Sí, aquella mañana de domingo me sentía pletórico. No había salido la víspera y me encontraba fuerte físicamente, por lo que me presenté crecido en el Olímpico de Usurbil para jugar un partido de fútbol 7. Los clásicos disparos previos al inicio del encuentro, bajo el falso pretexto de calentar a los porteros cuando lo que perseguimos todos, con mayor o menor éxito, es buscar la escuadra, confirmaron mis sensaciones. El habitual comentario de un compañero de “te veo fino”, recibido sin apreciar ningún tipo de ironía para no descentrarme, incluso las reforzaron. No sé por qué, pero percibía que me podía salir un partido perfecto. A la hora de formar el siete titular, me encomendaron jugar en la izquierda, a banda cambiada, una posición que no se ajustaba especialmente bien a mis cualidades (si es que me queda alguna), ya que soy más lento que Necati cuando aterrizó en Donostia, y mi pierna zocata es de palo.
El relato de lo sucedido es el siguiente. Comienza el partido. Saca el rival. Balón atrás y el lateral zurdo envía un pase largo cruzado que, pese a mi voluntariosa actitud defensiva, me supera ampliamente. El jugador que me toca marcar controla con comodidad y gol. No pasa nada. No pienso venirme abajo a pesar de las miradas de circunstancias que me dedican mis compañeros sin que ninguno se lance a reprocharme algo verbalmente. Me sigo sintiendo fuerte. Sacamos de centro. Balón al mediocentro, que me lo pasa un poco largo, estiro la pierna y zas, noto un desgarro. Me he roto. Minuto 1 de partido, con 1-0 en contra, con una responsabilidad mía ineludible en el tanto y a casa con una cojera de regalo. No, creo sinceramente que lo que pasó no se ajustaba a mi concepto de partido perfecto.
Me tomo la licencia de narrar lo acontecido una mañana de domingo cualquiera en el campo de Harane, porque podría acercarse a lo que han vivido los realistas en sus visitas al Levante. El Ciutat de Valencia no es precisamente uno de los estadios más atractivos de la Liga. El otro día leí una increíble entrevista a Joe Arlauckas en Jot Down, en la que deja más de 25 titulares escandalosos, a cada cual más impactante. Cuenta que cuando jugaba en la pista del Olympiacos, con el AEK Atenas y el Aris de Salónica, “había 18.000 tíos cantando al ritmo de Queen We will rock you, sin música, con toda la grada haciendo el ritmo. Y yo Hostia, qué bonito. Se me subía la presión de la sangre. Y de repente empiezan todos We will, we will fuck you (te vamos a joder). Ahí me paré: Hijos de puta, os voy a meter 30 puntos en la puta cara. Me ponía casi cachondo. Luego vas a jugar a Huesca con 1.800 personas y no es lo mismo”.
Y tiene razón, no es igual. Algo parecido deberán pensar los realistas cuando pisan el verde de la guarida del Levante, en cuyo palco de prensa, justo en la plaza destinada a NOTICIAS DE GIPUZKOA, tuve la fortuna de encontrarme un excremento de perro. Con esto no quiero restar ningún ápice de valor ni menospreciar a un club con un mérito indudable al tener que sobrevivir a la sombra de un abusón grande como el Valencia, que se reinventa cada año para mantenerse en Primera y que incluso logra sacar jugadores de su cantera. Da igual el entrenador que se siente en su banquillo, los granotas no pierden su agresividad y competitividad. Sus señas de identidad son antagónicas a la de los blanquiazules y se erigen en su particular kryptonita.
Las desagradables experiencias vividas allí nos sirven para saber que lo que funciona en otros campos no sirve en Orriols. Espero que David Moyes, que se llevó un buen disgusto en su bautizo en ese campo el año pasado, sea consciente de ello a la hora de plantear el duelo. Suelen decir los gigantes que es en estos campos donde se ganan ligas. La expresión también debería servir para los que sobre el papel se creen y se sienten superiores y sueñan con acabar en plazas altas, como esta desconcertante Real a la que no le haría ningún mal presentarse con la misma seguridad y confianza con la que reaccionaba Arlauckas ante las hostilidades griegas. Todo el apoyo del mundo para un entrenador en horas bajas que debe ser consciente de que una de las grandes diferencias de este club con los demás es que, pese a las merecidas críticas, solo queremos que logre arrancar ya el deportivo txuri-urdin para volver a ser felices. Good luck Moyes.