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Un problema de juego

Un problema de juego

El fútbol es un juego colectivo, once contra once, en el que lo que más importa es lo que menos vende. De lo de ayer se escucharán estos días muchas conclusiones: que si los jugadores no pelean, que si hay que poner más de aquello, que si la ambición, que si la exigencia, que si el club... El problema, sin embargo, es de juego. La Real tiene buenos futbolistas. Pero de un tiempo a esta parte no funciona como equipo. Enfrente hubo ayer en Anoeta un ejemplo diametralmente opuesto, el de Las Palmas, conjunto cuyo once inicial no llamaba precisamente la atención, pero que se comportó como un bloque de los pies a la cabeza. Eso es lo que quiero para los míos, no dimisiones ni cabezas rodando por los suelos, más allá de los cambios justos y necesarios. Que debería haberlos, claro.

Pero no desviemos los tiros como en diciembre. Entonces nos eliminaron de la Copa. Las Palmas. Y la lista de explicaciones resultó similar a la expuesta en el párrafo anterior: que si la maldición del torneo, que si la alineación, que si tiramos la competición... No. Lo que pasó en aquellos malditos dieciseisavos de final fue que enfrente hubo un rival superior, que jugó mucho mejor y que, en los dos partidos, mostró una organización y una estructura colectiva bastante más reconocible que la nuestra. Preocupante. Pero no tanto como lo fue asistir ayer, tres meses después, al tercer capítulo del mismo serial. Como si no hubiésemos tenido tiempo para corregir errores del pasado. Como si no hubiésemos tenido tiempo para crecer como equipo.

Lo peor de todo es que hubo un tiempo en que parecía que lo estábamos haciendo. Resultados al margen, la Real progresó sobremanera siendo fiel a una línea de juego que se vio interrumpida de golpe en El Molinón. Allí se perdió 5-1, y después vino una racha de cuatro triunfos consecutivos en los que ganamos puntos pero perdimos estilo. Perfecto para el corto plazo. ¿Dónde estaríamos sin todas aquellas victorias? Pero malo para el largo, porque los cimientos construidos empiezan a verse mucho menos sólidos.