Uno de los españoles con menos vergüenza de los últimos tiempos murió el 3 de mayo. Aquel arrogante, bravucón, fanfarrón, truhán, chuleta, farolero, soberbio, altanero y perdonavidas, entre mil adjetivos más, vivió de muy niño en Gernika-Lumo. Se llamaba Francisco Paesa Sánchez y pudo aprender a andar sobre las ruinas aquella villa aún casi humeante tras los indiscriminados bombardeos nazis y fascistas ejecutados por los alemanes e italianos con el beneplácito de los a la postre franquistas el 26 de abril de 1937.
Ha sido el investigador José Ángel Txato Etxaniz quien ha hecho trascender este desconocido y curioso dato en la revista local Aldaba. El miembro de Gernikazarra Historia Taldea valora que es “algo muy interesante porque me estoy dando cuenta de que en el transcurso de la investigación histórica que llevo a cabo con respecto al capítulo de Gernika en el periodo de guerra, tanto en preguerra como posguerra, me estoy encontrando con personajes que han sido claves en la historia”.
Paesa hijo fue conocido en el icónico municipio situado en pleno corazón de la comarca de Busturialdea como Paquito. Su padre se llamaba como él y como el dictador Franco: Francisco. Nació en Madrid el 11 de abril de 1936, escasos cien días antes de estallar la Guerra Civil ante el golpe de Estado protagonizado por generales españoles. Su padre llegó a Gernika-Lumo con los autocalificados como “nacionales” el 29 de abril de 1937, tres días después del picassiano raid.
Poco se ha estudiado la existencia de la familia en la villa. Etxaniz lamenta que no haya personas vivas que recuerden el paso temporal por el pueblo de Paco padre y Paquito hijo. De la madre, de apellido Sánchez, ni rastro. El propio agente secreto que ayudó a fugarse al exdirector de la Guardia Civil, Luis Roldán, y que se cree que luego lo delató con fines económicos, no hablaba de su niñez ni adolescencia en las entrevistas que le hacían. En una ocasión, manifestó a la revista Vanity Fair lo siguiente sobre sus primeros años: “Mire, cuando era pequeño mi mayor ocupación era correr deprisa por el pasillo para que mi padre no me pegase dos hostias. Así que no pensaba en muchas cosas más. De ahí que a los 17 años fuera campeón europeo de juveniles en 100 y 200 metros. Tenía una salida fulminante”, declaró quien se consideraba a sí mismo como mentiroso, por lo que todo lo que testimoniaba nunca pudo darse por verdad.
A juicio de Etxaniz, sobre Francisco Paesa Sánchez –el hijo– se ha escrito “casi todo, pero al ser de esos personajes color del silencio hay pasajes de su biografía que no son conocidos. Y uno de esos es el de su niñez, que ningún rasgo de la misma había sido hasta ahora desvelado”. Su padre, de segundo apellido, Caballer, fue un funcionario del Estado miembro del cuerpo de Correos y Telégrafos, con la categoría de jefe de negociado de segunda clase, y que, al cocinarse el golpe de Estado del 18 de julio de 1936, fue destituido de sus funciones por decreto del Gobierno de la Republica al haberse posicionado con los contrarios a la democracia.
Enrolado en las fuerzas de aquel Ejército Nacional, Paesa Caballer aterrizó en la villa tres días después del lamentado bombardeo pasando a ser el responsable de la Oficina de Correos y Telégrafos, que se ubicó en el chalé Etxe Gorri del Paseo de los Tilos, lugar donde también se alojaron sus funcionarios. De acuerdo con los deseos del delegado gubernativo, Ignacio Urquijo, fue nombrado segundo teniente de alcalde del ayuntamiento de Gernika-Lumo el 21 de agosto de 1937. Según el estudio realizado por Etxaniz, en la medida que el chalé fue necesario para otros menesteres oficiales, los Paesa-Sánchez pasaron a residir en un hostal y afamado restaurante llamado Taberna Vasca, ubicado en Goienkalea, frente a la sacristía de la parroquia de Santa María.
El padre, Francisco Paesa Caballer, nombrado concejal por el alcalde franquista del momento, Juan Bilbao, y delegado de Correos y Telégrafos tuvo estos años de dura posguerra “cierta actividad política destacable” en el Ayuntamiento, mientras su hijo Paquito vivió su niñez entre las ruinas de la volatilizada Gernika-Lumo como otro niño más. Fue entonces cuando aquel fascista planteó una moción para “prohibir la lengua separatista en las lápidas del cementerio, así como todo panteón que fuera de exaltación del rojo-separatismo”. A raíz de ello –confirma Etxaniz– se taparon con abundante cemento textos en euskara del cementerio.
El historiador de Gernikazarra desconoce de cuándo a cuando la familia Paesa vivió en la villa. Así, interpreta que, con el traslado del padre a otro destino, se perdió la pista hasta que, a finales de los años 60, “Paquito fue captado por los servicios secretos españoles franquistas de la mano del entonces coronel Eduardo Blanco, y posteriormente por los comisarios de la brigada político-social, la tenebrosa BPS franquista, Roberto Conesa y Manolo Ballesteros”.
“Pícaro de cuello blanco”
Etxaniz garabatea al espía como señorito repeinado y engominado, de media estatura, miope parapetado tras unas gafas de sol, siempre con un cigarro en la mano, “elegantemente vestido, con abrigos de cachemir y pelo de camello, de cheviot, de espiguilla, y trajes y zapatos a medida e ingleses. Todo un pícaro golferas de cuello blanco”, enfatiza y valora que mostró su superioridad, estafando con un banco ecuatoguineano como beneficiario que fue del dictador Macías Nguema, a varias personas por importe de 50 millones de francos suizos. Y acabó en prisión. “Salió de allí gracias a su enamorada Dewi Sukarno, la viuda del dictador indonesio, tras pagar 800 mil dólares de fianza. Tras llenar páginas de revistas del corazón desapareció, hasta reaparecer en un golpe contra ETA. Se había convertido en traficante de armas”, extracta.
Etxaniz apostilla que quien formó parte de las cloacas del Estado fue un impenitente viajero por el mundo que reapareció tras la fuga de Roldán, a quien “tras artera maniobra, engañó para que se entregara, quedándose, según algunas fuentes, con el dinero que aquel poseía”.
Sus artimañas llegaron al punto de que diseñó una supuesta muerte para su persona y de ese modo vivir en el anonimato mundial. Los medios de comunicación fecharon aquella irreal defunción el 2 de julio de 1998 en el país asiático de Tailandia, llegando a encargar incluso misas gregorianas por su persona tras ser incinerado, según su esquela. “Pero fue falso. En realidad, la muerte le esperó hasta el pasado 3 de mayo, cuando murió en Bois-Colombes, departamento francés de Altos del Sena”, elucida.
Con todo, queda para el estudio una mayor profundización de cómo fueron los primeros años de aquel a quien Etxaniz contempla en la revista Aldaba como “playboy, espía y banquero que se crio entre los escombros de Gernika”. El resucitado y muerto en París, respondió únicamente al periodista de Vanity Fair sobre su “infancia en Madrid”, sin citarse su paso por la villa foral y por extensión, Euskadi. El cronista, pormenorizó que el espía no tenía memoria de aquella etapa ni de su adolescencia “porque no fue feliz”. Paesa concluyó su testimonio dando muestra una vez más de su talante: “Los recuerdos que tengo es porque me los he inventado”.