El verano que apaga ya sus luces para dejar paso al oscuro otoño ha devuelto a la actualidad política vasca los viejos temas relacionados con el denominado conflicto armado vasco que tantas décadas ha copado las calles de Euskadi. Entre ellos las pintadas políticas amenazantes del entorno de la izquierda abertzale tradicional poniendo en el punto de mira a algunos políticos o a instituciones como la Ertzaintza, incluyendo el acoso a los ertzainas y policías municipales en recintos festivos, además de las exhibición y divulgación de fotos de los presos de la extinta ETA. En los meses estivales se han multiplicado los botes de spray para embadurnar paredes y pancartas con lemas y mensajes propios del mundo de EH Bildu. Feroz ha sido la pugna que se traen GKS (Gazte Koordinadora Sozialista) y Sortu a cuenta de las licencias para las txoznas que les son vetados al colectivo escindido de Ernai, las juventudes de Sortu, en su pulso por liderar la izquierda antisistema.
Sin embargo, en las últimas semanas una pancarta de grandes dimensiones en una pared del monte Santa Bárbara de Zarautz devolvió a la primera línea de la actualidad los nombres de Txiki y Otaegi. El Ayuntamiento de la localidad guipuzcoana ordenó retirar la lona con los rostros de los dos fusilados por el régimen de Franco y se encendió la mecha de un debate político en torno al relato de la violencia en Euskadi. Posteriormente en Durango un mural que recordaba a ambos fue vandalizado y sus rostros aparecieron tachados y por debajo aparecía escrito “etarras”.
Con estos ingredientes, un nuevo capítulo de la batalla del relato estaba servido, tres lustros después del final de la violencia de ETA.
Txiki y Otaegi fueron los últimos ejecutados del franquismo ya en su ocaso, junto a los miembros del Frente Revolucionario Antifascista Patriótico (FRAP) José Luis Sánchez Bravo, Ramón García Sanz y Xosé Humberto Baena. Los dos fueron militantes de ETA político militar (pm) en la etapa final de la dictadura, con Carrero Blanco como brazo ejecutor, y los consejos de guerra franquistas que les sentenciaron a muerte, sumarísimo en ambos casos y sin garantías judiciales, les imputaron sendos delitos de sangre: en el caso de Txiki, la muerte en un tiroteo del policía Ovidio Díaz López y, en el caso de Otaegi, haber colaborado en el asesinato del guardiacivil Gregorio Posadas. Los fusilamientos en Barcelona levantaron una ola de protestas y condenas contra el Gobierno de España dentro y fuera del país, tanto a nivel oficial como en la calle.
Desde la transición cada 27 de septiembre la izquierda abertzale celebra el Gudari Eguna en recuerdo de la ejecución de los polimilis Jon Paredes Manot ‘Txiki’ y Angel Otaegi, fusilados poco antes de que el dictador muriera (hubo un tercer sentenciado a muerte, José Antonio Garmendia, pero a última hora se le conmutó la pena capital), junto a tres activistas del grupo marxista-leninista FRAP. Este año lo hará con un acto nacional en el pabellón Anaitasuna de Iruñea. Es una fecha con mucha carga simbólica, pero esta edición va a serlo aún más por una doble razón: por un lado, porque se cumple medio siglo desde su fusilamiento (y también de la muerte del dictador Franco); y, por otro, porque la polémica suscitada a raíz de las pintadas ha reavivado la batalla del relato sobre lo que ha sucedido en Euskadi en los últimos 50 años y lo que se va a contar a las nuevas generaciones ahora que ha desaparecido el terrorismo de ETA.
El debate sobre Txiki y Otaegi ha vuelto a poner sobre la mesa algunas cuentas pendientes sobre la narrativa de la violencia de ETA
La mecha prendió a raíz de las declaraciones del director de Gogora, el Instituto de la Memoria, Alberto Alonso, y luego vino el incendio. El responsable del centro memorial admitió que Txiki y Otaegi “por supuesto, son víctimas del franquismo, de un régimen dictatorial”, aunque a renglón seguido matizó que “de ahí a decir que luchaban por la libertad va un paso”: “Luchaban contra la dictadura, pero utilizando las mismas herramientas: la violencia, el terror y el miedo”. Completó su argumento añadiendo que miles de antifranquistas lucharon por la democracia sin recurrir al asesinato. “Una cosa es reconocerles su condición de víctimas franquistas y otra es el homenaje”, apostilló, al tiempo que rechazó los intentos de “blanquear la existencia de una ETA buena y una posterior ETA mala”. De esta manera, pintaba la delgada línea que separa entre calificarlos de víctimas y/o héroes.
EH Bildu percutió de inmediato y reprochó a Alonso sus palabras, que calificó de “muy graves, preocupantes, ofensivas y muy dolorosas”. Reclama una reflexión “profunda” ya que “deslegitiman y criminalizan la resistencia antifranquista”, de forma que “blanquea el fascismo y el franquismo”.
