gente, con la ilusión que había puesto en este encuentro (fotogalería: Anoeta registra una entrada de récord).

Los realistas casi nunca juegan cómodos ante su eterno rival. Siempre les cuesta desplegar su juego, a pesar de que Imanol dispuso de once de garantías en el que faltaba su alma, Mikel Oyarzabal. Enfrente el mismo Athletic que perdió la final de Sevilla, que no hay nadie más orgulloso que Marcelino para intentar demostrar que no se confundió el día D. Los realistas dominaban pero sin ninguna profundidad, espesos. Las dos torres insertadas en el 4-3-3 no terminaban de funcionar ni de hacer daño. Sobre todo Sorloth, que estuvo siempre bien vigilado y anulado por los buenos centrales rojiblancos. La única fórmula en la que parecieron hacer algo de daño era cuando los visitantes presionaban muy arriba, ya que en el momento en el que se replegaban era muy complicado hacerles daño. Por eso son el equipo menos goleado de la categoría.

Flojos Januzaj, al que no le salió nada el día señalado para él, y Silva, que nunca logró erigirse en decisivo cerca del área. Incluso sorprendió que Isak partiera de la derecha, cuando en su selección hace mucho daño arrancando desde la cal a banda cambiada. Sus ocasiones, porque aunque nada funcione el sueco siempre las tiene, llegaron en dos disparos que atrapó sin muchos problemas un seguro Simón. En el minuto 38, Williams volvió a sembrar el pánico en la espalda de Aritz quien se rehízo como un titán para evitar su remate de nuevo. Resumen de la primera parte, dos ocasiones muy claras del Athletic y muy poca cosa del líder. Demasiado escasa la aportación global para las expectativas generadas.

En la reanudación, tras una buena parada de Remiro a cabezazo de Raúl García, Silva voleó fuera un gran centro de Gorosabel. A los diez minutos llegó el penalti de Iñigo a Merino que no admitió discusión y que transformó Isak. Sorloth tuvo el 2-0 de cabeza, al igual que Iñigo el empate antes de ser expulsado. Berenguer se topó con el meta navarro en un centro pasado antes de que, en el descuento, Munian firmó el empate en una falta lateral que Remiro se equivocó al adornarse en la estirada.

Empate y liderato en solitario. En condiciones así, de máxima exigencia y en inferioridad, el punto hay que darlo por bueno. Aunque duela la forma en la que llegó el empate y se cancelara una fiesta que tenía pinta de que iba a ser morrocotuda. La Real sigue al frente de la Primera División. El punto de ayer vale igual que si hubiese sido contra el Alavés o el Madrid. Ni más ni menos. Ladran, luego cabalgamos. Eso sí, mirando a todos por el retrovisor...