Una entrada de Juzgado de Guardia
provengo de una familia de abogados con un privilegiado y cultivado sentido de la justicia. Mi tío, el menos futbolero de todos, siempre ha defendido que no entendía cómo en algunas entradas durante un partido, en lugar de ser amonestado el infractor por el colegiado, no intervenía la Policía inmediatamente para detenerle. Me acordé de su tan repetida frase el otro día, cuando mi amigo Marco Sande me recordó lo sucedido entre los porteros Aoaute y Munúa en el Deportivo. No sé sí se acordarán, pero tras unas declaraciones del primero quejándose por su suplencia, al charrúa se le fue la cabeza en el vestuario y tras decirle un “qué miras”, le soltó un crochet que le dejó el ojo a la virulé. El israelí no se cortó y salió ante los medios para contarlo y denunciarlo. Lo que no esperaban es que el fiscal de la Audiencia Provincial de A Coruña siguiera los acontecimientos por la televisión y decidiera actuar de oficio al constatar la gravedad de los hechos. Munúa fue llevado a juicio y le condenaron a seis meses de cárcel por su puñetazo. Porque esto funciona así, nadie puede pegar a otra persona sin que caiga sobre él el peso de la ley. O al menos esa es la teoría.
Me imagino que todos saben ya a lo que me estoy refiriendo. No es aceptable que la criminal entrada de Augusto a Capilla quede impune. Mis compañeros de redacción pueden dar fe de mi acalorada reacción en cuanto le pisó el tobillo. Casi me da algo. Me importó mucho más la acción que el ridículo de la Real en el Calderón provocado por un ataque incomprensible de su entrenador. La agresión fue tan grave y repudiable que a nadie le puede importar más si el equipo compitió o no. Que no lo hizo, por supuesto. Una cosa es una patada en un lance del juego, porque el fútbol es un deporte de contacto y otra, muy distinta, que un futbolista de la experiencia de Augusto, subcampeón del mundo y protagonista de un millonario traspaso del Celta al Atlético, le destroce el tobillo a un chaval con el 34 en la espalda, que está cumpliendo un sueño en el Calderón, porque lleva medio minuto escondiendo el balón sin que se lo pueda quitar nadie al ser bueno de verdad. La cosa se agrava cuando recuerdas que el partido estaba sentenciado desde 45 minutos antes y que la Real había vuelto a hacer el ridículo en la guarida de uno de los grandes sin pegar ni una mísera patada. Pero ante un atentado así, ¿cómo es posible que no intermedie el Comité de Competición cuando un salvaje pone en peligro la carrera de un compañero de profesión? ¿Tanto trabajo tienen? ¿Actuarían así si se lo hicieran a una estrella de los poderosos? No se conoce en el mundo tribunal menos ecuánime y más perezoso para esquivar marrones.
Varias cuestiones subyacen a partir de ese momento. La primera es la incomprensible reacción de los futbolistas realistas. He jugado toda mi vida al fútbol y pese a no ser grande ni fuerte, siempre me he rebelado cuando le han pegado duro a un compañero. La última, hace solo una semana. Recuerdo que muchos años atrás me subieron a los juveniles cuando era cadete en mi equipo y me pusieron a jugar de único delantero para disputar un partido en la caja de cerillas de Azkuene, de donde nunca regresabas de vacío aunque perdieses porque te pegaban cada viaje que lo recordabas durante semanas. Cada vez que tocaba el balón salía volando y me acuerdo que en la grada, la familia de un compañero, muy graciosos y escandalosos, no paraban de gritar visiblemente molestos: “¡Al niño no le pegues!”. La anécdota me vino a la cabeza al escuchar a Rulli llamar a Capilla “el enano”. Si es un joven recién llegado, y además talentoso y de baja estatura, ¿cómo es posible que ningún blanquiazul se abalanzara sobre Augusto al menos para agarrarle de la pechera?
Luego está la pusilánime actuación del club. No se puede entender que no denunciara. Un equipo de fútbol tiene que ser consciente siempre del sentir de su afición. La gente estaba indignada como hacía tiempo por la patada a un chaval de la cantera, que, tal y como se encarga de recordar el presidente, es el bien más preciado que tenemos. Pues si es así, protégela. Conocemos el corporativismo entre los equipos por el mañana te puede pasar a ti, pero este caso concreto es tan indignante que tienes que alinearte al lado de tu gente. No nos importan nada las relaciones del Atlético, un club que ha permitido que en su campo mancillen la memoria de Aitor Zabaleta durante años. Si se enfadan, allá ellos. A la Real lo que le tiene que preocupar de verdad es el palpitar de su parroquia. Pero así nos va, nos hemos convertido en un club sumiso, esclavo de un malentendido y poco correspondido quedar bien en una jungla de impresentables y millonarios egoístas siempre dispuestos a pisarte si no te haces respetar.
Como diría Bilardo y pese a que no es un ejemplo en nada para nosotros, “los de colorao son los nuestros”. Lo único que nos ocupa es el tobillo de nuestro chaval. El resto, en donde incluyo las reiteradas disculpas del atlético retransmitidas casi en directo por la prensa madrileña, no nos sirven ni nos aportan nada porque no van a acelerar su recuperación. Si tan arrepentido está, que no lo hubiera hecho. Nosotros ni perdonamos ni olvidamos. Augusto siempre será para nosotros el que lesionó a Capilla. Y lo demás, nos la trae al pairo.