Si hubiera que escribir un manual sobre cómo alimentar al monstruo del populismo de extrema derecha, algunos de sus capítulos deberían dedicarse a los que lo engordan mientras en su imaginación fantasean que heroicamente lo combaten. Lo vivimos en las autonómicas de hace 4 años, cuando Vox entró en el Parlamento Vasco espoleado por la visibilidad que le daban quienes, creyendo combatirlo con sus mismas armas, le regalaban unos titulares y unas credenciales de legitimidad victimista que por sí solo jamás habría conseguido.

Y es que, así como en las películas el niño tiene un amigo imaginario, el buen populista necesita su enemigo imaginario al que vencer en batallas de molinos manchegos.

Todo esto me viene a la cabeza al ver cómo el Gobierno gestiona la crisis con Argentina. De la astucia política de Sánchez cuesta imaginar que sea por torpeza que a cada provocación de Milei su Gobierno entre al trapo como toro sobreexcitado. A personajes como Milei no se les combate entrando en su vertedero de insultos e inmundicias, en su pocilga de bravatas y mentiras, en su lodazal de trampas y fanfarronerías. Jamás vas a ganar en su terreno a personajes para los cuales la decencia, la vergüenza, el tono dialogante, la compasión o el respeto por el conocimiento y por los hechos parecen ridículas rémoras de pusilánimes y acomplejados.

La novelista turca Ece Temelkuran escribió en Cómo perder un país (Anagrama), que se reconocía como una de esas personas, seguramente como usted, amigo lector, “educada en la convicción de que la vergüenza y la compasión son cosas que deben valorarse, en lugar de considerarse meras pruebas de una embarazosa ingenuidad”.

No hay forma de entrar en el pringoso juego de los Milei del mundo sin favorecerlos, aunque uno crea estar combatiéndolos. Se sale trasquilado o, peor, envilecido. Es, en impagable símil de Temelkuran, como jugar al ajedrez con una paloma. El bicho “derribará todas las piezas, se cagará en el tablero, y luego saldrá volando, atribuyéndose orgullosa la victoria y dejándote a ti la tarea de tener que limpiar la mierda”.

La forma en que Milei se declara triunfador de su pelea con Sánchez (“cobarde que se oculta bajo las faldas de las mujeres”; “que manda a mujeres a agredirme”; “tengo a match point a Pedrito”…) recuerda cabalmente a esa paloma que pasa del basurero de su mente al tablero de ajedrez de la diplomacia creyendo que en ambas puede triunfar agitando las alas sucias y multiplicando las cagaditas. No hay forma de frenar esa cuesta abajo de degradación intelectual y moral si uno se sube al carro. Solo cabe salirse de esa lógica, cuidar y ensanchar otras plazas más civilizadas, cultivar y regar otros huertos más sanos y fructíferos, y confiar en la inteligencia, moralidad y buen gusto del ciudadano medio.

Esta polémica viene bien a Milei. Gana adeptos en España, dado que muchos se apuntan a cualquier delirio con tal de que dañe al Gobierno. No hay más que ver el alborozo de los medios digitales de la derecha. Gana también en su país, que es sabido que el enemigo exterior constituye la mejor argamasa del populismo.

Es posible que electoralmente convenga también a Sánchez, que aglutina voto arrinconando con su protagonismo otras propuestas. Si es así, juega con fuego para la convivencia y la calidad de la democracia en España.

Temelkuran advertía que la extrema derecha mundial busca “crear un movimiento global que dividirá a la Unión Europa”. En eso están. Cerca de su objetivo. Por eso es tan importante que el 9 de junio salgas a votar escapando de estas trampas dicotómicas y retroalimentadas de espectáculo vacuo, dando el voto a candidaturas europeístas de trayectoria acreditada y responsablemente leales con los principios fundacionales de la Unión. El espacio que estas candidaturas humanistas pierden cada vez que las redes y los medios centran su atención en las ruidosas gaviotas que creen jugar al ajedrez, se lo puedes devolver tú a la sensatez. Con tu voto. El 9 de junio.