Por fin lo consiguieron. Mira que era difícil acabar con la paciencia de una de las aficiones más benditas y fieles que existen en el mundo, pero todo tiene un límite. El de la parroquia txuri-urdin se alcanzó ayer con el epílogo vergonzoso y ridículo que le tenía reservado su equipo para cerrar en casa una temporada penosa y decepcionante. Con esta Real no se puede contar para nada, algo que ya sabíamos desde hacía muchas semanas, por lo que la subida de nivel que había acreditado en sus tres últimos encuentros no pueden ser interpretados como una referencia en ningún sentido. El punto de partida para la temporada que viene, lo que se podría considerar como la zona cero, es lo que se vivió en los últimos diez minutos de su último encuentro en casa de la campaña.
Después de varios conatos de bronca por la desidia y la dejadez que estaban demostrando sus hombres en un partido en el que no tenían nada en juego, el Granada consiguió adelantarse cuando faltaba un cuarto de hora para el final y abrió la caja de Pandora. No hay nada más triste que unos jugadores sin la suficiente autoestima y respeto por una afición y por unos colores. Jugadores que no son capaces de partirse la cara en un duelo solo por estar a la altura del escudo que luce en sus camisetas. Que no necesitan el estímulo de contar con alicientes deportivos para dejarse la vida en cada disputa y sentir el privilegio que supone defender a la legendaria Real Sociedad.
No, no tienen perdón, porque a lo largo de la temporada habían acumulado una lista demasiado larga de decepciones y su obligación en este final era, cuanto menos, no soliviantar ni hurgar en la herida que arrastraba su hinchada. Cómo no, una vez más, nos podemos acordar de todas las declaraciones realizadas a lo largo de la semana, lo que confirma que ni ellos mismos se creen lo que dicen sin entender que los micrófonos que tienen delante son los intermediarios para llegar a su gente. Su actitud fue vergonzosa. El partido les daba igual y no les importaba absolutamente nada que la grada pudiera enfadarse. Y eso, en una plantilla plagada de canteranos, que tienen a sus cuadrillas y a sus círculos íntimos repartidos por los asientos, tiene delito.
Pero del esperpento de ayer no se libra ninguno. Mal, muy mal el señor Moyes. Está muy bien que reclame un equipo mejor, como lo hacen todos los entrenadores, pero el hecho de que la Real saltara al campo ayer sin la motivación y la actitud necesarias corresponde al señor entrenador. Son ya muchos meses los que lleva en Donostia y, pese a que sus estadísticas son notables, no ha logrado sacar al equipo de la sensación decadente y deprimente en la que se encontraba. La Real es un equipo que da pena. Que no contagia y no transmite nada. Y, aunque por supuesto que se ha ganado el derecho de comenzar la siguiente campaña y diseñar el próximo plantel, materia en la que nos genera bastante ilusión y expectación, dentro de sus responsabilidades estaba que este equipo jugara con pasión y enganchara a su afición, tal y como nos había vendido en su primera rueda de prensa.
Por supuesto que, con el drama de ayer, jugadores y técnico hicieron un flaco favor a Aperribay y Loren, dos de los grandes señalados en un año para olvidar al suspender en la confección de la plantilla. Primero, junto al anterior entrenador, tuvieron la brillante idea de diseñar la renovación y transición del equipo que alcanzó la Champions basándose en un cambio de esquema que fue proclamado y anunciado a bombo y platillo, en lo que supuso un disparate inigualable en el mundo del fútbol. Ahora recoges y recuerdas sus declaraciones de verano y es para que se les caiga la cara de vergüenza. “El equipo está obligado a luchar por entrar en Europa”, decía Loren. “No veo ningún motivo por el que no vaya a renovar el director deportivo”, declaró el presidente hace pocas semanas.
Eso quizá sea lo peor de todo, que no se avecinan grandes cambios en el club que nunca pasa nada. Algunos se echaban las manos a la cabeza cuando se hablaba de posible revolución en verano. Vista la debacle de ayer, los cuatro fichajes que anuncia Moyes se me quedan muy cortos para creer en un mañana mejor. En un mañana en el que regrese la Real que nos gusta y engancha a todos. Una etapa se ha cerrado y la situación exige un borrón y cuenta nueva. Ya no sirve con que el presidente esté tan tranquilo en su poltrona embriagado de acciones y que el entrenador siempre se ampare en que esta plantilla no da para más. Valor y al toro. La Real necesita un giro de tuerca importante. Y los que ya se han confundido demasiadas veces y los acomodados no deberían seguir en la entidad.
