d icen que la verdad a veces duele. La derrota y la decepción también. En cambio, yo nunca lo considero fracaso cuando se ha puesto todo en el asador, con una actitud y una lucha encomiables. Caer de pie en una batalla cuerpo a cuerpo es una posibilidad que siempre existe cuando te enfrentas a vida o muerte. Sobre todo cuando el oponente es de tu mismo nivel o incluso algo por encima. Lo imperdonable es cuando doblas la rodilla ante uno claramente inferior, incluso de menor categoría, por no estar a la altura de tus propias expectativas. Lo que sucedió el jueves puede pasar. Luego tenemos la posibilidad de cuestionar todo. Que en la ida no jugaron los mejores, que el 0-0 ya no es un buen resultado a domicilio, que el equipo demostró una incapacidad para defender y matar el partido en ventaja? Lo que quieran. Ya no hay vuelta atrás. El problema es de mucho mayor calado. La Real ya no sabe competir en eliminatorias. Se le ha olvidado. Sus jugadores no están preparados. Y lo que es peor, el club y parte de su entorno, tampoco.

Recuerdo que cuando trabajaba en Madrid, en el As, los que no éramos del equipo blanco solíamos divertirnos con sus derrotas. Incluso me acuerdo que con aquel gol de Galletti en la prórroga de aquella final de Copa contra el Zaragoza, un compañero y yo casi nos fuimos al suelo festejando con disimulo. Porque como es lógico, no estaba bien visto por los jefazos que nadie se pudiera alegrar de las desgracias del Madrid. Todos teníamos muy claro esa norma no escrita. Lo que no admitía ninguna broma era el día que caía el conjunto merengue en la Champions. Ahí no había cabida ni para una media sonrisa. Entre otras cosas porque vivíamos de eso y lógicamente todos éramos conscientes de que se vendían muchos más ejemplares si seguía adelante. Siempre había un antes y un después del día en el que el Madrid era eliminado de su competición fetiche.

Aunque muchos no lo quieran, también creo que sucede eso cuando la Real sucumbe en la Copa. Ya no es una noche cualquiera. Al menos eso hemos ganado en los últimos años. Porque durante más de una década parecía un chiste imaginar quién sería el siguiente verdugo de un equipo que afrontaba el torneo del KO sin ninguna preparación ni mentalización. Me quedo con que el jueves, en la eufórica celebración del gol de Merino, porque lo fue, se vio a muchos chavales jóvenes abrazarse en la grada. Por fin estaban sintiendo lo que es la Copa, liberando esa tensión acumulada del que teme ser eliminado y esa explosión de júbilo cuando se pone por delante tu equipo. Me alegro tanto. No den por acabada a la Generación Perdida, todavía se encuentran a tiempo de volver. Y la mejor manera es llenar Anoeta y animar como lo hicieron ante el Betis, demostrando que ellos sí que se toman muy en serio la competición. Se merecen una alegría enorme. Otro año será.

La Real defendió mal. Es cierto. Sobre todo en las dos jugadas que le costaron los dos goles. Pero a mí me perturba más otra cuestión. Al fútbol se juega con la cabeza y con los pies, pero también con el corazón. Y es aquí donde la Real flaquea. En el momento que hay que ponerle agallas, que no importan las tácticas, que hay que darlo todo sin mirar atrás, es decir en todos esos ingredientes que convierten en especial la Copa, flaqueamos.

Y no será por sentimiento. Me niego a señalar culpables de este nuevo disgusto, pero lo que sí me llegó y emocionó fue comprobar que la plantilla estaba tan afectada como la grada. Que podríamos ser cualquiera de nosotros. Exhaustos y dolidos, no les consolaba el aliento de una espectacular grada Aitor Zabaleta, que les animaba al final lanzándoles un inequívoco mensaje: “Si lo dais todo, solo encontraréis aquí mensajes de ánimo. En la victoria y en la derrota”. Tienen unos buenos maestros de los que aprender hoy en el fondo de Vallecas, cuya consigna siempre ha sido esa y lo han demostrado con creces en todos sus encuentros.

Para mí ya es una de las imágenes de la temporada. La imborrable sonrisa de Aihen Muñoz en la zona mixta atendiendo a la prensa después de estrenarse en Anoeta ante el Espanyol tuvo un último capítulo que descubrió un vídeo del club. Pasada la medianoche, ya entrados en el martes, desafiando a la lluvia y el frío, todavía le estaban esperando dos amigos con los que se fundió en un sonoro abrazo en la puerta del estadio. Se me pone la piel de gallina al escribirlo. Qué nivel de emoción tiene que sentir el navarro, más realista que la bandera, tras cumplir su sueño, y sus dos colegas después de verle jugar en el campo. Terrible.

Y es en este sentido en el que me gusta comprobar y que me cuenten que muchos de los blanquiazules actuales sienten los colores como tú y como yo. Ahí están los Zaldua, Aritz, Aihen, Zubeldia, Oyarzabal, Bautista? Jugadores que heredan el sentimiento de los Prieto y Agirretxe. Si hasta el entrenador es un apasionado seguidor que podría estar en la Zabaleta animando a los suyos. Y a sus abrazos me remito. Mi miedo es que las derrotas y las decepciones terminen haciendo mella en su ambición y en su fidelidad, y les tiente con un futuro supuestamente mejor en otro destino. Por el contrario, lo que me reconforta es que estoy seguro de que tarde o temprano vamos a recoger los frutos del plus que proporciona jugar con futbolistas que sienten tanto esta camiseta. Creo y confío en ello. Por algún lado nos debe aparecer la merecida recompensa. Toca levantarse. Somos la Real. ¡A por ellos!