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Prohibido cazar

Prohibido cazarFoto: R.S.

si eres un gran aficionado al fútbol, de vez en cuando te encuentras con ese tipo de sorpresas. En la era digital, en la que puedes contar con un sinfín de canales temáticos deportivos sin pretender ser Maldini, hay reportajes que aguardas nervioso y expectante durante días para verlos, como por ejemplo el de las Ligas de la Real, y otros que, por el contrario, te los cruzas de forma inesperada y comienzas a seguir sin excesivas pretensiones. Fue de esta última manera como me topé con el documental España, antes del tiqui-taca. La sinopsis de una pieza elaborada, como todas las que hacen en Movistar con periodistas de nivel y con gran calidad y cantidad de imágenes, es reflejar lo mucho que ha cambiado el deporte rey, ya que antes de que los bajitos que eligió Luis Aragonés dieran lecciones al mundo, en la Liga española campaban a sus anchas auténticos forajidos a sueldo capaces de poner en peligro la carrera de un rival si osaba adentrarse en sus dominios.

El reportaje se remonta incluso al famoso Estudiantes de La Plata, considerado como uno de los equipos más sucios de la historia. La banda de los Bilardo y compañía, que sonrojaron a todo un país en la vuelta de la Copa Intercontinental en la que comenzaron a agredir como si fuesen salvajes a los jugadores del Milan, incluso con el balón parado. Algo muy fuerte y muy desorbitado tenías que hacer para acabar en esa época con tres rojas en un partido de tanta importancia y jugando en tu propio estadio. Imagínense cómo fue que el gobierno argentino metió directamente en la cárcel a los tres impresentables que enfilaron antes de tiempo el camino del vestuario ovacionados como si fuesen héroes. La cita a aquel equipo se justificaba porque uno de los encarcelados (Aguirre Suárez) jugó luego en el mítico Granada de los 80 que siempre será recordado por su temida violencia. Para que se hagan una idea, el nivel de las entradas a cuchillo que empiezan a emitir es de tal magnitud que comienzas tomándotelo a broma y riéndote y acabas boquiabierto, acongojado y alucinado. Incluso en algunas te llevas las manos a la cabeza. ¿Qué les voy a contar de una época en la que un futbolista lesionó al mejor jugador del mundo con una patada asquerosa, y cuando se conoció su sanción salió a hombros y aclamado de su propio estadio y él mismo guardó las botas con las que le había reventado la pierna como recuerdo? Pero me parecen más patéticos aún los compañeros o antiguos dirigentes que todavía les disculpan con argumentos irrisorios. En fin, como solía decir un hombre de ley y no muy futbolero como era mi querido tío Ramón, que en paz descanse, hay faltas que en vez del árbitro debería entrar la policía al campo y llevárselo inmediatamente detenido al calabozo.

Yo se lo recomendaría ver a las nuevas generaciones de aficionados realistas. Esas que están acostumbradas a que la Real juegue siempre bien o al menos lo intente y valoran menos los triunfos obtenidos en el barro como el del domingo en Vigo. Es cierto que los nuestros fueron inferiores en algunas fases, pero es que antes cada victoria lograda a domicilio llegaba impregnada de sangre, sudor y lágrimas. Algunas de ellas vertidas por injusticias arbitrales que casi nunca quedaban demostradas por la falta de imágenes. Si me apuran, el triunfo de Vigo ha sido el más importante y sabroso hasta la fecha, porque se logró en un escenario maldito en el que el juego de los realistas siempre se cortocircuita y ante un adversario en problemas y muy necesitado que se puso nervioso al ver que no llegaba el gol y comenzó a jugar al límite del reglamento. En cuanto cometió un error, la Real sacó su veneno para picarle y llevarse los tres puntos.

Ahora bien, hay una cuestión que no puede pasar inadvertida y que el propio club no debería encajar y sufrir en silencio: las impresentables y criminales entradas que han recibido sus estrellas, Odegaard y Oyarzabal. Uno puede entender que en el fragor de la batalla a un futbolista se le pueda ir la cabeza y golpear con excesiva dureza, pero, en la primera, un Javi García en plena demostración de impotencia (¿dónde se habrá quedado aquel proyecto de estrella madridista como mediapunta llegador que conocí cuando tenía solo 18 años?) va a cazar al noruego doblándole el tobillo con los tacos. Y en la del domingo, Hugo Mallo, capitán del Celta en el campo y hooligan en la grada de Riazor, en un derbi gallego, camuflado entre sus propios aficionados, se comporta como tal y le golpea con los tacos por encima de la rodilla a Oyarzabal. Ambos verdugos se fueron de la escena del crimen tranquilamente, sin excesivos remordimientos de conciencia y sin pedir perdón. Al menos, el céltico sí que se interesó cuando vio que, primero, no parecía que iban a expulsarle pese a que se podía revisar la acción en pantalla y, segundo, el 10 no se levantaba del suelo y se retorcía entre evidentes gestos de dolor.

¿Ustedes recuerdan alguna entrada así o parecida a Messi o Cristiano en todo lo que han jugado en la Liga? En cambio, seguro que se acuerdan de las campañas sonrojantes y babosas para protegerles. Y a los nuestros, ¿quién les cuida? ¿Esto va a seguir así hasta que le destrocen la carrera a dos de los mejores proyectos del panorama internacional? Y pongo el grito en el cielo por el desamparo que padecen por parte del estamento arbitral, más aún estando el VAR, ya que en lo único que deberían ser infalibles con este sistema es en los fuera de juego y en este tipo de acciones que ponen en riesgo la salud de los deportistas (el resto de reglas admiten muchas más interpretaciones). Y por sus propios compañeros. Menos romper botellas en reacciones infantiles y más coger de la pechera y pedir explicaciones a los carniceros que pretenden lesionar a los chavales que marcan la diferencia de tu equipo. Que pregunten al equipo campeón lo que pasaba cuando alguien tocaba a López Ufarte. Hay que acabar con esta cacería ya. No lo parece porque todo lo demás nos mantiene en un permanente estado de optimismo y felicidad, pero el realismo está indignado y preocupado. Queremos hablar solo de fútbol y en eso, al menos hasta la fecha, nos superan pocos o ninguno. ¡A por ellos!