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“Soy aquel al que le mataron a su padre”

Ibai Uribe Martiarena recordará a su padre, asesinado por ETA en Leaburu en 2001, con un reto deportivo que consistirá en subir y bajar en bici 25 veces el alto de Mandubia

“Soy aquel al que le mataron a su padre”EFE

El 14 de julio no es una fecha cualquiera para Ibai Uribe Martiarena. El 14 de julio de 2001, su padre, Mikel Uribe Aurkia, de 44 años, jefe de Inspección de la Ertzaintza en Gipuzkoa, fue asesinado por ETA en su localidad natal de Leaburu cuando se dirigía a una sociedad gastronómica a cenar con unos amigos.

Años más tarde, otro 14 de julio, Ibai, de 37 años, conoció a su mujer. Este próximo 14 de julio de 2025 también será para el recuerdo. Ibai Uribe se ha propuesto ascender (y descender) en bici 25 veces el alto de Mandubia desde Beasain para dar a conocer su “historia personal”, marcada por el asesinato de su padre cuando él tenía 13 años y por las dificultades que ha ido sorteando con el paso del tiempo.

Dado que el 14 es un número que ha marcado su vida, pretende completar el desafío en menos de 14 horas, un objetivo nada sencillo.

'Everesting Mandubia'

Con salida en el barrio Salbatore de Beasain, Ibai Uribe tratará de subir y bajar en bici Mandubia 25 veces hasta totalizar 300 kilómetros y 9.000 metros de desnivel. Es lo que se denomina Everesting, un reto deportivo que se ha puesto de moda desde hace unos años y que consiste en completar un desafío deportivo sumando los mismos metros de desnivel que la montaña más alta del mundo (8.848 metros).

Ibai Uribe iniciará su reto el lunes 14 de julio a las 5.00 horas y espera concluirlo antes de las 19.00 horas. En un texto publicado en Internet, explica tanto el desafío al que se enfrentará, que ha titulado Crónica de una vida marcada por el terrorismo y la salud mental, como las vicisitudes que ha vivido desde que hace 24 años ETA mató a su padre. “Me presento, soy Ibai Uribe Martiarena, quizás alguien desconocido para tí, quizás amigo, o simplemente me reconoces por aquel que le mataron a su padre”, comienza explicando antes de presentarse como “un chico aparentemente normal de 37 años, hijo único, padre orgulloso desde hace dos años, casado y que trabaja diseñando y vendiendo cocinas”.

De Irun a Legorreta

Ibai Uribe recuerda que sus primeros siete años de vida transcurrieron en Irun debido a que su padre estaba destinado en la comisaría de la Ertzaintza de la ciudad bidasoarra hasta que se trasladaron a Legorreta, donde fijaron su residencia.

Es en este punto cuando su relato se centra en explicar algunas de las duras situaciones que su familia sufrió por la amenaza de ETA. “En los años 90 ser jefe de alguna unidad de la Ertzaintza significaba estar en la diana y es por lo que tuve que vivir varios episodios que aún retumban en mi interior”, señala.

Uribe se refiere, en primer lugar, a un ataque con cócteles molotov que padeció su familia, si bien los atacantes se confundieron de domicilio y arrojaron los artefactos incendiarios a la casa de un vecino.

Recuerda también otro episodio que vivió cuando, en compañía de su padre, bajaba de pasear con los perros por el barrio de Koate, en Legorreta, y se dirigían en coche a casa: “Arrancó el coche y de repente una luz cegadora a 200 escasos metros, era un vehículo acercándose. Lo que a mí me pareció algo normal, mi padre no lo interpretó así. Me agarró la cabeza con firmeza con su mano derecha y me la envió debajo de la guantera. A continuación aceleró bruscamente y avanzó rápidamente evitando por poco la colisión con el otro vehículo. Ahí tampoco me dio ninguna explicación. Tranquilo Ibai, puedes salir, nos vamos a casa”.

“No tuve otra opción que ponerme una máscara, la cual me servía para esconder el dolor tras ella y vivir como si no hubiera pasado nada”

“Está claro”, continúa en su relato, “que temió que venían a por él y decidió protegerme primero a mí. Introdujo el coche en el garaje y abrió la guantera con la intención de coger la cartera y un paquete de pipas que habituaba comer en cada paseo. Yo miré de reojo y vi que en esa guantera también había una pistola. Esa pistola a veces estaba y a veces no. Por aquel entonces yo no le daba excesiva importancia, hoy tengo claro que la llevaba escondida cada vez que se sentía amenazado”, añade.

Ibai rememora también el golpe que supuso para su padre el asesinato de Juan Mari Jáuregui solo un año antes, en el bar Frontón de Tolosa, ya que ambos se conocían y residían en Legorreta.

Pero, sin duda, el episodio que marcó para siempre su vida fue el asesinato de su padre aquel trágico 14 de julio en el que ETA, solo unas horas antes, también acabó con la vida del concejal de UPN José Javier Múgica, en Leitza, tras explotar una bomba lapa adosada a su vehículo.

