Hace ocho meses la Real terminó de confeccionar una plantilla tan larga como cara, la más cara de la historia del club, para completar luego una temporada decepcionante. Ayer, en uno de las últimas citas de la campaña, concluyó el encuentro ante el Real Madrid con tres chavales del Sanse en el campo, perdiendo, sin objetivos clasificatorios al caminar con más pena que gloria por la zona media de la tabla, y con un público satisfecho pese a todo con lo visto sobre el terreno de juego. Si es que al final no pedimos tanto... Intensidad, ganas, concentración, garra. Y desde ese punto de partida, que pase lo que tenga que pasar. Dicen que el fútbol es la más importante de entre las cosas menos relevantes de la vida. Pues eso. Que ganar está muy bien. Pero sentirte identificado con lo que hacen los fines de semana once tipos vestidos de txuri-urdin puede situarse incluso por encima. Sumen los tres puntos, pierdan o empaten.

Ese es el mensaje que deja el encuentro de ayer en cuanto a sentimiento de pertenencia, en cuanto a orgullo. Pero hay más. Está lo competitivo. Y ahí no podemos obviar que el equipo de pierna fuerte, correoso y duro de pelar que fue ayer la Real estuvo compuesto de inicio por nueve canteranos. A los txuri-urdin se les ha acusado esta misma temporada de falta de carácter, de ser una escuadra sin alma, carencias que no deben tratar de paliarse acudiendo al mercado, sino tratando de solucionarlas a nivel grupal, más que individual. Es decir, no fichando a Fulanito o Menganito, sino reforzando y no debilitando la base de un vestuario que deben componer en su mayor parte futbolistas formados en la casa.

El aviso a navegantes que ha supuesto esta campaña resulta evidente. Tras un verano de movimientos, ha sido la cantera la que ha terminado respondiendo. Como siempre. Apostemos de verdad por ella. Y en lugar de traer cinco medianías, incorporemos con esos mismos recursos un par de refuerzos que hagan honor a su nombre. La receta de toda la vida. Esa de la que no nos podemos volver a apartar.