Sobre los años 50 del pasado siglo XX aconteció en EEUU una campaña de vigilancia masiva y represiva, auspiciada por el entonces senador (de infausto recuerdo) Joseph McCarthy y su tristemente famoso “comité de actividades antiamericanas”, creando una lista negra que se extendió a todas las “capas” de la sociedad norteamericana. La campaña puso en su punto de mira a historiadores, artistas, presuntos espías y después se fue alargando a las universidades y, como digo, a otros sectores de la sociedad, todos ellos “peligrosos comunistas”.

Aquella caza de brujas acabó cayendo, así como su instigador, pero dejó una huella tal que acabó reduciendo el pluralismo político, con el consiguiente clima de desconfianza que, parece, ha llegado a la actual Administración Trump. Desde su llegada al poder, hace unos meses, parece haber desatado una nueva y viral caza de brujas que, cada vez con menor disimulo, pretende acabar con las libertades y cercenar los derechos de todo aquel o aquellos que no le sean afines, llámense medios de comunicación, “peligrosos” inmigrantes, así como su última y obsesiva fijación: aquellas universidades que no se plieguen a sus exigencias, eliminando de golpe la libertad de pensamiento, equidad, diversidad o inclusión, atentando contra el mismo “espíritu” académico.

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Peligra como nunca la democracia, con un “modelo” muy exportable que tenemos más cerca de lo que creemos. Ojalá la sociedad estadounidense despierte de esta especie de letargo en el que parece inmersa; que esta nueva caza de brujas no termine por socavar esa democracia que parecían tener, sin que nosotros, los europeos, lo miremos de reojo.