“¿Has visto lo que me está haciendo?”
la Real ha convertido La Rosaleda en un auténtico balneario en sus últimas diez visitas. No parece lógico que el equipo realista haya firmado semejantes estadísticas en el coliseo malagueño cuando promedia unos cuatro triunfos a domicilio por campaña desde su regreso a Primera en 2010, y eso que el año de la Champions se lograron ocho. Siete victorias, dos empates y solo una derrota en diez duelos en la capital andaluza parecen hasta empequeñecer la dificultad que entraña asaltar un estadio caliente con un anfitrión ya asentado en la elite y que en las últimas temporadas, sanciones al margen, ha peleado por entrar en Europa en varias ocasiones.
Varios éxitos llegaron incluso en momentos decisivos, como el 1-2 en Segunda arbitrado por Mateu Lahoz con el ascenso en juego. Pero de todas las acaecidas en este siglo, me quedo sin duda con el 0-2 de 2003. El triunfo con una grada encendida como pocas veces he visto, que quería que tropezara la Real para servir en bandeja el título al Madrid, acercaba más que nunca una liga que al final se escapó en la penúltima jornada en Vigo. Insisto, el ambiente estaba tan caldeado, pese a que el Málaga no se jugaba nada en el envite, que no pudimos casi ni expresar la más mínima alegría con los goles de Gabilondo y Kovacevic.
Aunque el estadio es el mismo, poco después lo remodelaron y lo dejaron con un aspecto magnífico. Poco que ver con la vieja Rosaleda de los años 70 y 80, donde se vivían episodios de lo más rocambolescos. Hace unos meses, un exjugador de la generación que ganó las dos Ligas me contó que, antes de un Málaga-Real, unos aficionados organizaron una rifa en la que sorteaban tres jamones. Se lo ofrecían a todos los que aparecían en los aledaños del estadio, ya fuesen árbitros, directivos, entrenadores o jugadores. Antes del inicio del duelo, dieron los nombres de los ganadores por megafonía y, casualmente, uno de ellos era el colegiado. En ese mismo encuentro, un joven López Ufarte comenzó de forma imparable, hasta que uno de los zagueros malagueños, harto de perseguir su sombra, le cazó con una entrada de juzgado de guardia. Cuando el resto de blanquiazules se acercaron a recriminarle su acción, el rival les sorprendió a todos con su reacción: “¿Pero habéis visto lo que me está haciendo?”.
Seguro que muchos de los adversarios del curso en el que se acabó en cuarta posición con Philippe Montanier pensaron lo mismo cuando les pasaron por encima. Yo llevo diciéndolo desde el triunfal final de aquella temporada: es muy posible que no veamos jugar tan bien a la Real nunca más. Con Illarramendi como director de orquesta, Vela y Griezmann rompiendo defensas como un cuchillo entrando en la mantequilla y el resto alcanzando su mejor versión gracias al excelente funcionamiento coral. La venta del mutrikuarra lo cambió todo y ya nada volvió a ser lo mismo.
Pero esto ha sucedido en muchos clubes. O, mejor dicho, en todos. Suelen destacar muchos técnicos, habitualmente los más conservadores, el daño que ha hecho el Barcelona del tiki-taka al fútbol. Después de solo dos años, podemos decir algo parecido de la máquina de Montanier, cuyo recuerdo perdurará siempre en nuestros corazones, pero pone y pondrá en evidencia a sus sucesores.
Lo leí el otro día en Twitter y me llamó la atención. Ahora parece que aparte de ganar muchas veces pensamos, yo incluido, que la Real nos tiene que enamorar con su juego. Quizá sea en este apartado en el que por ahora debemos demostrar paciencia. Pero lo que no admite discusión es que la plantilla se ha convertido en la más cara de la historia txuri-urdin y en un club centenario que ha sido doble campeón de Liga y de Copa, para envidia de la gran mayoría de este país, hay que exigirle que gane muchos más encuentros de los que viene logrando hasta la fecha. No es de recibo que Moyes venda en sus círculos cercanos que con estos jugadores va a ser muy complicado aspirar a Europa y que para perseguir ese objetivo se tenía que haber fichado la lista de refuerzos que propuso él. Eso, al menos aquí, no funciona así. Digo yo que algo tendrá que hacer él para que encajen y funcionen piezas tan válidas y caras. En el fondo no es más que la continua contradicción entre los mensajes del presidente y el director deportivo, y el del británico. El día que se pongan todos de acuerdo quizá por fin descubramos cuál es el camino que persigue nuestra Real.