oy tan futbolero que desde hace mogollón de años me he apuntado a muchos bombardeos. Viajar a Ipurua suponía, en aquel tiempo lejano e inolvidable, recorrer Gipuzkoa de punta a punta. La distancia entonces, desde casa al estadio, era de noventa kilómetros. No existían ni la variante, ni la autopista y todo se hacía por la costa. Viniendo de Irun se atravesaba Donostia entrando por Miracruz y saliendo por El Antiguo. La carretera ofrecía un variopinto muestrario de curvas y era imposible que en el trayecto de ida el coche no se detuviera por mi culpa. Mareos por doquier. En las sinuosas eses de Aginaga y Orio primera parada y primera vomitona. Entre Getaria y Zumaia, la segunda. Bajando Itziar hacia Deba, la tercera. Normalmente en Elgoibar recuperaba el habla y en Maltzaga me venía arriba quizás por la cercanía del destino. No pasaba de doce años.

La vuelta era más llevadera, tal vez porque ya no quedaba nada por echar o porque el bocadillo reparador de la merienda equilibraba mi yo estomacal. Disfrutaba. Se inventaban triquiñuelas para evitar tan malos ratos. Nos engañaban muy fácil con el cuento de la ramita de perejil. Si te la ponías en el ombligo, hacía milagros y no aparecían los mareos. ¡Puerro y pufo! ¡Nada de nada! Hasta que no saqué, a la cuarta, el carnet de conducir y cogí el volante de un coche, no dejé de marearme. La última vez fue en una regata de la ACT. Recibí una invitación para acudir al barco oficial. Tan valiente o más que Imanol, subí y me ubiqué en el sitio asignado. Según salimos del puerto comencé a notar ciertos vahídos. Ya en alta mar, sin que hubiera oleaje, el vaivén de las tripas iba in crescendo. ¡Ay, que me da! Se dieron cuenta que estaba pasando un mal rato. Preguntaron si había tomado la pastilla. Respondí negativamente. Entonces me recomendaron que mirara al horizonte. Es lo que hice. Con tanta fortuna que, si la regata venía por el sur, oteaba el norte infinito. Perdida la mirada apareció una azafata con una bandeja de canapés de atún con anchoa. Agradecí el detalle en esa vuelta y en la siguiente, porque repetí. Solo vi traineras en la ciaboga y en la entrega de la bandera. Un remero lanzó una cuerda en donde estaba para sujetar la embarcación. Ni corto ni perezoso, hice un nudo ballestrinque y sentí un puntito de satisfacción por la habilidad y la colaboración.

Otra cosa que me produce mareos son los llamados partidos del siglo. Juegan los grandes. Las últimas horas, hablando del derbi madrileño, fueron terribles. Que si estos ganan les distancian a nueve, que si son los otros se ponen a tres. Que si el juego de estos deslumbra y es el mejor equipo de largo del campeonato, que si mi abuela tuviera ruedas sería un motocarro. Total que los rezagados se pegaron un chotis en toda regla y echaron por tierra los delirios de muchos apasionados. En resumidas cuentas, que si la Real empataba a la hora del vermú, recuperaba el liderato. Supongo que nadie sufrió mareos ante tal posibilidad, porque era tan real como la vida misma. Como soy cansino y repetitivo en un concepto, no voy a ser nada original. El entrenador volvió a sorprender con una alineación que no la acierta ni la almohada con la que consulta. Tú ves el equipo y tiemblas. ¡Qué bemoles tiene el tío! No hay un entrenador en la galaxia que se atreva a hacer lo que hizo ayer. Y no cantó bingo de milagro.

Por supuesto, no faltó la clara oportunidad que se fue al limbo con el empate inicial. Del mismo modo que Ander Barrenetxea no desperdició la suya. Se celebraba el día de Santa Lucía y solo se me ocurre pedirle que le conserve al delantero la vista y la puntería, que lo demás lo pone él. Rematazo y gol de pañuelos. Sucede que los espectadores se quedaron fuera del campo porque no les dejan entrar. Había seguidores de ambas formaciones en las terrazas de alrededor del estadio, con sus vinitos y el platillo de aceitunas con hueso. Lo mismo que el equipo de Mendilibar, que es trabajador, rocoso y todos los adjetivos que queráis añadir y que se refieren al esfuerzo, a la presión, al compromiso, a lo que los jugadores deben hacer para ganar, etc. Como sabe más que los ratones coloraos, planteó un partido para cortar cualquier intento de juego local en la línea vistosa y efectiva que acostumbra. Su gente encontró un balón para empatar y no lo desaprovechó. Luego, lo defendió. Las líneas maravillosas del VAR anularon el tanto de Zubeldia (para uno que marca el pobre€) y todo terminó en empate que no satisface a ninguno de los dos equipos que querían ganar, pero que tampoco les sienta mal. El Eibar sigue con su buena racha lejos de casa y la Real recupera el liderato. ¡Mareante!

Imanol cambió a medio mundo de la alineación de Nápoles. Era lo que correspondía tras el tute que el equipo se pegó. Entre ponte bien y estate quieto, repitieron cinco futbolistas, de los cuales tres pertenecen a la zaga. Es el sexto empate consecutivo. Desde el Carranza no se consigue la victoria. Aunque el técnico defiende la tesis que valora la creación de ocasiones, la realidad confirma que tanto fallo ante la meta rival le está penalizando. Es una pena. Ayer también se pifiaron algunas o apareció Dmitrovic en su habitual línea de solvencia.

Ahora el equipo afronta dos partidos fuera de casa. El primero en el Camp Nou y el siguiente ante el Levante en Valencia. Un par de compromisos lejos del hogar que se quieren solventar con sendas victorias. El primero con un glamour indescriptible ante un rival que está como está y eso le convierte en más peligroso todavía.

Ganar en aquel campo prestigia. Si fuera el entrenador, les llevaba a un balneario reparador, a relajarse, a recuperarse y a liberar el cuerpo de tensiones físicas y químicas, porque supongo que las cabezas de todos también están saturadas. Este ritmo de competición es de mareo y lo que les espera después de los turrones, también. Así que a ponerse las pilas o a cargarlas.