Pamplona

– Fernando Pérez de Laborda (Getxo, 1962) es licenciado en Filología alemana. Autor de varios libros sobre la historia del euskera, y coautor de obras como Gares. Historia de un topónimo, localidad donde reside. Ahora promociona Euskal Herria, la mirada extranjera, publicado con Txalaparta, un completo atlas de citas de viajeros, soldados o cronistas que dejaron impresiones de nuestra tierra. En total, 1.219 hombres y mujeres a lo largo de los dos últimos milenios, recopilados en un manual de 648 páginas con tres centenares de ilustraciones.

Aunque ha visitado bibliotecas, Pérez Laborda se ha nutrido principalmente del volcado digital de documentación que instituciones y universidades han abierto al conocimiento público, sobre todo de los siglos XVI al XIX, donde los viajeros eran mucho más proclives a la sorpresa. El proyecto, cuenta este investigador, nació al traducir un libro del periodista y escritor alemán Kurt Tucholsky, que visitó Euskal Herria en 1925, texto que Pérez de Laborda encontró por casualidad y que sirve de punto de partida de la entrevista.

¿Por qué cree que en Alemania hubo un interés singular por la realidad vasca?

–Alemania era una potencia muy fuerte, también en el ámbito antropológico, etnográfico, filosófico o musical. Se empezaron a interesar por una cultura que veían muy frágil, y que se mantenía muy original dentro de una Europa donde todo estaba cambiando.

El libro incluye la primera referencia histórica externa sobre el euskera. De 1461 citando fuentes del 941.

–Es un árabe. Es curioso ver que la primera cita al euskera sea en un documento árabe del 941, cuando la primera interna en el Reino de Navarra es de un siglo después.

A partir del siglo XIX un mundo en cambio despierta el interés costumbrista. Y se observa el sistema foral, otro foco de interés.

–El gran hito de la historia del País Vasco es la primera guerra carlista, porque se dio a conocer en Europa, por desgracia debido a una conflagración en la que los vascos se las tuvieron que ver con cuatro grandes naciones europeas, en esa alianza entre Francia, Inglaterra, España y Portugal. Aquí llegaron un montón de soldados, también del bando carlista, con muchos alemanes a título individual, y se empezó a conocer en Europa la lucha por los fueros. Muchos testimonios expresaban su sorpresa por quitárselos a un pueblo que gestionaba sus propias leyes y recursos de una manera perfecta. No le encontraban ningún sentido.

Parece que llamaba la atención esa especie de confederación doble, con el Estado nación emergente, y entre Navarra y Álava, Gipuzkoa y Bizkaia.

–Sobre todo a partir de esa primera guerra carlista hubo rumores. No hace mucho se encontró una carta de dos altos funcionarios navarros de la época donde uno decía al otro que había llegado la proclama de Zumalacárregui de la independencia de las cuatro provincias. Ese rumor existió a lo largo de toda la Europa de 1834.

Ese año, escribe el francés Walckenaer: “La Navarra española no está incluida en este título oficial de provincias bascongadas; pero no obstante, es un cantón vasco”.

–Los extranjeros se mueven en una terminología que a veces no la tienen clara y que va por modas. Cuando el Reino de Navarra fue conquistado por Castilla, el nombre de Navarra empezó a perder fuerza. Incluso algunos empezaron a hablar de Ruchonia. Por ejemplo, Beuter en 1550. Se empezó a llamar vizcaínos a todos los que hablaban euskera, desde Baiona, hasta Pamplona y Bilbao. Por ejemplo, Hernando de Aragón, en 1555 habló de la Sangüesa vizcaína.

La falta de consenso en la cuestión nominal la trató en 1801 al lingüista prusiano Humboldt, que defendió el nombre de Euskalerria o Eusquererria. Un asunto, el terminológico, que llega hasta hoy.

–Hasta el siglo XIX se utilizó bastante el término Bizkaia para llamar prácticamente a toda Euskal Herria. A partir de ahí se empezó a llamar a cada provincia por su nombre, y los viajeros que vienen se van dando cuenta de que los vascos llaman a su propia tierra Euskal Herria, término más nombrado por alemanes, ingleses o franceses que por los españoles, que hasta finales del siglo XIX no lo empezaron a utilizar.

La crónica General de España (1868) habló de “unión vasco-navarra”.

–Sí, se utilizó...

Y en 1836 un anónimo francés abogó por un reino vasco-navarro, “cuyas capitales naturales serían Pamplona y Vitoria”.

