No ha sido, no, un año tranquilo. Dos campañas electorales, una en mayo y otra adelantada a julio, y una convulsa formación de Gobierno primero en Navarra y después en Madrid han dado lugar a dos gobiernos muy parecidos a los que había antes. Y a un mapa municipal similar también al anterior. Nada parecería haber cambiado si no fuera por la moción de censura en Pamplona, epílogo de un intenso año electoral que, sin embargo, ha confirmado algunas tendencias de fondo que han consolidado una mayoría progresista que la derecha, presa de sus propias urgencias, no ha hecho sino cohesionar.

Ha pasado por alto porque las fechas no son las mejores para hacer mucho caso a un debate político que más allá del juego de mayorías poselectoral apenas genera interés. Y porque toda la atención mediática se la lleva el relevo en la Alcaldía de la capital navarra, que ha descolocado a la derecha regionalista. Pero esta semana el Gobierno de Navarra ha sacado adelante la reforma fiscal y ha dejado encarrilados los presupuestos, cuya tramitación parlamentaria tendrá lugar en enero.

No es la única foto de interés. El cierre de año deja también la presentación del nuevo gobierno municipal en Pamplona, con todo lo que ello implica. Y el habitual brindis navideño que organiza el Parlamento, al que por primera vez no fueron ni UPN ni PP. La derecha, enfurruñada todavía con la pérdida de una Alcaldía que no se esperaba ver caer, dio plantón al conjunto del arco parlamentario –y a los trabajadores de la Cámara– en una nueva escenificación de su malestar. Justificado pero infantil y estéril.

El día después

Es de suponer que una vez superada la traumática moción de censura la normalidad volverá al debate a partir de enero. Sería al menos lo deseable. No conviene elevar en exceso un clima de crispación que puede acabar contagiando a la calle, generando escenas que nadie desea. Tampoco le interesa a UPN prolongar mucho tiempo una dinámica que no hace sido subrayar su propia derrota. Salvo que sirva como argumento para mantener prietas las filas de cara al congreso que los regionalistas prevén celebrar en primavera.

Quizá entonces se observe con mayor nitidez el dibujo que ha dejado este último ciclo electoral, que da para muchas interpretaciones, pero que sobre todo deja una derrota clara. La de UPN, que no solo sigue lejos del Gobierno y pierde Pamplona. También se ha dejado por el camino, en este caso por decisión propia, el paraguas que le ofrecía el PP en Madrid, que pasa a ser un peligroso rival electoral. Lo peor de todo es que las perspectivas a corto plazo no son buenas. La mayoría progresista es amplia y, ahora con Pamplona en la ecuación, está obligada a mantenerse cohesionada aunque solo sea por un mero interés partidistas.

Queda espacio para la crítica. Los presupuestos van a ser continuistas, en lo bueno y en lo malo. La sanidad navarra sigue teniendo carencias importantes y la propia reforma fiscal no deja de ser un parche que queda lejos de las necesidades de esa gran parte de la población que, si bien no sufre riesgo de exclusión, siente que nunca le llegan las ayudas que financia con sus impuestos.

Es el margen de oposición que le queda a UPN, que parecía apostar por un cambio de estrategia que le permitiera recuperar protagonismo. Pero que ha vuelto a aparcar como reacción una moción de censura que no deja de ser previsible y lógica.

Es el epílogo de ciclo electoral tras el que todo sigue más o menos donde estaba, pero deja ganadores y derrotados. Y que apunta movimientos de fondo que la derecha, con su oposición frontal en Madrid y su reacción desmesurada en Navarra no hace sino acelerar. Consolidando mayorías nacidas de las circunstancias pero que han servido para acabar con algunos tabúes que tienen difícil vuelta atrás. Y ese es un cambio más profundo que el mero relevo en una alcaldía.