i no hubiera pandemia. Si los estadios no permanecieran vacíos. Si gozáramos de esa normalidad que volverá antes o después, el de hoy sería un gran día en Florencia. Habría problemas para encontrar mesa en una de las trattorias del centro. Las tertulias mañaneras no hablarían de otra cosa. Y los nervios presidirían ya, después de una buena comida, el capuccino previo a enfilar hacia el estadio. Hay partido. Juega la Fiorentina en el Artemio Franchi. Contra la Juventus, nada más y nada menos. La afición local espera lograr un triunfo que ahuyente los fantasmas del descenso. Pero no está la cosa fácil, porque la Vecchia Signora también se juega mucho. Es cuarta en la tabla, con solo dos puntos de renta sobre el quinto, y no puede permitirse quedar fuera de la próxima Champions.

El panorama resulta bastante verídico. Porque la situación de ambos equipos en la Serie A italiana es exactamente esa. Y porque simplemente hay que hacer funcionar un poco la imaginación para pensar en ese fútbol con público que vivimos hasta hace un año y que regresará próximamente. Al fin y al cabo, vistos los acontecimientos de la semana, el coronavirus no supone ahora mismo la principal amenaza para esos domingos de fútbol en la vieja Firenze. La principal amenaza ha estado y sigue estando en la Superliga. Porque pongamos que la idea de Florentino y sus secuaces saliera adelante. Pongamos que los llamados grandes de Europa crearan su propia competición. Pongamos que además continuaran participando en las ligas nacionales (toma ya). Pongamos, en definitiva, que el Fiore-Juve de esta tarde fuera un encuentro de dos velocidades. Los locales se jugarían media vida. Y los visitantes, nada de nada. Un auténtico disparate adulterador de cualquier torneo que se precie. Así, ni la lasaña ni el café de las dos sabrían igual.

Hace hoy una semana, el nuevo y ya frustrado campeonato de transatlánticos vio la luz mediante un comunicado nocturno y alevoso. La Superliga era y es un torneo ideado por los clubes más poderosos para ganar más dinero. Eso está claro. Y criticar semejante propósito resulta bastante cínico. Con nueva competición o sin ella, estos equipos siempre tendrán que mirar a lo financiero, exactamente igual que los demás. Ha ocurrido sin embargo que, en su huida hacia adelante, el Real Madrid, el Barcelona, los arrepentidos ingleses y compañía han cruzado una línea roja que difícilmente se les va a permitir rebasar. En un despacho de vete a tú saber dónde, se han autoadjudicado un billete seguro para todas y cada una de las ediciones de su torneo. Y por ahí sí que no vamos a pasar.

No conviene engañar a nadie. La Superliga, con el nombre que le den finalmente, con UEFA o sin ella, con este o aquel formato, llegará más pronto que tarde, adquiriendo una estructura digamos que similar a la planteada el pasado domingo. Pero, visto lo visto, los mandatarios de los clubes más interesados en ella deberán cuidarse muy mucho a la hora de traspasar ciertas fronteras. No quieren riesgos. No quieren que una temporada regular como la que está completando la Juventus ponga en peligro toda su estabilidad. Sin embargo, por lo que parece también, a los llamados grandes no les va a quedar más remedio que rendir sobre el campo para evitar catástrofes. Porque la composición de esa futura Champions tendrá que venir dada, sí o sí, por los resultados de la temporada anterior. Nadie entendería que los turineses fueran hoy a Florencia a pasearse. Como nadie entendería que, mientras, el Atalanta, tercero, conociera ya pese a su buen papel que el próximo curso solo verá el Camp Nou por televisión.

Si se consumara la ruptura, en cualquier caso, habría nuevas circunstancias que plantearse, ¿no? O al menos así lo entiendo yo. Anunciaron la Superliga el pasado domingo y se montó la que se montó. Todo se centró en si la nueva competición saldría o no adelante. Y pocos repararon en que aquellos clubes desertores que establecían una barrera insuperable entre ellos y los mortales añadían a sus propósitos, en modo salvadores del fútbol, un mensaje supuestamente tranquilizador: "No os preocupéis, que también participaremos en las ligas nacionales". Como si les fuéramos a aceptar, tan contentos nosotros. Como si fuéramos a asumir aliviados que esos equipos se enriquecieran, sin dejar que nos mezcláramos con ellos en la elite, para después ganarnos los domingos, apoyados en las siderales diferencias de presupuesto generadas. Yo no consentiría que mi equipo se prestara a semejante vacile.

Y cuando hablo de mi equipo lo estoy haciendo, obviamente, de la Real. Una Real que aspira a convertirse en ese Atalanta al que, dentro del posible nuevo panorama, le habrían tangado ya la posibilidad de soñar varios años seguidos. Cuidado. Porque todo aquello que se está cocinando en las altas esferas, y que tan ajeno nos parece, en realidad nos afecta. Mucho además. Señor Aperribay: después de la Ley Concursal, después de la tan destacada digitalización del club, después de la reforma de Anoeta... Aquí tiene otro partido que jugar. Y es de los gordos.