Mientras retumbaban en el salón de plenos del Congreso los ecos del enésimo cruce de acusaciones entre PSOE y PP sobre sus mutuos delitos de corrupción, en un pasillo Gabriel Rufián tronaba contra Pedro Sánchez. Tan enrabietado se encontraba el portavoz de ERC por el inesperado y contundente golpe bajo que el presidente del Gobierno le había endilgado en su respuesta que hasta amenazó –solo duró unos minutos– en no acudir a la cita prevista en La Moncloa. Nadie sospechaba tanta acritud en el líder socialista hacia uno de los socios, precisamente ahora que está más acorralado que nunca. Pero Sánchez está muy tocado. A la aflicción personal por el escándalo del triángulo tóxico se une la progresiva pérdida de su credibilidad y ahí su vanidad se resiente.

Gabriel Rufián, durante su intervención "Jesús Hellín "

Fue una sesión de control atormentada, fácilmente imaginable en el actual contexto sísmico. Rienda suelta, por tanto, para el insulto, la vocinglería, la pataleta o la falta de decoro. Una olla a presión “bajo la cúpula del trueno”, como acertó a definir Joseba Agirretxea (PNV). Inaguantable por impresentable. A muerte con el adversario. Con el micrófono abierto, permanentes reproches mutuos por las pesadas mochilas de corrupción que ensucian el cartel de los dos partidos mayoritarios. Sin altavoz, gritos, insultos, algarabía infinita. La presidenta de la Cámara se desesperó con el continuo goteo de interrupciones. Fue ahí donde el killer Tellado acaparó incontables advertencias. Ante tan indignante espectáculo, Armengol acabó desolada. “Voy a retirar todos los insultos del acta de la sesión”. Trabajo tiene.

Corrupción compartida

Fue un pleno desolador. La fotografía cruel de una corrupción sistémica que no acaba de desaparecer. Las abominables fechorías de Cerdán, Ábalos, Koldo o Leire simplemente cogen las riendas del abultado clan desaprensivo del PP. El pretexto perfecto para que socialistas y populares se echen los trastos a la cabeza. Para Feijóo, Sánchez “es el lobo que ha liderado una manada corrupta”. Para el acusado, “el PP es una enciclopedia de corrupción con capítulos autonómicos”. Ahora y en próximas legislaturas, España está condenada a elegir entre uno de estos dos bandos para su gobierno.

Las trifulcas comenzaron pronto. Bastó la primera contestación de Sánchez a Feijóo para que los enardecidos diputados del PP pidieran ya a coro su dimisión mientras se ponían en pie para aplaudir a su líder. Los socialistas les imitaron de inmediato con alabanzas a su enfurecido jefe. La escena motivó a que desde algunos escaños de la oposición se incitara irónicamente a socios de la investidura para unirse a la ovación. Quedaba abierto el vodevil. Empezó Abascal. Tras calificar a Sánchez de “indecente, corrupto y traidor”, abandonó indignado el pleno sin esperar a la contestación y así hizo honor a su perfil político.

Al final, Servinabar

Se seguía echando gasolina al fuego. Principalmente por el denodado intento de los interpelantes del PP de situar el germen de las mordidas del clan de Fomento en el mismo corazón del gobierno. La derecha, al igual que muchos medios y ciudadanos, sigue sin creerse que Sánchez jamás tuviera la mínima sospecha sobre la correa corrupta de sus dos fieles secretarios de Organización. La duda persigue al presidente. A tal punto, que Rufián le pidió “jure y perjure que jamás un día aparecerá su nombre P. Sánchez en los papeles de la UCO”. No le contestó, pero sí le escoció ser comparado con M. Rajoy.

No hubo pregunta alguna del PP a cualquier miembro del gobierno que no aludiera a Cerdán, Ábalos o a las mujeres usadas por estos exsocialistas como mercancía sexual. Tampoco hubo ninguna respuesta que evitara no solo la retahíla de casos de corrupción de la parte contraria, sino que recordara la diferencia entre ambos partidos. “Nosotros actuamos con contundencia desde el primer día, ustedes con connivencia”, replicó enérgicamente Pilar Alegría. Lo remachó luego desde al alma

Sumar, y en ausencia significativa de la vicepresidenta Yolanda Díaz, el ministro Pablo Bustinduy aprovechó su turno para defender sin paliativos que su izquierda jamás ha sufrido un caso de corrupción.

Y como traca final, aguardaba Servinabar. Para la ocasión, el PP eligió a uno de sus tránsfugas navarros, Sergio Sayas. Adaptó en su caso el dardo a una pregunta a la ministra de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, Elma Saiz, pero exconsejera de Hacienda con María Chivite cuando supuestamente Santos Cerdán ya campaba a sus anchas en muchas licitaciones. La salsa del chipirón no deja de salpicar.

El apunte

Plante de Yolanda Díaz.

La vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, y los ministros de Sumar Ernest Urtasun (Cultura) y Sira Rego (Juventud) no acudieron al Pleno del Congreso en el que el presidente del Gobierno tenía que responder a preguntas sobre Santos Cerdán. Una ausencia que en el espacio se vincula con un gesto de escenificar distancia con el PSOE y de protesta por su reacción ante esta crisis. Con esta ausencia hay voluntad de escenificar el malestar con el PSOE a tenor de su reacción ante el ‘caso Cerdán’.