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El paraguas de Griezmann y Vela

la primera vez que vi a Cristiano Ronaldo tenía 17 años. Era el Europeo de su categoría que se disputaba en Dinamarca en 2002 y yo estaba trabajando para el Diario As. Me llevó un representante que quería ver a la selección portuguesa, de la que le habían hablado maravillas. La primera vez que el madridista tocó el balón se le cayó el bolígrafo al suelo. La segunda se levantó a preguntar por su situación a la delegación lusa. A la tercera, Cristiano se revolvió tras recibir una dura entrada. Y creo que a la quinta o sexta, después de varias jugadas espectaculares, le protestó al árbitro y fue expulsado antes del descanso. Genio y figura.

Por supuesto que le seguí la pista de cerca, y no tardé en enterarme de grandes jugadas y goles con el Sporting de Lisboa, antes de impresionar tanto a Ferguson y a toda la plantilla del United que casi se lo llevan tras un amistoso desde el vestuario del José Alvalade a Inglaterra. En la Eurocopa de 2004, en ese mismo estadio, en el duelo en el que eliminaron a España, vi cómo solo en la primera parte le hizo cuatro caños a Raúl Bravo, algo que debería estar penalizado con la eliminación, el equivalente en fútbol a las cinco personales del baloncesto.

Es buenísimo. Probablemente el segundo mejor jugador de la historia del fútbol. Porque yo estoy de acuerdo en que el desequilibrio con los dos gigantes es abismal, pero sobre todo lo acentúan Messi y Cristiano. Nunca en la historia habían existido futbolistas que lo habitual es que marquen tres goles por partido. Yo, como puedo decirlo sin que se abra la caja de los truenos, no como Blatter, prefiero a Messi. Pero no por su forma de ser, que no me interesa en absoluto (tampoco me parece el summun de la amabilidad y naturalidad, ni me lo llevaría de vacaciones con mis amigos), sino porque todavía me parece más imparable y letal.

Lo que me impresiona es que muchas veces los compañeros de ambos, que son futbolistas de talla mundial, se pierden en el conformismo y menguan a la sombra de estos dos fenómenos. Y no es nada nuevo, ha pasado en muchos equipos y en muchas épocas. También en la Real, por supuesto. Quién no se acuerda de los años previos al descenso, en los que nadie quería el balón y más que pasárselo, se lo entregaban a Xabi Prieto para que hiciese lo que pudiera.

Me preocupa que esté pasando un poco eso con Griezmann y Vela. Los dos son grandes jugadores, los más desequilibrantes del equipo con diferencia, pero muchos comienzan a vivir muy cómodos bajo su paraguas. Esto tiene sus cosas malas, incluso para los protagonistas, como sucedió en Manchester, donde se llevaron un carro de palos con los que no estoy de acuerdo. Para mí ellos lo intentaron y no estuvieron inspirados. Pero el principal problema es que no les abastecieron de balones.

Algo similar me pareció lo que sucedió en Valladolid. Cuando entraban en juego Griezmann y Carlos Vela se hacía la luz y deslumbraban. Pero el resto del equipo vivió de manera muy cómoda seguros de que con su chispa iba a ser suficiente para llevarse los tres puntos de Zorrilla. Y no fue así. La defensa poco a poco se echó atrás, se permitió un centro como si no tuviera ninguna importancia y quince minutos después Bravo salvó un punto con la parada del penalti.

Arrasate, que por ahora es más responsable por lo que deja de hacer que por lo que hace, declaró en verano que Pardo "debía dar un paso al frente". Me temo que no es el único. Mikel González, Iñigo Martínez, Xabi Prieto, Seferovic, Agirretxe? No pueden vivir al amparo de la sombra de los dos fenómenos realistas. Y el alcance de su progresión será el que defina los objetivos de la Real para esta temporada.