Convivir con el dolor y la enfermedad mental

Ibai y su madre se encontraban ese fin de semana en Larunbe, localidad natal de ella. A través de una llamada de teléfono les comunicaron que su marido y padre había recibido varios disparos a las puertas de la sociedad a la que acudía a cenar todos los sábados. Ese misma noche falleció. “En ese preciso instante adquirí un rol para toda la vida que probablemente no me correspondía: La de cuidador, marido y cabeza de familia. Esa misma noche mi padre no pudo superar las heridas causadas por los balazos y falleció. Con él se llevó al Ibai inocente, soñador y feliz”.

Comenzó entonces un difícil proceso para encontrar una “nueva normalidad”. “No tuve otra opción que ponerme una máscara, la cual me servía para esconder el dolor tras ella y vivir como si no hubiera pasado nada”.

Uribe recuerda que aprendió a convivir con el dolor por la pérdida de su padre y que tanto su madre, que ya sufría problemas mentales antes del asesinato, como él tuvieron que recurrir a la medicación. “Olanzapina, venlafasina, plenur, trileptal, orfidal, lorazepam. Ya los tenía memorizados para cuando comencé la Educación Secundaria Obligatoria. También podría escribir ahora mismo toda la lista de psicólogos y psiquiatras”, relata, antes de explicar la admiración que siente por su madre: “Me ha enseñado qué es la dignidad, que el amor verdadero no pide nada a cambio, que conformarse con poco a veces puede se mucho, me ha explicado sin palabras lo que significa caerse y levantarse y que no hay que hacer las cosas perfectas para ser perfecto”.

Ibai Uribe, que viven en Beasain junto a su mujer y su hija de dos años, explica que tuvo la oportunidad de asistir a encuentros restaurativos en los que miembros de ETA se reunían con víctimas, pero declinó la oferta: “El paso del tiempo es relativo para todos. Para los encarcelados y sus familiares un minuto tiene muchos más segundos que 60. Por el contrario, para nosotros todos estos años han sido un instante y para cuando nos hemos dado cuenta ya se encuentran en la fase final de su condena”, explica tras recordar que el comando Buruntza cometió 20 atentados: “Probablemente pocos sabrán que los asesinos de Juan Mari (Jáuregui) son los mismos que acabaron con la vida de mi padre”. Subraya, además, que no sentía la necesidad de participar en los encuentros restaurativos “Pensándolo bien, si ellos han realizado un proceso sincero de reflexión y en ese camino han encontrado la paz interior perdida pues mi sincera enhorabuena, pero yo no les ayudaré en ello, simplemente (repito) porque no siento esa necesidad”.

En el repaso que hace de su vida, cuenta que a los 18 años tocó fondo. “Yo también he tenido la necesidad (y la tengo) de tomar antidepresivos y recaptadores de serotonina y he estado con 5 terapeutas diferentes. Cuando te arrebatan a tu padre de la manera más cruel y cuando te destrozan y desvirtúan de golpe tu proceso de crecimiento, puedes pensar que el enemigo está afuera pero yo he encontrado en mí mismo al mayor saboteador”.

“Cuando te arrebatan a tu padre de la manera más cruel y cuando te destrozan y desvirtúan de golpe tu proceso de crecimiento puedes pensar que el enemigo está afuera pero yo he encontrado en mí mismo al mayor saboteador”

El deporte, la mejor terapia

Ibai halló en el deporte la mejor de las terapias. Recuerda con cariño su paso por el Tolosa C.F. (“Me sirvió para crecer como persona, conocer a un montón de personas maravillosas y sobre todo me llevé un sinfín de experiencias y valores que difícilmente los puedes encontrar en casa o en el colegio”), pero la metamorfosis definitiva llegó en plena pandemia, cuando empezó a practicar bicicleta. Con el paso de los meses comenzó a disfrutar cada vez más de esta afición y a frecuentar marchas cicloturistas (una de las imágenes que acompaña su texto es de la prueba ciclista Larra-Larrau, en Isaba). Siempre bajo asesoramiento de expertos, bajó 15 kilos y recuperó la autoestima: “Recuperé la pasión, me sentía vivo otra vez, estar en progreso me hizo mejorar el autoestima. Aunque parezca exagerado de algún modo me ayudó a darle sentido y rumbo a mi vida otra vez, reconstruyendo una nueva identidad, recuperando las ilusiones”.

Ibai Uribe, durante su participación en la Larra-Larrau

Con la experiencia acumulada sobre la bici, Ibai Uribe afronta ahora su mayor reto, que le permitirá dar a conocer su “historia personal” y le sirve a su vez de terapia. Everesting Mandubia no es un reto solidario. No se trata de buscar el aplauso completando una salvajada deportiva creada como pura excusa para alimentar el ego. Este proyecto es algo muy íntimo y de mucho valor personal”, explica, antes de finalizar su post invitando a todo el que lo desee a acompañarle en su desafío “compartiendo algunas pedaladas conmigo o simplemente acercándote a darme un abrazo”.