En esta columna no hemos mostrado tapujos a la hora de exponer las evidentes carencias que ha presentado el fútbol de la Real de un tiempo a esta parte. Se trata de un equipo que hace aguas cuando, por una u otra razón, no ejecuta o no puede ejecutar su habitual presión tras pérdida. Es una escuadra cuyo repliegue intensivo, que en ocasiones toca llevar a cabo por obligación, supone un apelotonamiento de jugadores en torno al área, y no el despliegue de una estructura organizada. Y muestran a menudo los txuri-urdin una clara impotencia al intentar meter mano a rivales atrincherados. Pero, siendo conscientes de todo ello, visto lo de ayer en Anoeta, subrayemos también que la competición no está siendo justa con los nuestros.

La puesta en escena resultó muy buena. Con una Real enchufada, capaz de recuperar rápido el balón, de generar ocasiones y de mezclar su juego en corto con envíos en largo de Rulli y los centrales a Willian José y Xabi Prieto. Precisamente por esto cabe disociar la acción del primer penalti de la apuesta por un estilo que, ayer de forma concreta, no estaba llevando al equipo a arriesgar en exceso. Ocurrió que nuestro portero se equivocó al pasar el balón a Iñigo, mal perfilado para iniciar la jugada y con un rival muy cerca. Luego vino lo que vino, el 0-1, y ahí es donde, en la situación actual, la cabeza de los jugadores empieza a funcionar. Para mal, claro.

Igual que la chilena de Ivanovic acabó con la Real el jueves, el tanto de Borja Bastón hizo mucho daño. El equipo txuri-urdin, equilibrado de inicio, se convirtió en un conjunto suicida. Pasó de seguro a dubitativo. De confiado a histérico. De aplaudido a silbado. Cuestión de inercias. Para acabar con la actual hace falta una victoria. O un parón navideño. A ver qué llega antes.