¡Qué cruel es el fútbol muchas veces! Cuántos pronósticos y teorías futuristas no cumplidas deja a lo largo de cada temporada. Empezando, seguro, por muchas mías, ya que me paso la vida opinando y, aunque Lillo siempre me decía que era un profeta del pasado, muchas veces somos tan osados que nos atrevemos a aventurar lo que sucederá en el mañana. Insisto, el periodista que se dedique a esto y no tenga muertos en el armario de alguna predicción o noticia no cumplida, que tire la primera piedra. Pero me voy a detener en unas cuantas conjeturas categóricas que el tiempo ha ido desmontando hasta quedarse prácticamente en nada.

Cuántas veces hemos escuchado la amenaza de que tras el paso de Mourinho, como en el Madrid, no crece ni la hierba. Que se iba a quedar como un solar. Una amenaza que muchos aventuraban en los meses finales del que en Concha Espina sacó pecho por convertirse en El Semifinalista de Champions (sin olvidar que le quitó una Liga y una Copa al mejor Barcelona, lo sé). Pues bien, desde que se marchó, el temido solar se ha llenado con tres orejonas, sin duda el trofeo más preciado y por el que se desvive el club blanco todas las temporadas. Ah, y una Liga, la de la temporada pasada.

Nosotros no nos libramos. Una de las preocupaciones del estilo tan definido que establecieron en todo el club Loren y Eusebio, las víctimas del Domingo Sangriento, eran las secuelas que podía dejar en una institución cuyas señas de identidad nunca han sido esas. Imanol no ha tardado en desmitificar la temida transición al introducir varios retoques en el juego, con una Real más reconocible para su afición que se identifica con lo que ve ahora, pese a haber disfrutado como nunca con el fútbol de Eusebio la pasada campaña. Lo reconozco, a mí también era un tema que me inquietaba, como he comentado en más de una ocasión. Ese es el verdadero mérito de Imanol, normalizar el cambio y enchufar a un vestuario acomodado y alicaído con dos necesarios berridos con label oriotarra.

Por esta regla de tres, trato de no preocuparme en demasía y de antemano con la regeneración que se va a vivir en la Real. No tanto en lo deportivo, al considerar que hay buena plantilla, ilusionantes mimbres en la cantera y dinero para reforzar al equipo con fichajes de postín que, por supuesto, mejoren y mucho al grupo (ahora tenemos un director de fútbol de renombre y, se supone y esperemos, cualificado para reforzar el potencial del primer equipo).

Me quedo más con la inquietud que me genera la pérdida de referentes en el vestuario, algo básico e indispensable en un club de cantera como la Real. Lo comentaba con mi compañero Marco Rodrigo, con el que discrepo en muchas cosas, pero nunca en el concepto esencial de lo que debe ser y es nuestro equipo. Quizá si llegan a estar todavía los Aranburu, Mikel González? el día del Betis hubiese jugado Toño Ramírez en lugar de Moyá, que, aunque es mucho mejor, no había pisado Zubieta y no habían pasado ni 24 horas desde que conociera a sus compañeros. Hay cosas sagradas y los que han estado ahí dentro muchos años, como las dos leyendas que se van, lo saben.

Carlos Martínez y Xabi Prieto. No son cualquieras. Porque conocemos su bondad, su solidaridad y su implicación, porque si no los podríamos identificar como los más altos de los forajidos hermanos Dalton. Largos, espigados, morenos y delgados (ojo a la metamormofis Nadaliana de Prieto tras su secuestro aún sin liberación por las máquinas del gimnasio). Dos personas que se visten por los pies, de los que no he escuchado nada malo en más de una década. Que se dice rápido en un mundo tan egoísta. Y dos futbolistas de los que siempre deseas tener a tu lado. He visto a pocos laterales derechos de un equipo hacer reaccionar a un conjunto, empujarle como nadie desde su rezagada posición y enganchar a la afición como el expreso de Lodosa. Desde ahí nos deja varias páginas memorables, algunas de calidad, porque tiene más de la que mucha gente cree (el mejor de la Liga en su puesto el año de la Champions). Y otras tarzanianas, como aquel salto con un choque espectacular en el aire en Lyon que se celebró como el tercer tanto en aquella inolvidable previa.

Y Xabi. Pocos han dado más importancia y sacado más brillo a un escudo como el donostiarra. Por eso, sin entrar en dramatismos ni gruñidos, no me convence la iniciativa del club, ya que si alguien ha demostrado que el escudo txuri-urdin se encuentra por encima de todo y de todos es precisamente él. Y con esto no quiero discutir que se lo merece todo, que es un futbolista irrepetible y el canterano perfecto.

Solo me queda decir gracias por todo. Por hacernos sentir orgullosos de la banda derecha que formaban y por una actitud y un comportamiento que han engrandecido la esencia de nuestra Real. Pero el club siempre estará ahí, porque la Real somos todos. Vendrán otros, a los que no será fácil apreciar tanto, pero ellos mismos saben que es ley de vida. Tengo kleenex. ¡A por ellos!