En este punto, entró en la conversación pública el secretario general del PSE, Eneko Andueza, que cargó contra la formación liderada por Arnaldo Otegi aseverando que “no hay ningún terrorismo que merezca el homenaje de una sociedad digna”. Tampoco debemos admitir el discurso de que existió una ETA buena y una ETA mala”, añadió.
En el mismo sentido, asociaciones de víctimas como Covite y la Fundación Fernando Buesa han denunciado la exhibición en las fiestas de Euskadi de pancartas en favor de los presos de ETA, entre ellos ‘Txiki’ y Otaegi. La Fundación Fernando Buesa defendió que los fusilamientos “no tienen ninguna justificación, pero tampoco sus trayectorias como miembros de ETA son ejemplo de nada”. Covite señaló que “no merecen reconocimiento público”, pese a haber sido víctimas del franquismo, porque “asesinaron”. EH Bildu acusó a los socialistas de “equiparar el franquismo y el antifranquismo, el fascismo y el antifascismo”.
Fusilados
Hace 50 años. El próximo 27 de septiembre se cumplen 50 años del fusilamiento de Jon Paredes ‘Txiki’ y Ángel Otaegi. El primero fue aejecutado por un pelotón de fusilamiento que disparó contra él en un bosque de Cerdanyola del Vallès (Barcelona); y el segundo, también miembro de ETA, en Burgos. Simultáneamente también fueron ejecutados tres miembros del FRAP .
Condenas
Eco internacional. La condena a muerte motivó tres días de huelga general para defender a los activistas que iban a ser asesinados y tuvo un gran eco internacional. Por ejemplo, uno de los grandes gobernantes en la historia de Suecia, el primer ministro Olof Palme, y hasta el Papa Pablo VI pidieron la conmutación de la pena.
Franco
Sentencia ya firmada. Fueron los últimos fusilados por el franquismo, cinco años después del proceso de Burgos. La orden se ejecutó tras celebrarse sin ninguna garantía y con una sentencia de muerte ya firmada. Casi dos meses después murió Franco en su cama.
Salvajismo intolerable
Desde el PNV, su presidente Aitor Esteban afirmó que el fusilamiento en el franquismo de los miembros de ETA ‘Txiki’ y Otaegi fue “un salvajismo intolerable”, pero preguntó a EH Bildu si “con tanta alabanza y tanto ruido quieren alabar la trayectoria” de la organización terrorista o “la idoneidad de su lucha”, y rechazó que fueran como los gudaris que combatieron a Franco en 1936. Además, dijo desconocer si los dos fusilados “iban a seguir o no en ETA durante la Transición, porque desgraciadamente les quitaron su vida antes de poder tomar la decisión”.
Por su parte, las familias de 'Txiki' y Otaegi piden “reconocimiento institucional” y denuncian 50 años de “persecución y olvido”. En una reciente comparecencia pública Anie Paredes, sobrina de 'Txiki', e Irati Urtuzaga, hija de un primo de Ángel Otaegi, tomaron la palabra en nombre de las familias y recordaron que “eran dos jóvenes idealistas que lucharon contra la dictadura franquista y las injusticias, y a favor de una Euskal Herria mejor”. Asimismo, lamentaron que llevan una “cicatriz” desde hace medio siglo causada por el fusilamiento y denunciaron que “después de aquel 27 de septiembre, durante cinco décadas, además del sufrimiento por los fusilamientos, ambas familias hemos sufrido persecución y años de olvido”.
La retirada de la pancarta gigante de Txiki y Otaegi en Zarautz , en vísperas del 50 aniversario de su ejecución revive la batalla del relato
Txiki y Otaegi fueron reconocidas por el Gobierno vasco en 2012, durante la legislatura del lehendakari Iñigo Urkullu, como víctimas de abusos policiales por motivación política en actos cometidos entre los años 1960 y 1978. El exlehendakari reapareció al calor del debate y puso el dedo en la llaga al afirmar que “es una cuestión con aristas todavía hoy en día y que necesita el máximo rigor posible para las interpretaciones que desde prismas diferentes se hacen y se hagan”. En este sentido, recordó que Txiki y Otaegi “son dos víctimas reconocidas oficialmente por el Gobierno vasco”, mediante la normativa para la reparación y reconocimiento de las víctimas de violencia estatal ilícita. “En la medida en que son víctimas de vulneraciones de derechos humanos, merecen respeto. Ese respeto implica, entre otras cosas, omitir valoraciones que afecten a su condición de víctima, la cuestionen o pongan en duda. De igual manera, el respeto que merece cada víctima, la apropiación partidaria de su memoria que se haga no debería ser compatible con su instrumentalización política para el enfrentamiento”, señaló el ahora director de la Fundación eAtlantic.
El debate sobre Txiki y Otaegi ha vuelto a poner sobre la mesa algunas cuentas pendientes que el contencioso vasco tiene todavía en lo referente a la narrativa sobre la violencia pasada. Las partes no se ponen de acuerdo sobre cómo debe alumbrarse un relato compartido de la historia de ETA y el destino aboca a un futuro en el que pervivirán más de una interpretación de lo sucedido. La clave residirá en los mínimos éticos y políticos sobre los que habrá de apoyarse cada uno de esos relatos.