Si no fuera porque vivimos en una burbuja mediática inflada de forma interesada, seguramente el análisis de las últimas elecciones hubiera sido muy diferente. Porque el resultado del PSOE el pasado 23 de julio no fue bueno. Sánchez necesita el apoyo de aliados hasta ahora imposibles no ya para su investidura, sino para garantizarse la gobernabilidad. Y no va a ser fácil lograr una mayoría estable en Madrid.

Pero la derecha y sus satélites mediáticos se empeñaron en generar una expectativa desmedida en torno al PP y a Vox. Dieron por segura su victoria desde una posición arrogante y agresiva que acabó movilizando a la izquierda en torno a Sánchez, que sigue siendo el político más hábil e intuitivo de todos los que hay en el Congreso. Tenía mala mano, pero ha sabido jugarla bien y está a punto de volver a ganar la partida.

Casi dos meses después, ni el PP ni Feijóo parecen haber entendido nada de lo que ha ocurrido. Y lo que es peor aún, están cometiendo los mismos errores que les llevaron a perder las últimas elecciones. Porque más allá del resultado, las elecciones las gana quien gobierna y las pierde quien queda en la oposición. Y aunque todavía quedan muchas bazas por jugar, Feijóo va camino del desfiladero. Y los suyos lo saben.

En realidad, el candidato popular perdió sus opciones de llegar a La Moncloa el día en que el PP firmó su primer acuerdo de Gobierno con Vox. Habían pasado apenas dos semanas de las elecciones autonómicas y locales que habían hundido al PSOE, pero esa foto, que se concretaría después con la supresión de las políticas de igualdad y la eliminación de simbología LGTBI en múltiples instituciones, supuso un punto de inflexión. Demasiado ruido para los intereses electorales del PP. La derecha no lo quiso ver porque estaba cegada por sus propias encuestas. Pero había una reacción en la calle que se iba a trasladar después a las urnas, haciendo inviable la mayoría absoluta de la derecha, la única vía para llegar a La Moncloa mientras la ultraderecha esté en la ecuación.

No fue una victoria contundente del PSOE, pero sí suficiente para salvar la bola de partido y ganar tiempo. Para que cundan los nervios en la dirección de Feijóo, que no acaba de fijar una estrategia coherente porque no controla el partido. No va a ser fácil para Sánchez lograr la investidura porque la amnistía no va a ser fácil de explicar. Sobre todo si se aprueba como una mera contrapartida a cambio del poder y no como una apuesta clara y sincera por la convivencia en Catalunya. Pero puede acabar sacándola adelante sin mayores complicaciones si la derecha persiste en sus errores.

Vuelta a Colón

Y en esa dirección precisamente apuntan las manifestaciones convocadas en Barcelona y en Madrid contra la negociación del nuevo Gobierno. En un momento en el que las dudas empezaban a surgir en una parte de la izquierda en torno al proceso de investidura, en la necesidad o no de pactar con un independentismo catalán que no da muestras de arrepentimiento, la derecha vuelve a pasarse de frenada, azuzando una crispación que no hace sino cohesionar al resto de partidos en torno al PSOE.

Es poco probable que ésta fuera la estrategia inicial de Feijóo, que en los últimos meses ha mostrado síntomas de improvisación continua. El líder del PP ha pasado de buscar la investidura y recuperar puentes con la derecha catalana, que podría facilitarle la gobernabilidad, a volver a salir a la calle empujado por la derecha más radical y con Aznar nuevamente en la retaguardia.

El líder del PP se ha vuelto a ver arrastrado por el entramado de poder que domina la escena madrileña, que apuesta una derecha dura y cohesionada que haga de gran contrapoder en un Estado en el que todo pasa y todo se decide en la capital. Quizá no tenga no tenga el poder ejecutivo, pero sí el económico, el mediático y el judicial. Y eso es mucho poder.

Sobre todo si el conflicto catalán sigue vivo, o al menos latente. Porque mientras Catalunya siga en la inestabilidad, tendrá las manos libres para seguir avanzando en su apuesta centralista y ultraliberal. Con Madrid como principal y casi único motor económico de un modelo de Estado en el que aumentan las desigualdades sociales y territoriales.

Es lo que está jugando más allá de una investidura que sigue siendo incierta y que necesariamente pasa por una solución al conflicto catalán. Y eso, guste o no, pasa por dar carpetazo a las consecuencias judiciales del 1 de octubre de 2017. No está claro que Sánchez lo vea así, pero al menos es consciente de que esa es la única vía para su investidura. Y eso puede ser suficiente para empezar a desatascar un problema que requiere también un reconocimiento de la pluralidad identitaria. Madrid Gran Capital o Estado Plurinacional.

La respuesta previsiblemente no llegará hasta después la investidura fallida de Feijóo, prevista para el día 26, y una vez superadas las protestas contra un acuerdo que todavía no se ha producido. Y aunque el escenario sigue siendo complicado para el líder del PSOE, la derecha puede acabar facilitándole una salida al callejón, recordando a los escépticos, que de buena o mala fe rechazan un nuevo Gobierno progresista, que la alternativa siempre será mucho peor.