En los años 60 los jesuitas fundaron en Centroamérica tres universidades que están en el corazón del imaginario y de la experiencia intelectual, política, sentimental y espiritual de muchos de nosotros: la Universidad Centroamericana (UCA) en Nicaragua, la Universidad Rafael Landívar (URL) en Guatemala y la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) en El Salvador.

El papel de los jesuitas vascos en estas tres universidades es parte de la historia de la región, así como lo debería ser de nuestra memoria, porque ellos fueron tan producto de nuestra identidad como lo fue 500 años antes su hermano mayor, el de Loyola. La sangre de Ellacuría y de sus compañeros nutriendo el jardín de la UCA de El Salvador como semilla de liberación es el símbolo más dolorosamente poderoso de ese alimento de vida digna.

Xabier Gorostiaga, rector de la UCA de Nicaragua en los años 90, se presentaba poco antes de morir en Loiola en el 2003, así: “Soy vasco-nicaragüense. Nacido en el exilio en 1937, en la dulce y entrañable Galicia, donde mis padres, nacionalistas vascos abertzales fueron a esconderse para escapar de la represión franquista. Mis estudios de Teología los realicé en la Universidad de Deusto. La crisis social y la crisis vasca estaba en sus momentos más críticos en su lucha contra el franquismo. Me hice miembro de la Misión Obrera y participé activamente en las grandes huelgas de la época”.

La apuesta de estas universidades centroamericanas por los más pobres, por los excluidos, por los crucificados en la historia, su opción por la justicia y por la liberación, las llevó a compromisos políticos muy concretos. El mismo Gorostiaga fue director de Planificación Global en el gobierno sandinista, hasta su renuncia tras dos años en el cargo y después de “veinte años involucrado intensa, apasionadamente con la epopeya de la Revolución Popular Sandinista y su desmoralizador harakiri ético (porque) considero que fue la inconsecuencia ética con sus valores los que hicieron fracasar el intento: las luchas internas por el poder; el personalismo de los dirigentes; la lejanía creciente del pueblo y de los cuadros medios; la ideologización de un marxismo trasnochado en algunos cuadros dirigentes que no aceptaban el mercado como una realidad económica; la falta de respeto a las identidades campesina, indígena de la mujer y de la religiosidad popular (…). El personalismo y la ambición de poder, la corrupción y el suicidio ético descompuso el atractivo moral y humano que tuvo esa gran épica histórica de un pueblo pequeño en el patio trasero del imperio”. Gorostiaga no necesitó vivir los últimos 25 años de degeneración sandinista para ver antes, mejor y más lejos.

Gorostiaga recuerda que “en 1981 estos síntomas eran iniciales y se confiaba en que pudieran ser corregidos. Por tanto, la renuncia y las críticas se hicieron a nivel interno para no dar posibilidades a la campaña de demonización internacional que Estados Unidos y la derecha habían lanzado contra la Revolución Sandinista. La decisión fue renunciar, pero seguir cooperando desde una posición más autónoma, manteniendo el criterio que el padre Pedro Arrupe había dado a los jesuitas en Nicaragua: apoyo crítico”.

Esta semana el régimen putrefacto de Ortega y Murillo ha clausurado la UCA de Nicaragua e incautado todos sus bienes con el pretexto de delirantes acusaciones que harían las delicias del sátrapa más desquiciado. Dice mucho que Nicaragua sea uno de los únicos seis países que votó en la Asamblea General en contra de considerar la invasión de Ucrania como una agresión contraria al Derecho Internacional, en la muy selecta compañía de Bielorrusia, Corea del Norte, Siria, Eritrea y Mali.

Gorostiaga dijo en su día “ante la agresión de Reagan, yo creí que no había otra opción ética”. Ante el régimen de Ortega no creo que haya otra opción ética hoy que posicionarse directa, nítida y activamente en contra.

Termino con lo dicho por los jesuitas en su comunicado de respuesta de este mismo jueves: “La confiscación de la UCA es el precio a pagar por la búsqueda de una sociedad más justa, por proteger la vida, la verdad y la libertad del pueblo nicaragüense, en consonancia con su lema: La verdad os hará libres (Juan 8, 32)”.