los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 constituyeron la mayor experiencia profesional de mi vida. Ningún parecido con otros momentos y situaciones. Fueron quince días apasionantes, cargados de exigencia y motivación. Acabé agotado. Nos íbamos muy tarde a la cama y estábamos en danza en cuanto el cielo clareaba un poco. Dos semanas, mil vivencias y permanente práctica de la dieta del cucurucho, comer poco y trabajar mucho en medio de un calor insoportable. Mereció la pena conocer tanta gente.

Formé parte de un grupo de trabajo junto a otros siete compañeros, capitaneados por Agustín Castellote. Entre ellos un periodista catalán, del Espanyol hasta las cachas, con quien compartía mesa el rato que almorzábamos en aquel inmenso espacio plagado de mostradores en los que cada cual elegía lo que sus ojos y estómago decidieran. Un buffet internacional para miles de periodistas.

Hablábamos de ciclismo (le encanta) y de fútbol, de nuestros viejos campos, de Atotxa y Sarriá. En aquel tiempo Novoa entrenaba a los pericos y Toshack, a la Real. Era el momento de Oceano y Carlos Xavier, de Larrañaga e Imaz, de Kodro y de Lumbreras, de Alkiza, Gorriz y Aranzabal. Un plantillón en toda regla. Los cromos del álbum en el conjunto catalán ponían rostro a los nombres de Biurrun, Elgezabal, Lardín, Cuixart, Ayúcar, Urbano y la poderosa armada rusa de los Moj, Kuznetsov, Galiamin y Korneiev.

En aquellas charlas comparábamos los espacios de pertenencia. Se emocionaba cuando defendía sus colores. Meritoria defensa en un entorno poco favorable cuando alrededor la gran mayoría sintonizaba, y sintoniza, con el equipo rival de toda la vida, algo así como el ministro plenipotenciario del campeonato. Me encantaba el sabor del viejo campo, aquella grada que tras la portería contaba a miles los seguidores que, en pie, empujaban y empujaban los segundos tiempos cuando el equipo atacaba hacia ellos. Partidos eternos y vibrantes.

¿Quién te ha visto y quién te ve? Si hoy recuperásemos la buena costumbre de las tertulias, cambiaría rotundamente el discurso. Habría que hablar de estadios, de remodelaciones, de capitales chinos, de la LFP, de la abadesa mitrada que acogota a los novicios futboleros, de nuestro trabajo, de la misión imposible que significa vivir con pasión la relación con el equipo y sus proyectos. Todos sabíamos dónde estábamos, lo que defendíamos. Ninguna duda.

Ayer recordé los viejos episodios, incluidos los de Montjuic. Un día nos confundieron con redactores de TV3 y casi nos zumban. En el paisaje pasado, los diluvios, la suspensión, la necesidad de cambiar un día de indumentaria y jugar con la camiseta periquita que anunciaba Conservas Dani, ya que al árbitro, Luis Medina Cantalejo, se le metió que existía la posibilidad de confusión. No olvidaré jamás la salida al mar camino del aeropuerto de El Prat. Cuando el avión giró para orientarse, pegó un bandazo que nos dejó blancos. Al lado Tayfun, agarró mi brazo derecho como si fuera la última vez. Aquella dieta del cucurucho fue distinta, volar bajo y acojonarse mucho.

Os cuento estas cosas para que entendáis lo difícil que es ahora disfrutar de los partidos de fútbol, que son todos iguales, porque se está perdiendo el elemento diferenciador a marchas forzadas. Antes, una rajada daba juego durante una semana. Ahora, le abren expediente. Se mezclaba el juego corto con el largo, el patadón con la gambeta, el regate floral y la exquisitez con el central arrasador y el delantero centro tanque. Y así sucesivamente.

Por eso, el partido de anoche se valoraba por los puntos y por ofrecer la mejor imagen de consistencia posible. Es lo único que no ha cambiado. Comí el jueves con Dani García, el capitán de la S.D. Eibar. Él estaba convencido de que la Real ganaba con holgura. En mi caso, no tanto. Incluso le di el empate. Por medio, una merienda. Se la debo, porque los de Eusebio se llevaron el partido con poderío incontestable. Se hicieron los amos del balón. El equipo creó las ocasiones, marcó dos goles, perdió a Willian José por lesión (mala noticia) y encontró un derechazo de Illarramendi que no se lo cree ni él, pero que vale tres puntos y acostarse en planta Champions.

Los realistas acabaron con todas las rachas del Espanyol que se queda a nueve puntos y con el goal average perdido. Prolongan la suya que es sumar y sumar, de tres en tres que es como mejor sabe. Reafirma a Odriozola en el flanco derecho de la defensa. Es novato, pero no se le nota y parece que le den cuerda antes de empezar la contienda. ¡Qué máquina el tío!

Toca ahora descansar y preparar el partido del domingo, a las doce, frente a un directo rival que pelea por lo mismo. Será bueno mantener la misma dieta del cucurucho: jugar bien y disfrutar mucho.