No sé vivir sin ti
Hubo una vez un director de periódico de cuyo nombre no quiero acordarme últimamente, que me explicó que en las previas de los partidos no me dedicara a hacer literatura, ya que no se lo iba a leer nadie, porque normalmente en lo único que se fijaban los lectores era en el cuadro de alineaciones que acompañaba mi texto. No tardé en comprobar que, como casi siempre, tenía razón. Lo que no esperaba era descubrir que a los aficionados les interesan mucho más las calificaciones de los jugadores que las crónicas, en las que uno pone un especial interés y cuidado. Era plenamente consciente de que es lo único que siguen los futbolistas, ya que no les imagino leyéndose un artículo extenso sobre su partido, pero me extrañan las vehementes reacciones que incluso provocan entre muchos hinchas. Lo cuento con cariño. Esta semana me ha llamado una señora con una educación exquisita, pero tono contundente, recriminándome que le hubiera puesto un 1 a Xabi Prieto en el partido de Vigo. Me llegó a decir que tenía que ser “más justo”, cuando las notas, que yo sepa, son solo juicios de valor absolutamente subjetivos.
Cuento esto porque el otro día, en Twitter, una persona que normalmente es muy crítica conmigo, pero siempre desde el respeto, de los que me gusta porque sus comentarios me hacen dudar de que mi opinión sea la correcta, me comentó que no le había gustado nada la crónica del partido de Vigo al considerarla apocalíptica cuando en realidad el club no está tan mal. Que conste que puede que tenga razón, pero mi escrito fue simplemente el resumen de la sensación que percibí en la grada de Balaídos, en la misma plaza en la que en 2003 caían lágrimas en mi teclado mientras contaba una derrota que nos costó una Liga. Esta Real no transmite, es un equipo triste y plano, con unas aparentes posibilidades mucho más altas que su rendimiento y capacidad para competir. A mí al menos me aburre y me deprime. Me pone de mal humor. Me deja sin ganas de hacer nada. Tras verle, normalmente no puedo ni cenar ni dormir bien. Eso es lo que quise reflejar en mi artículo, que estoy muy decepcionado. Y eso me quema por dentro.
Ahora bien, estoy asistiendo perplejo a las reacciones de muchos aficionados a lo largo de la semana. Que conste que yo respeto todas las opiniones y que cada uno puede hacer lo que quiera. No es mi intención repartir carnets ni una lista de las instrucciones con las que se debe utilizar. Yo solo hablo de lo que siento yo. De lo que para mí es la Real. A los seis años, cuando vi a mi aita, la persona que más me ha influido en mi vida, celebrar el gol de Zamora con esa cara de felicidad, tuve claro que yo también quería seguir ese camino con todas las consecuencias. Me gusta pensar que me eligió ella a mí en lugar de yo a ella, por lo que me considero un privilegiado.
Me hace gracia cuando para criticarnos a los periodistas muchas veces nos achacan que nosotros no pagamos abono. Soy socio desde hace 31 años y accionista txuri-urdin. Ahora se ha puesto de moda insultar a los jugadores llamándoles mercenarios cuando en realidad lo somos todos, porque si nos hacen una oferta mejor lo lógico es pensar que cambiaríamos de trabajo. Yo puedo decir que dejé Madrid, donde hace diez años cobraba más dinero incluso que ahora y cuando me hacían una nueva oferta superior para que me quedara, porque iba a cumplir el sueño de mi vida que era seguir a mi equipo por todos los campos. Bueno, en realidad mi segundo sueño, ya que el primero era haber sido jugador (todavía mantengo alguna esperanza). Y todo esto no lo cuento sacando pecho, sino como algo normal. No me parece nada del otro mundo. La Real forma parte de mi vida, es como un familiar más. Me gusta que me identifiquen como aficionado txuri-urdin. Una noche, cuando salía de uno de los grandes estadios madrileños, un Porsche paró, bajó la ventanilla y me gritó: “¡Mikel, aupa la Real!”. Era uno de los futbolistas que acababan de derrotar a los nuestros y me subió el ánimo, porque me sentí orgulloso de que la gente supiera cuales son mis colores como ha sucedido a mi paso en todos los lugares que he frecuentado fuera de Donostia. No concibo mi día a día sin la Real. Todavía no salgo de mi asombro cuando en el grupo de mi cuadrilla de whatsapp alguno pregunta varias horas después del final lo que ha hecho. Yo es que ya no puedo concebir mi existencia sin mi equipo.
Reconozco que soy el primer decepcionado por lo que está sucediendo en los últimos meses en el club. Me podrán caer mejor y gustar más o menos el presidente, el director deportivo o los propios jugadores, pero tengo claro que se encuentran de paso, que ellos no son la Real. No se equivoquen. La Real la formamos los que vamos cada domingo al campo y los que sentimos y sufrimos por ella. Los que reímos y lloramos por sus resultados. Los que se nos pone la piel de gallina cuando suena el Txuri-urdin. Los cerca de 300 héroes que le animaron el sábado pasado a 800 kilómetros de casa y a los que casi ni se lo agradecieron. Insisto, no se confundan, en mis 31 años de socio he visto plantillas muchísimo peores que esta, que luchaban y demostraban más casta, pero que no eran capaces de dar tres pases seguidos. Sea en un odioso estadio de atletismo o con un plantel incapaz de transmitir, conectar ni generar ilusión, hay algo que está muy por encima de todos esos condicionantes, y es la legendaria camiseta txuri-urdin. La nuestra. La que me enamoró un día y cuyo influjo perdurará en mí hasta la muerte. Yo no pienso bajarme ni apartarme de la gran pasión de mi vida, simplemente porque no sé cómo se hace...