Nada nuevo bajo el sol. Una conformista frase hecha que resume a la perfección la serie de sinvergonzonerías y tropelías que se están cometiendo con nuestra querida Real. Ya lo sufrimos cuando osamos cruzar la línea negra en 2014, la que separa a los terrenales de los odiosos y prepotentes galácticos, y pusimos en peligro todas las audiencias de televisiones con su esperado y, por motivos obvios, cada vez más repelente clásico en la final. “Nosotros también tenemos escudo”, clamó con un grito desgarrador nuestro entrenador, por aquel entonces Jagoba Arrasate. A mí me pareció una defensa improvisada y orgullosa de nuestro club, en un momento en el que nos estábamos sintiendo todos humillados y ultrajados. Más allá de los gustos y opiniones de cada uno sobre su capacidad como preparador y sobre la idoneidad de haber apostado por él en un momento único, Jagoba siempre demostró una cualidad que, al menos para mí y más allá de que me parezca una gran persona, sirvió para ganarse mi respeto. Fue su irrefutable sentimiento txuri-urdin. Piensen que con el atropello que sufrió el equipo en el Nou Camp, quizá consumió la única posibilidad de su vida de ganar un título como técnico. Estuvo en Vigo en 2003 como un aficionado más y soñaba con movilizar de nuevo a toda su parroquia con otro desplazamiento masivo a toda una final. En aquella ocasión, al menos, nos dejaron llegar en igualdad de condiciones al verde antes de que apareciera González González, un colegiado de la corte de Villar que no tardó en recibir su compensación en forma de designación para partidos estelares.
Vamos a ver, ¿cómo se van a tomar en serio la Copa el resto de clubes si son la Federación y la Liga las que no paran de menospreciar la competición? La indignante secuencia de los hechos desde que la Real consiguió el importante éxito de eliminar al Villarreal en octavos de final, por segunda vez en cuatro años, es digna de ser denunciada. Con toda la parroquia realista enganchada a la competición, gracias a la fe y a la convicción que están demostrando su entrenador y sus jugadores, con mensajes ambiciosos unidireccionalmente dirigidos a intentar lograr algo inolvidable, nos sentamos el viernes ante las televisiones para seguir el sorteo. Primera bolita, la Real. Segunda, el Barcelona. Toma ya, en la frente, por no decir otra cosa. Vamos a mirar el calendario: los catalanes juegan el sábado a las 16.15 horas en su estadio contra Las Palmas y los realistas, el lunes a las 20.45 horas... en Málaga. Es decir, 52 horas más de descanso y un viaje desde la otra punta de la Península. Hasta aquí todo muy normal. ¿No? Seguro...
Pronto comenzó la polémica de los horarios. Algo huele a podrido cuando a un equipo que sigue vivo en la Copa le hacen jugar dos veces en lunes en enero, mes en el que se comprime la competición. La Real sabía la que se iba a montar, pese a haber pedido comprensión por ser la víspera de San Sebastián. Una incidencia que, lo aceptamos, se la trae al pairo al resto de la humanidad que no es de Donostia o Azpeitia. Es más, yo mismo hablé con Aperribay la noche previa al sorteo para comentarle dicha posibilidad y en una reacción temerosa, pero a su vez graciosa, me contestó con un “calla, que no se lo he dicho ni a mi mujer” (espero que me permita esta licencia). No había nada que hacer, si nos tocaban Barça o Madrid y la ida en casa, íbamos a jugar a las 21.15 horas. Nos tenían pillada la matrícula desde hace mucho.
Me gustó la intervención del presidente en las diferentes radios. Como periodista, nunca diré que está bien que vete a una cadena, pero veo lógico que si no les escuchan, ellos decidan no hablarles. Por mucho que, en realidad, hayas vendido tu alma al diablo al firmar en verano un millonario contrato que cubre un elevado porcentaje de tu presupuesto. Lo más destacable de sus declaraciones no fue su comparación con Sevilla y la Semana Santa, sino que reveló que ya habían denunciado que les hiciesen jugar en lunes contra el Málaga, lo que les obligaba a competir seguro en la víspera. Y, lo más alucinante, que si les cambiaron el horario ante el Celta del lunes al domingo 22 no fue por una consideración para con la Real, sino para que los gallegos pudiesen jugar la vuelta contra el Madrid el miércoles y asegurarse dos partidos de los abusones en días diferentes de la semana. Así funciona esto. Da asco.
Por si fuera poco, para culminar la charlotada, el comité de árbitros, órgano dependiente de la Federación del caudillo Villar, decidió en un ejercicio de sensibilidad designar a González González para la ida en Anoeta. Éramos pocos y parió la abuela. ¿No había otro? ¿Algo más? Al parecer, en noticia confirmada de última hora, parece que han decidido permitir a la Real jugar con once y que uno de ellos sea portero. Al menos... Encima, hay muchos aficionados de otros equipos que nos tildan de llorones, pero si no denunciamos todo esto, algún día también les pasará a ellos. Nosotros al menos lo vamos a utilizar como acicate para salir enrabietados y a muerte.
Lo peor de todo es que no tienen ni idea de las diferentes acepciones de la palabra grande. Se puede ser por los millones, por tus estructuras, por tu influencia... Pero también por tener alma, corazón y amor propio y sentir tu camiseta como ninguno. No conozco mayor grandeza en este deporte que derrotar a los mejores con casi todos los jugadores formados en tu cantera siendo el territorio más pequeño del Estado y con un presupuesto de otro escalafón. El exmadridista Sanchís declaró el otro día que el Barcelona ya ganaba 1-0 por su mayor descanso. Se equivocaba. En Anoeta le espera un ejército con una afición ejemplar, unidos y picados en su orgullo como nunca en pos de un sueño, que ya se rehicieron después de la eliminación en semifinales de 2014 para vengarse pocas semanas después con un 3-1 en Liga. No me parece un mal resultado para esta noche. Los hay mejores. ¡A por ellos!