Todos conocemos, a estas alturas, las filias y fobias de nuestro entrenador cuando se trata de manejar un vestuario. Es justo reconocerle que, con sus movimientos, ha logrado mantener a casi toda la plantilla alerta. Porque el equipo ha completado su mejor racha de resultados en plena plaga de ausencias, por sanción y por lesión. Los que han entrado han rendido, mérito indudable de un míster al que, me da la sensación, anoche se le fue la mano. Ojalá su alineación en Madrid le sirva para reforzar todo lo apuntado y para, en el largo plazo, tener enchufado a este o a aquel cuando haya que tirar de fondo de armario. Pensando a corto, sin embargo, es imposible disociar el pésimo partido txuri-urdin en el Calderón de la elección de futbolistas para el once.
No estamos ante una cuestión de nivel. No se trata de que jugara Fulanito, “que es muy malo”, ni de que lo hiciera Menganito, “que no está nada bien”. Estamos ante una cuestión de mensaje. El mensaje que recibí yo mismo de Eusebio a eso de las ocho de la tarde, y que me juego una mano a que llegó también a nuestros futbolistas. A riesgo de ser muy pesado, repetiré una vez más lo que me comentaba Mikel González tras el 5-1 de Gijón. Se lo pregunté claramente. ¿Peligro de descenso? “Ahí adentro no somos ajenos a la situación. Sabemos qué puntos tenemos y cómo vienen por detrás”.
Pues eso, que en el vestuario no son tontos. Y saben también cuál es el estatus, al menos momentáneo, de cada uno de sus integrantes. Hace diez días vimos a once fieras batirse el cobre en San Mamés con la perrería propia de un equipo argentino o uruguayo. Anoche los nuestros, en cambio, salieron al Calderón con una mentalidad marcadamente opuesta. No es que de repente hayan perdido el carácter y la capacidad de concentración. No. Es más bien que, por mucho que el entrenador hablara ayer durante la charla previa, su mensaje más importante estaba escrito en la pizarra. Un mensaje negativo.
Por mucho que Eusebio hablara a sus futbolistas durante la charla previa, su comunicación más importante estaba en la pizarra