Dicen que el fútbol es cíclico. Que nada es eterno. Que los equipos, las generaciones, los jugadores y los directivos son entes pasajeros en un club. Que es imposible que los resultados se repitan siempre. Que, aunque un conjunto fracase muchas veces, no puede perder nunca la esperanza, porque llegará el día en el que, por los motivos que sean, la caprichosa pelotita entrará y podrá festejar. Y lo hará con mucha más rabia y alegría que con la que lo hacen los aburridos que están acostumbrados a vencer.
Qué bonito es ser de la Real. ¿Saben por qué? Porque, aunque somos menos gigantes y poderosos que bastantes rivales, somos tan grandes que hemos ganado títulos. Sí, señores, dos Ligas y dos Copas. Y hemos sido subcampeones de Liga en tres ocasiones y cuatro veces finalistas de la Copa derramando sonrisas y lágrimas casi por igual. Y, aunque hemos sufrido como perros con un descenso y hemos celebrado como si fuera otro título el ascenso (no muchos pueden reconocer dicha sensación), sabemos que en nuestro club, tarde o temprano y esté quien esté en sus despachos, volverán a encajar las piezas y regresaremos a las posiciones nobles. Como sucedió en 2013, con el cuarto puesto y una posterior clasificación, tras superar una memorable previa ante el Olympique de Lyon que nos dio el pasaporte para competir en la máxima competición continental de clubes. De verdad, ¿hubo algún seguidor de la Real que no se podía creer la espectacular y veloz metamorfosis que experimentó su equipo desde el infierno hasta Old Trafford? Casi todos lo aceptamos como algo relativamente normal, acorde con la grandeza de la historia de nuestra amada txuri-urdin. Nos queremos y nos sentimos distintos y especiales, pero no por tonterías artificiales de filosofías ni nada de eso, sino porque de vez en cuando nuestra Real y su gente son como la aldea de Astérix y Obélix y consiguen desafiar hasta a la imperial Roma.
Respiro hondo, y es por la emoción que me evocan innumerables recuerdos. Y muchos de ellos, varios entre los mejores, sucedieron en la Copa. Aunque con tantos años de decepciones corren el peligro de disiparse, fueron tan impresionantes que los guardaré en mi memoria hasta que esta rescinda su contrato con mi cerebro por el ineludible paso del tiempo.
Vuelvo a lo de que el fútbol es cíclico. Hace unos años, en un derbi madrileño en el Bernabéu, los Ultras Sur sacaron unas pancartas con un anuncio: “Se busca rival digno para el derbi. Razón: aquí”. Solo cuatro años después, es el Atlético quien lo reclama. Eso es precisamente lo que hemos exigido durante el agujero negro en el que cayó la Real en esta competición, que duró desde 1988 hasta 2014, cuando un mal árbitro nos privó de aspirar a jugar una nueva final en el penúltimo peldaño. Y fue una pena, porque ese parecía el momento en el que, pasados unos años, se vuelve a repetir en un club tan singular y competitivo como el nuestro, y el equipo aspira a levantar un trofeo, por muy increíble que les parezca a muchos otros adversarios que seguro que matarían por ser como la Real. Lamentablemente, al contrario de lo que le ha sucedido al vecino, que, sin restarle ningún mérito, ha alcanzado tres finales aprovechando que no se cruzó con un gigante, los donostiarras se toparon con Messi y su banda. Solo una vez tuvieron libre de su presencia el camino hasta la final y lo desperdiciaron con el innombrable 6-1 en Mallorca.
Es por este motivo y por el de nuestros recuerdos y la generación perdida sin alegrías en la Copa, que Eusebio debe medir muy bien su apuesta. Espero que haya sido minuciosamente informado de la leyenda más vergonzosa de la historia del club, cuyo efecto permanece vigente en nuestras mentes al haber sido excesivas las sonrojantes humillaciones. Queremos un once digno que esté a la altura de los que nos hicieron soñar. Queremos clasificarnos cuando partimos como favoritos en esta eliminatoria. Queremos esperar nerviosos los añorados y recuperados sorteos de las nuevas rondas. Queremos aspirar a volver a ser tan grandes como cualquiera. Queremos que Anoeta reviva el espíritu de las noches coperas de Atocha.
Que no se equivoque Eusebio, este club parece y es tranquilo, pero la deuda que se arrastra en esta competición es tan elevada que otra prematura eliminación supondría un varapalo de consecuencias morales difíciles de concretar. El día que la Real claudica en la Copa siempre es uno de los más tristes de cada temporada. Y la verdad es que estamos muy cansados de esperar deprimidos al maldito ciclo que nos devuelva la euforia de alcanzar otra vez la gloria. ¡A por ellos!