ues qué quieren que les diga, yo a estas alturas ya no es que vea señales ni que haya dejado de creer en las casualidades, le busco sentido a todo. Y aunque les sorprenda, se lo encuentro. Quizá es que tengo demasiada imaginación. O que estoy en modo volar muy alto. Como me decía la semana pasada Zubeldia, quieras o no, se te va la cabeza a Sevilla. Por eso interpreto como un caprichoso guiño del destino que justo la última salida antes de la madre de todas las batallas sea a Granada. Tierra santa desde que nuestras chicas lograran una de las mayores e inesperadas gestas que se recuerdan al tumbar al incuestionable favorito que era el todopoderoso Atlético. Su triunfo fue uno de los últimos exponentes de la conquista de un rebelde y corajudo David ante el temible Goliat que, sea en masculino o femenino, nos recuerda que el fútbol es un deporte maravilloso sobre todo por su imprevisible e incierta condición.

Los que tuvimos la inmensa fortuna de vivir in situ la última pica colocada por representantes txuri-urdin, jamás olvidaremos el desparpajo, la ilusión, la concentración, la confianza en sí mismas y, sobre todo, la ambición que demostraron Nahikari y compañía para asaltar la banca y reabrir la sala de trofeos del club. Su explosión de alegría con el pitido final y la celebración con su afición entregada que se había pegado una pechada de kilómetros para no dejarle caminar sola son de las que justifican todo el sufrimiento acumulado y compensan los sacrificios realizados. Al margen de por su eterna belleza, siempre nos quedará Granada para recordar que fuimos, somos y seremos grandes. Como Gijón o Zaragoza, ciudades y estadios de preregrinaje por la única razón de que allí fuimos felices y tocamos el cielo.

Son muchos los ejemplos de futbolistas que se rebelan ante la dictadura de los poderosos. Ahí está la frase del Papu Gómez, fichado por el Sevilla en el pasado mercado invernal, que declaró cuando militaba aún en el Atalanta que prefería "dejar huella en un club chico antes que ser uno más en un club grande, haber ganado títulos y que nadie se acuerde de vos". No le falta razón. Una sentencia que debería promocionarse en las canteras de los equipos terrenales, como predica con orgullo y emoción para nosotros nuestro inigualable Oyarzabal. El argentino no ha sido el único estandarte de esa rara avis en el mundo del fútbol que ha antepuesto el amor y la fidelidad a unos colores al influjo del dinero. Uno de los más míticos y conocidos es Matthew Le Tissier, que hace poco reivindicaba en una entrevista que "lo que mantiene a la gente interesada en el fútbol son las historias de los equipos pequeños que pueden ganar a los grandes de vez en cuando". Que se suma a la archiconocida leyenda que defendió y promulgó en su memorable carrera en el Southampton donde, como es normal, está considerado como un Dios: "Jugar en los mejores clubes es un bonito reto, pero hay un reto mucho más difícil: jugar contra ellos y ganarles. Yo me dedico a eso".

Qué gran tipo don Matt, con el que disfruté horrores en el auge de su trayectoria cuando estuve en Inglaterra aprendiendo inglés. Mi jugador británico preferido de largo. Rescato su mensaje para honrar y dignificar las hazañas desde hace tres años de un club pequeño, que en comparación podría asemejarse (que nadie se ofenda) a los The Saints, en cuyas vitrinas solo reposa una FA Cup, el Granada. Sin duda uno de esos equipos que, como la Real, puede lamentar la faena de la pandemia y de que su afición no disfrute de sus gestas en las gradas. Su lista de gloria no está nada mal. Desde junio de 2019, es decir en menos de dos años, ha ascendido a Primera, se ha quedado a diez minutos de la final de la Copa que aguarda a la Real, se ha clasificado por primera vez y vía las incómodas previas para Europa, donde ya ha puesto un pie en los cuartos de final esta semana tras ganar 2-0 al Molde, en la presente Copa le faltaron segundos para eliminar a todo un Barcelona en cuartos y en la Liga se encuentra en mitad de tabla, sin riesgo de bajar ni el aliciente de regresar al Viejo Continente. Todo ello con una plantilla justita, con jugadores de nivel (Yangel Herrera es un futbolista que espero esté bien apuntado en la agenda de Olabe) y otros más limitados que no se han visto en una igual. No me extraña que Imanol se deshiciera en elogios a Diego Martínez.

Insisto, partiendo de mi más sincero reconocimiento y siendo conscientes de que la Real es uno de esos equipos de zona intermedia que desafía a los grandes de forma cíclica, debería enorgullecernos que el mejor Granada de la historia solo le ha superado en que sigue vivo en Europa (y ojalá lo haga hasta el final). Lo digo porque nos encontramos en el mes en el que debemos recolectar el mayor número de triunfos y éxitos para reafirmar nuestra propia confianza y autoestima. Somos muy conscientes de que si no lo hacemos nosotros mismos, no lo va a hacer nadie. Y aquí encuadro las palabras de Isak sobre la Real cuando le preguntan en Suecia por su equipo: "Yo digo la verdad, que es muy buen equipo, una ciudad muy bonita y que la vida aquí es muy feliz. Sabía que era un equipo con mucho nivel, con jugadores jóvenes y con mucha hambre. Hay mucha calidad". En definitiva, el club ideal en el que a cualquier jugador que se precie le gustaría estar. Escribo todo esto mientras aguardamos el Día D, gozando desde nuestra atalaya, no solo de nuestra inigualable Bahía de la Concha, sino también de la enorme distancia que sacamos a muchos rivales importantes que incluso se creen superiores aún no sabemos muy bien en base a qué, en una carrera europea vital para no perder comba y poner la primera piedra con el objetivo de que la próxima temporada sea todavía mejor. Como reconoció con contundencia el sueco, si cada verano el proyecto mejora, "seguro, seguro" que se planteará quedarse muchos años. Normal, esto es la gran Real. ¡A por ellos!