ahora ya podemos hablar de Miranda. Se trataba de sumar tres puntos para mantener las constantes vitales en la liga, el pan y la mantequilla de siempre. Hoy la gente está contenta gracias al chocolate belga. Bombón relleno de magia e inteligencia. Saque rápido de banda, un control, un pase, otro pase, un centro y un cabezazo de Januzaj. Victoria y refuerzo moral para la final del miércoles. Me alegro mucho por el futbolista, porque ha convertido la zozobra en quietud y el desencanto en reencuentro. Por tanto, tiempo para la Copa.
¿Hay alguien capaz de conseguirme una entrada para ese partido? Si os contara las vueltas que he dado, la cantidad de llamadas, mensajes y demás que he realizado desde que nos tocó en suerte el equipo burgalés. Redoblé esfuerzos después del resultado de ida. Siempre la misma respuesta. ¡Imposible! Como si quisiera quitarme de cuajo cualquier esperanza. Al principio, a mi primer contacto le pedí seis. La idea era estupenda. Salimos al mediodía, visitamos una bodega de la Rioja Alavesa, comemos en Haro y vamos al fútbol. Nos quedábamos a dormir en un hotel conventual que está muy bien, por si había prórroga y se hacía muy tarde. Plan divino de la muerte. Todo estaba muy bien encaminado. Faltaba la guinda al pastel. A esta hora se nos ha cortado la nata.
Busqué por otras vías. Incluso, un exjugador vinculado a la casa trató de ser cariñoso y comprensivo, pero la respuesta fue tajante: “No tengo ni la mía”. Llegué a pensar hasta en Bujedo, el monasterio en el que hice ejercicios espirituales hace años, antes de que Roberto Olabe llevara allí a los jugadores en plan convivencia para mejorar la cohesión del grupo y la motivación. Como antiguo alumno lasaliano, con buenas relaciones con la comunidad de hermanos, había un camino para recorrer, un recurso de última hora. Le di muchas vueltas, pero como ha pasado tanto tiempo ya no conozco realmente a nadie que resida ahora allí. O sea que, si no se produce una aparición mariana, lo veo por la tele o nos vamos a la plaza del ayuntamiento mirandés para ver el partido en pantalla gigante.
Entonces, cómo no voy a comprenderos a todos los que aspirabais al milagro de ocupar un asiento en Anduva. Cómo no voy a entender a las personas que hicieron cola en la puerta de una agencia y se quedaron boquiabiertos cuando les dijeron nones. Parece claro que, si ese estadio dispusiera de 5.000 localidades más, a esta hora se habían vendido todas. Lo mismo que si se hubieran animado a elegir Mendizorroza como alternativa. Hacen una caja de unta y no te menees. Seguro que en ese caso hubieran encontrado una masa crítica sonora entre los aficionados locales asiduos a los partidos del equipo. Solo nos falta que la deriva de la borrasca Jorge nos deje una noche de locos, de agua y frío para que no nos falte de nada. En fin, que nos quedamos mirando al tendido, relamiéndonos?
Cuando se habla de buenas rachas, de no sé cuántas jornadas seguidas ganando en casa, que si se superaba a los pucelanos dormíamos terceros, suele suceder que la parroquia abre el libro de cánticos esperando que suene el órgano en toda su magnitud para entonar laúdes o vísperas. Como nadie le dio al teclado en condiciones, el desarrollo del primer tiempo fue soso, poco coral y nada glamuroso. Faltó frescura, abrir más el juego por los exteriores y no empeñarse en entrar por el centro. Quizás Odegaard bajaba mucho a buscar balones y luego se le hacía excesivamente largo el tramo hasta el área contraria. Sucede que tú te organizas una historia y el contrario hace lo propio con la suya. El Valladolid plantó cara sin desmayo, cortó las líneas de pase y se atrevió a ronronear como los gatos cerca de la meta de Remiro. Total, que el primer periodo se nos fue entre flores y pájaros, sin apenas oportunidades de romper el resultado inicial.
Quien más quien menos esperaba un segundo tiempo con otro son. Lo tuvo. El equipo dio ese paso al frente que se necesitaba. Aceleró el ritmo. Percutió más por la banda derecha y dio la sensación de que el mayor dominio se podía trasladar al marcador. Bastó una vez. El saque listo de Zaldua y la jugada orquestada que concluyó con un testarazo que el público celebró por todo lo alto. Llego el tanto en el momento en que iban a entrar al alimón tanto Barrenetxea como Willian José. Januzaj y de cabeza en el palo corto. El gol trajo calma y pausa ante un equipo que juntó mucho y bien sus líneas. Lo más difícil estaba conseguido. Quedaba el refrendo, que es lo mismo que defender el botín. El Valladolid intentó recuperar terreno y dispuso de una gran ocasión que desbarató Remiro a tiro de Sandro. Lo de este chico en este estadio es para un tratado de metafísica. Cuando el árbitro pitó el final hubo un respiro general, una bocanada de nervios y una esperanza. La del inmediato horizonte, la que conlleva poder jugar una final de Copa. Y vuelvo al principio, a la limosnita por el amor de Dios, a una entradita por caridad.