Quiénes somos, qué hacemos, dónde estamos
el equipo ha sumado seis puntos de nueve y es colíder de la Liga tras doce jornadas, casi un tercio de campeonato. Pero la noticia de la semana reside en que nos hemos vuelto todos locos. Poca tontería. Cuando ganó en Vigo, la Real había sabido sufrir. Tres días después, era un auténtico desastre que lo fía todo a intercambiar golpes sin ton ni son. Y ahora vuelve a dominar la escena con el aplomo digno de un aspirante a ganar la Liga. No. No aprenderemos nunca. El mismísimo fútbol se encarga de recordárnoslo semana tras semana, temporada tras temporada. Y aún así no terminamos de interiorizar que el resultado del domingo, los resultados de tres domingos consecutivos, dependen de factores que no entienden de trayectorias estables y que decantan la balanza de un lado u otro en función de acciones muy puntuales. Para los análisis sobre lo que nos puede deparar mayo siempre resultará más recomendable poner las luces largas y olvidarnos de las cortas. Pero nada. No hay manera.
Lo del pasado miércoles contra el Levante tuvo su miga. A todos nos impactó ver a los granotas desarbolar a la Real entre el minuto cinco y el diez, generando tres oportunidades clarísimas de gol. Terminaron ganándonos. Y el epílogo del partido, la segunda parte casi en su totalidad, dibujó un contexto de ida y vuelta que terminó de confundir al personal. Porque el baile rival duró eso, cinco minutos. Implicó la ejecución de tres jugadas que arrancaron con los once futbolistas txuri-urdin detrás de la línea del balón. Y tuvo como motivo principal un desajuste en la presión generado por los movimientos interiores de Campaña. El adversario también juega. Imanol corrigió enseguida, dentro de un panorama que, lejos de suponer un correcalles sin sentido, lejos de significar una moneda lanzada al aire, sí continuó evidenciando una realidad futbolística y táctica como cualquier otra: los ataques se impusieron a los sistemas defensivos durante la primera parte, lo cual no tenemos por qué asociar a un cachondeo de partido. Después, ante un 0-2 que respondió principalmente a una cuestión de acierto, hubo que arriesgar. Faltaría más. Nuestro equipo es valiente. Propone lo que propone. Asumamos de una vez por todas que su juego resulta tan agradecido en el éxito como sufridor en la adversidad. Asumamos de una vez por todas quiénes somos, qué hacemos y dónde estamos.
¿Quiénes somos? Hablar de esta Real supone hacerlo de un equipo en clarísima transición estilística. Algo vimos al respecto con Imanol durante las dos temporadas anteriores. Y la llegada a la plantilla de piezas tan características como Odegaard, Portu o Isak ha terminado de desencadenar el cambio. De atacar con el bloque unido, juntarse alrededor del balón e intentar desbordar a través de largas secuencias de posesión, el equipo txuri-urdin ha pasado a ejecutar un fútbol mucho más vertical, directo y profundo. Los beneficios de la metamorfosis saltan a la vista, estando tan reciente lo del domingo en Granada. Pero no podemos quedarnos solo con lo bueno. Porque buscar y conseguir semejante electricidad ofensiva implica también cuidar aspectos cuyo ajuste no resulta sencillo. Seguro que el entrenador se devana los sesos durante la semana para dotar a su escuadra de una mayor fiabilidad en la contención. Aunque cuidado, conviene ensalzar como merecen las cotas ya logradas al respecto. Resultan meritorias, por mucho que se haya sufrido en determinadas fases.
¿Qué hacemos? El habitual lector de este espacio ya sabe de qué pie cojeo. A un servidor le gustaría ver una Real no tan de máximos. Una Real de menor potencial ofensivo quizás, pero capaz también de replegarse y de vivir cómoda en torno a su portería, registro que te da mucha vida cuando brillar y proponer no resulta posible. En cualquier caso, estos propósitos personales y subjetivos deben ir directos a la basura. Primero, porque ni yo ni mis filias y fobias futbolísticas somos nadie. Segundo, porque existe un concepto de importancia vital que los escandalizados por el atrevido estilo txuri-urdin no tienen en cuenta: el concepto de camino andado. Resulta fácil y sencillo proponerlo desde fuera un jueves de finales de octubre. Pero hacer borrón y cuenta nueva entre la undécima y la duodécima jornada para pasar a proponer otra cosa es poco menos que imposible. Es como obligar a un transatlántico a ejecutar en segundos una maniobra propia de una insignificante piragua. El equipo quiere el balón. Se expone en la búsqueda de superioridades. Y trata de aprovecharlas filtrando balones peligrosos que, en caso de pérdida, exigen una rapidísima presión. Si un rival como el Levante junta futbolistas de buen pie que alargan las posesiones, te estará obligando a reorganizarte sobre la marcha y podrá hacerte sufrir. El primero que lo sabe (y seguro que lo trabaja) es nuestro entrenador. Demasiadas alegrías nos está dando esta idea de juego como para renegar de ella cuando aflora su cara B. Gustará más o menos. Será mejor o peor. Pero es la nuestra. Nuestra idea. Siempre estaremos a tiempo de matizarla. Sin embargo, ya resulta tarde para detener el tren. Hemos arrancado.
¿Y dónde estamos? Completar esta composición de lugar pasa obligatoriamente por exponer también cuál es el contexto competitivo de la Real, una Liga que ha convertido en realidad el manido tópico del “no hay equipo pequeño”. Frente a los tecnicismos y tacticismos del baloncesto o el balonmano, deportes que históricamente se han cocinado en los laboratorios de los entrenadores, el fútbol siempre ha supuesto el juego del pueblo, un deporte cuyo análisis no ha requerido de tanto rigor ni preparación. Ocurre, sin embargo, que todo evoluciona. También el balompié, convertido ya en una disciplina sofisticada que cuida hasta el más nimio de esos detalles que deciden partidos. Todos los clubes de la élite cuentan con especialistas cuyo trabajo desmiente aquello de que “todo está inventado”, y que convierten cada encuentro en una partida de ajedrez capaz de desnudar al entrenador no apto. Algo habrá hecho bien Imanol para, en semejante escenario de competencia, tener al equipo con 22 puntos de 36, habiéndole jamado la tostada a muchos de sus colegas con un juego de sello propio. También ha habido técnicos que han alcanzado a superarle en la pizarra, obvio. Porque están igualmente capacitados. Y porque, mirando al asunto desde nuestra perspectiva, la perfección no existe. Si pretendemos encontrarla, estamos fastidiados.