Estábamos viendo un partido relativamente tranquilo, un derbi en el que las estructuras de ambos equipos denotaban precauciones iniciales por parte de los entrenadores. Con los jugadores del resto de parcelas perfectamente emparejados, Real y Athletic solo disfrutaban de superioridad numérica en el eje de sus respectivas defensas: dos centrales contra un delantero. Pero, en esto del fútbol, el poder del gol no encuentra límites. Oyarzabal marcó uno. De la nada. Y el encuentro cambió por completo. En clave txuri-urdin, para bien.

El 1-0 hizo daño al Athletic. Tenía 75 minutos por delante para reponerse, mucho tiempo. Y aún así intentó hacerlo desde la precipitación. Trataba de avanzar con un pase cuando era mejor progresar con dos. Saltaba tarde a presionar en situaciones que invitaban a contemporizar. Y sus centrocampistas mordían el cebo con persecuciones individuales que abrían en canal todo su entramado. La Real supo beneficiarse del escenario, en las antípodas del encarado la semana pasada contra el Huesca. Y también ayudó a propiciarlo, mediante la movilidad de sus futbolistas. Merino y Zurutuza la pedían a los costados del doble pivote rival, Oyarzabal y Januzaj se centraban, Willian caía a la mediapunta... Tras robo siempre aparecían soluciones entre líneas, para filtrar esos pases que destrozan a cualquiera. 2-0.

Después, la segunda parte tuvo como trasfondo el partido de hace tres semanas contra el Espanyol. Aquel día, Melendo, falso extremo diestro, masacró a la Real dejándose caer a la medular y aprovechando la espalda de los medios txuri-urdin. El Athletic buscó lo mismo ayer con Raúl García, pero Imanol tenía aprendida la lección. Zurutuza controló bien los movimientos del navarro a su retaguardia, lo que impidió a los blanquiazules robar más arriba y salir a la contra, pero les permitió a su vez no pasar excesivos agobios a la hora de conservar su renta. Derbis, colistas, Bernabéus? ¿Qué más da? Cada partido es diferente.