Tacón roto, clavel caído y peineta ladeada
recuerdo una noche en Sevilla. Tablao flamenco. Sillas, músicos, palmeros, cantaores y bailaoras. Es bastante tarde. Noche muy oscura y estrellada. Mesas llenas de turisteo. Orientales, con móviles y cámaras. Alemanes, bien puestos de jarras de cerveza y algunos británicos que trataban de doblar palmas con poco arte. También, nosotros. Alguna copa perdida en medio del espectáculo.
A medida que las horas avanzan la gente habla más alto, se oye ruido de vidrios rotos y en el escenario el asunto va in crescendo. Ellos, flacos como papel secante, melena engominada, camisa blanca y pantalón negro. Lo suyo era cantar y tocar palmas. Jaleando a las sevillanas sentadas en sillas de madera verde, con florecitas pintadas, que se arrancaban con gracia. Desde la más joven, que vestía un sencillo vestido celeste con un par de volantes a los pies, hasta la más veterana, entrada en carnes y años.
En la distancia no distinguía muy bien, pero daba la sensación de ser un referente en aquel cuadro flamenco. Cuando le tocó el turno, levantó las posaderas de la silla de mimbre. Estiró el traje, movió los brazos e hizo sonar las castañuelas. Llevaba zapatos negros de tacón cubano, con punteras para que todo sonara mejor al compás de una caja que retumbaba sin respiro. Inopinadamente, la señora tropezó. Pisó el vestido de plumeti, estampado en rojos y verdes, con amplios faralaes. Se fue redonda al suelo, pero toda digna se levantó rauda con la flor caída, la peineta ladeada y un zapato, sujetado por una hebilla, bastante maltrecho. ¡Admiración en el respetable por el nivel de la costalada!
Esta semana he recordado aquel momento. ¡Pasan tantas cosas que sigo sorprendiéndome! Siento que los árbitros tropiezan, caen y vuelven como si nada hubiera sucedido. En una extraña coincidencia proliferan las expulsiones. Se van a la ducha antes de tiempo: Aleksandar, Bale, Fontás, Alberto, Lejeune y nuestro Juanmi. El malagueño soñó con enseñar la camiseta solidaria por el amigo fallecido. Como Iniesta en Sudáfrica. Levantó la que llevaba por encima y al pasar por la cabeza la detuvo dos segundos. Amarilla, porque el reglamento así lo determina. Luego, otra, a pagar factura y no jugar en Heliópolis.
Los comités correspondientes no entienden mucho, por no decir nada, de sentimientos y emociones. Da la sensación de que no se paran en demasía a interpretar, salvo que la jugada trascienda mucho y el afectado ocupe un puesto alto en la escala mediática. Un día después, Roberto Soldado lanzó un penalti en El Sadar antes que el árbitro le autorizara. Tarjeta. Lo volvió a tirar y el tanto subió al marcador, a la misma velocidad con la que fue al banquillo. Agarró una camiseta, la enseñó al mundo, mostró su apoyo al compañero y portero Sergio Asenjo y allí no pasó nada. Nadie se rasga las vestiduras por cosas como ésta. Cuesta mucho, sin embargo, que según sea el proceso, los riesgos y las consecuencias sean tan diferentes.
Luego, dos sucesos. El susto de Fernando Torres y la decisión de Luis Enrique. Bajarse del autobús para recuperar aliento. Se abre un melón y de él salen como confetis los nombres de posibles sustitutos. Entre ellos, Eusebio, precisamente el único entrenador cesado por la actual directiva blaugrana desde que se hizo cargo del club. El de La Seca cortó de raíz cualquier opción porque “mi cabeza está aquí al cien por cien”. Una afamada cadena de radio afirmó sin ambages ni rodeos que era el elegido para ocuparse de la plantilla azulgrana. Espero que no le vuelvan loco y no tropiece como aquella faraona del tablao. Le necesitamos con los cinco sentidos a él y a sus futbolistas, porque hasta el final del ejercicio el nivel de concentración, como el de acierto, debe ser exquisito.
Le tocó ayer mover ficha. Eligió a Bautista para ocupar la vanguardia y dio descanso a Mikel Oyarzabal, tan necesitado de oxígeno como yo de un bocadillo de jamón a la hora de escribir estas líneas. Le salieron bien las dos operaciones, porque el ariete abrió el marcador con un golazo, lo mismo que la asistencia del eibarrés a Xabi Prieto en el último tanto del encuentro. Antes el capitán había pegado un derechazo que subió al luminoso del Villamarín para deshacer el entuerto del primer empate verdiblanco.
Es posible que en el encuentro hubiera más goles que juego, pero esta vez se supo cerrar el partido manteniendo la pelota en campo contrario, justo después de haber ofrecido un partido poco consistente en defensa contra lo que suele ser habitual. En una semana de tres partidos obtener siete puntos se merece cuando menos una noche de tablao, felizmente sin perder ni el tacón, ni el clavel, ni la peineta. Mucho mejor un abanico para darnos aire y seguir disfrutando de lo que el equipo es capaz de conseguir con su esfuerzo. Diez días ahora para recuperar resuello y seguir haciendo camino con traje de faralaes.
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