Por eso esto es un club profesional de elite, que es lo que muchos olvidan en demasiadas ocasiones, y provocan que, por momentos, nos ofrezcan la sensación de ser pequeños. Pues no señor, la Real es y será grande, y todos sus gestores, técnicos y entrenadores están simplemente de paso. Los que siempre seguirán ahí son sus aficionados, que ayer no pudieron aguantar. Por eso son el principal activo del club. Ah, y ahora que no nos vuelvan a dar la tabarra con el tema del estadio como vía de escape, porque lo que también ha conseguido la Real de Aperribay y Loren es que en el campo solo hubiese 20.000 seguidores al comienzo del último duelo y que, según fueron cayendo los goles granadinos, no asistieran al pitido final ni la mitad. Porque un equipo así de triste lo único que hace es vaciar estadios. Como para pensar en un grada con capacidad para 42.000 hinchas.
buen inicio La Real comenzó el encuentro bastante mejor que el Granada. Moyes apostó por el esquema con la apuesta más ofensiva posible para reemplazar las bajas de Pardo, Granero y Zurutuza. En los primeros minutos, Vela recibía el balón con excesiva facilidad y comodidad, lo que hubiese sido una sentencia de muerte si no lo hubieran corregido los granadinos. El mexicano disparó con peligro en dos ocasiones y en la otra opción local dio un gran pase a De la Bella, cuyo centro lo cabeceó de forma defectuosa Finnbogason.
Fue Lass el que metió en el encuentro al Granada. El extremo no tardó en generar muchos problemas a un Carlos Martínez que sufrió mucho con su velocidad, desborde y recortes. El extremo probó suerte en dos ocasiones, mientras que Rochina falló una ocasión inmejorable, en una acción en la que El Arabi había partido en un fuera de juego de un metro. En esos momentos ya comenzaron a aparecer en la Real unos síntomas alarmantes de dejarse llevar y de falta de concentración. La grada los detectó y los denunció con unos tímidos pitidos en forma más de motivación que de protesta. Después de una gran parada de Roberto a Chory, que había rematado con destreza con su pierna mala, llegaron otras dos buenas opciones para Javi Márquez, que chutó alto, y para Mainz, que se encontró con una mano excelente de Zubikarai.
Muchos esperábamos que la reprimenda de Moyes iba a servir de acicate para los blanquiazules, pero su segunda parte fue aún peor. En realidad el encuentro fue el mejor resumen de lo acontecido esta campaña. Con un fútbol plano, lento y previsible, con el que no se puede hacer daño a nadie. Y con la única idea en la cabeza de centrar al área en cuanto podía sin mirar, sin sentido y sin ninguna precisión. Las únicas oportunidades fueron varios disparos tímidos de Chory, Canales y Xabi Prieto. Carlos Martínez, que completó un partido horroroso pero cuya entrega y garra le debería asegurar un puesto en un plantel formado por una larga lista de jugadores blandos, casi anota con la izquierda, pero su centro chut lo escupió el poste. Poco después, en una contra en la que se llevaba tiempo adivinando peligro porque muchos realistas pasaban o no podían bajar, Ibáñez le comió la tostada a un despistado y mal colocado Iñigo y su servicio lo envió a la red El Arabi.
Con la Real rota, sin capacidad de reacción al tener la desesperante mandíbula de cristal de los perdedores, llegó la ridícula acción del segundo tanto, en el que fallaron Xabi Prieto, que no se dio la vuelta cuando estaba solo, y Carlos Martínez, que sirvió un balón a Ibáñez, cuyo disparo despistó a Zubikarai tras rebotar en De la Bella. En mitad de una escandalosa bronca, que no se escuchó ni el año del descenso, Rochina le ganó una disputa a Markel, el mejor realista en estas lides, lo cual dice mucho, y su disparo casi desde el centro del campo sorprendió a un descolocado Zubikarai, que además reculó fatal.
Quizá sea eso lo que mejor define lo vivido ayer en Anoeta. Que la grada perdió la paciencia porque pensaba que a estos jugadores se les puede exigir mucho más que a los que componían el penoso conjunto que cayó a Segunda en 2007. Lo que no admite la afición de la Real es que su equipo no le respete y salga al campo sin importarle un rábano si gana, empata o pierde. Eso es imperdonable, porque la txuri-urdin y el sentimiento que genera no se lo merecen. Lo sucedido esta temporada no se puede repetir y no es aceptable que la siguiente la sigan planificando los culpables de este sonado fracaso. Cuando parecía que era imposible, la Real se superó a sí misma, y escribió un epílogo vergonzoso a un curso triste y decepcionante. Qué pena, con lo que tú has sido...