l pasado miércoles, hace ocho días, se sentó en la sala de prensa de Anoeta el entrenador del Nápoles, Gennaro Gattuso. En la víspera de su partido contra la Real, elogió a los txuri-urdin, no solo por su nivel deportivo sino por el "sentimiento de pertenencia" que detectaba en los futbolistas de Imanol. "Se nota en el ambiente que forman un equipo distinto, con un idioma y una cultura propios. También con una gran cantera". Siempre resulta positivo recibir semejantes parabienes, más positivo aún si las buenas palabras están justificadas y significan un fenomenal síntoma en clave de futuro. En época de vacas flacas, en tiempos de dificultades económicas relacionadas con la pandemia, el camino andado y Zubieta suponen garantías de las que otros no disponen. Magnífico.

Lástima que la innegable ventaja de la Real se encuentre amenazada por un asterisco bien grande. Un asterisco cuyo tamaño se vio multiplicado coincidiendo con la famosa rueda de prensa de Gattuso. A 500 kilómetros de Donostia, el ya expresidente del Barcelona, Josep María Bartomeu, torpe hasta el último momento, desvelaba en su discurso de despedida cómo de avanzadas están las negociaciones para la creación de una Superliga europea. Algo se cuece. Y ojo. Porque la posible unión de los abusones del continente, lejos de resultar ajena a los intereses txuri-urdin, amenazaría de lleno la buena posición de la Real. Una posición merecida y labrada a base de buen trabajo, que podría verse mermada si los focos pasaran a apuntar casi en exclusiva a los Real Madrid, Bayern, Juventus y Chelsea de turno.

El asunto tiene su aquel y pone en juego el estatus de la Real, hasta el punto de que lo que termine sucediendo ostentará valor de ascenso o descenso. Sí, de ascenso o descenso. Porque un campeonato a ida y vuelta entre los 16 o 18 clubes más glamourosos del continente convertiría los torneos estatales en auténticas segundas divisiones, y acapararía una amplia porción del pastel televisivo que ahora corresponde a las ligas. La referencia del basket resulta descorazonadora. Un basket cuyos transatlánticos, divorciados de la federación oficialista, han encontrado en una compañía aérea turca a la gallina de los huevos de oro. La ACB, mientras, se ha convertido en una competición casi clandestina y despreciada a menudo por sus gigantes, cuyos ingresos en el continente han generado diferencias insalvables sobre la cancha.

Y yo me pregunto. ¿Qué más da que la Real se encuentre bien situada si el panorama amenaza con convertirle en comparsa? El pasado 4 de octubre, un equipo de baloncesto de Burgos, el San Pablo, levantó un título europeo ganándole la final al AEK de Atenas. La repercusión de tal éxito, sin embargo, fue residual, muy distinta de la que habría tenido antaño semejante victoria. ¿Por qué? Pues porque no dejó de tratarse de una conquista de segunda, circunstancia tan evidente como triste. Anoche ante el televisor, viendo a los nuestros ganar al AZ, me invadía la incertidumbre acerca de si esta Europa League, todavía reconocida y disfrutona para el aficionado, no se habrá convertido dentro de un lustro en algo parecido a lo que ganó el Burgos de baloncesto. Espero que no, que todo siga como hasta la fecha y que la meritocracia futbolística en tu país te siga abriendo las puertas del continente, sin pervertidas ligas cerradas. Lo contrario sería un paso más hacia la defunción de este juego como fenómeno social.

Mientras en las cocinas más elitistas preparan lo que preparan y mientras la UEFA trata de contentar a los clubes potentes creando nuevos torneos de tercera fila, disfrutemos ahora de lo que tenemos, Y lo que tenemos habla de un equipazo al que le está faltando algo de instinto asesino, pero que crece semana tras semana. Anoche vulgarizó a un buen rival como el AZ desde la superioridad técnica de sus futbolistas, y también desde la buena lectura de su entrenador, un cóctel que le situará siempre más cerca de la victoria que de la derrota. Imanol detectó en la espalda del doble pivote neerlandés un agujero a través del que se colaron innumerables ocasiones de gol. Como suele suceder, la que entró lo hizo medio de churro. Pero sirvió para sumar tres puntos innegociables tal y como se había puesto el grupo. Iker Jiménez sabrá cómo hicieron los de Alkmaar para ganar en San Paolo hace dos semanas. El caso es que lo consiguieron y que aquel resultado nos va a hacer sudar sangre hasta el final.