–Sí, hubo otros que citaron que sería una buena idea hacer un reino aparte porque más o menos ya era una república independiente donde se quería conservar los fueros que del otro lado se intentaba quitar. Una posibilidad territorial que por cierto ya la había propuesto Napoleón, que según Godoy le propuso hacer una especie de marca independiente fronteriza entre los dos reinos.

Hay crónicas que difieren sobre nuestro bienestar o pobreza.

–El mundo idílico del siglo XVIII se vino abajo con la guerra de la Convención, la de la Independencia, el Trienio Liberal, la primera guerra carlista, la segunda..., que acumuladas no dejaron progresar a Euskal Herria. Y los viajeros lo notaron.

El periodista Francisco Fernández Villegas distinguió en 1898 en Roncal un uso masculino del castellano y uno femenino del “lenguaje vascongado”.

–Se suele decir que las que conservaron el euskera fueron las mujeres dentro de la familia. Los hombres tendían a salir, en la guerra, en el comercio, y entraban en contacto con gente con otros idiomas. Las mujeres transmitían el idioma a las hijas, y las hijas a las nietas.

La cuestión del género interesó.

–Es importante la visión que tuvieron los extranjeros de la mujer en Euskal Herria. Como trabajadora sin trabas, incluso creando pequeños ámbitos independientes donde los hombres no entraban. Por ejemplo, eran barqueras, cargueras..., gremios donde solo podían trabajar ellas.

¿En qué siglos aproximadamente?

–A partir del siglo XVII.

¿Aquello del matriarcado vasco no era una caricatura o un tópico?

–No, no, es que además les sorprendía muchísimo. Por ejemplo a la feminista estadounidense Kate Field, en 1873, en plena segunda guerra carlista, sorprendida por la implicación de la mujer vasca en el desarrollo de la sociedad, pero no solo para trabajar, sino también para divertirse. Eso era lo más llamativo, su participación en las romerías, en la pelota, en los deportes de fuerza...

En 1937, el bombardeo de Gernika impactó por su carácter horrendo.

–Había cuatro corresponsales en Bizkaia, al día siguiente la noticia fue mundial. El impacto fue tan grande que Franco quiso acusar a los republicanos de haber quemado Gernika en la retirada. Alemania e Italia estaban con Franco, pero Inglaterra y Francia tenían un pacto de no intervención, y muchos medios de comunicación franceses e ingleses, prácticamente todos, no estaban posicionados con la República. Había mucho desconocimiento y triunfó el relato de Franco.

Del siglo XIX hay citas de gente muy conocida, como Passolini, Borges, Sábato, Orson Welles, Hemingway, Chomsky...

–Del siglo XIX también, como Víctor Hugo o Alejandro Dumas. Y después, del siglo XX, algunos más cercanos.

Sartre denunció en 1982 un proceso de “desnacionalización” en Euskal Herria, en gran medida por la pérdida del euskera. Cuestión a debate hasta hoy.

–Él veía el desprecio que había sufrido la lengua tras la centralización desde España. A partir de 1800 y de las guerras carlistas el euskera en Navarra empezó a perder poder y terreno de manera muy clara. Si se quiere desnacionalizar un pueblo lo primero y más fácil es quitarle su idioma. Para Sartre eso quería decir que la renacionalización empezaba por la lengua.

Su libro llega al actual siglo. No hay referencias al final de ETA.

–Me parecía demasiado reciente y estaba en la mente de todos. Si hubiera encontrado una buena monografía la habría incluido. He puesto alguna de los años setenta/ochenta que me parecía bastante neutra, porque no quería incluirlas con una perspectiva demasiado subjetiva, porque todos hemos leído lo que ponían los periódicos y ya sabemos el relato sobre ETA; por eso no me quería meter tanto en ese tema, importante, pero pensaba que no era el sitio.

¿Le han quedado ganas de más?

–Sí, he tenido que quitar muchas cosas para poder meterlo todo en un libro. Yo siempre voy mirando y apuntando cosas que me van llegando. Hace cerca de un año saqué con la editorial Mintzoa un libro titulado El euskera en Navarra, que planteaba su historia en los últimos 7.000 años. Ahora me gustaría publicar un libro sobre la Mano de Irulegi para situarla en su contexto y lugar. Es algo en lo que estoy trabajando y me gustaría poder publicarlo este año. La última entrada del libro de Euskal Herria, la mirada extranjera es sobre esa Mano. Lo curioso es que se puede vincular con la primera entrada del texto, de Tito Livio [de hechos del 76 a.C], que nombró a los vascones precisamente en la guerra de Sertorio, que destruyó el poblado de Irulegi. Con esa última entrada se cierra el círculo que abarca todo el libro. Se vuelve al principio.