“Una fosa no es una fosa hasta que se abre y se verifica que contiene restos. Y esto ocurrió en el cementerio Leginetxe de Amorebieta-Etxano el pasado viernes a las nueve de la mañana”, detalla a DEIA Alberto Sampedro, miembro de la agrupación Euskal Prospekzio Taldea quien junto a Kepa Ganuza, también integrante del mismo colectivo, han logrado tras dos años de empeño que la primera cata haya llegado a buen puerto. Y si las cifras que manejan estos investigadores son reales, estaríamos ante la fosa común más grande de Euskadi. “Es posible que sí lo sea. Según trabajos de documentación previa que tenemos, podría serlo, pero hasta no abrirla entera, no se sabrá”, y esto último tardará un tiempo, advierten.
“Yo diría que la de Amorebieta-Etxano sería la mayor tanto en monte/cuneta como en cementerio”, pormenoriza Sampedro, quien maneja listados que vienen a asegurar que en ese prado verde sin tocar desde la Guerra Civil podrían estar enterrados más de 200 cuerpos. No obstante, recuerda que “en Legutio hablaban de 300 en unos nichos y en Gernika de más de 80, pero ninguna se ha abierto con método científico”. En Durango también se esperaba encontrar un centenar, pero finalmente se prospectó y no estaban. Sampedro confirma que la mayor fosa común prospectada hasta la fecha es la de Begoña, con más de 40 cuerpos localizados.
Ganuza se muestra precavido. A su juicio, la creencia heredada en el municipio dice que fueron alrededor de 200 las personas enterradas en el cementerio. Y ahí matiza: “No hay ningún documento que corrobore que están esas 200 personas en la fosa común. Es el boca a boca del pueblo el que habla de ello. Pero, ¿se enterraron todas ellas en esa parcela en la que se ha llevado a cabo la cata?”, cuestiona. El investigador que ha promovido esta búsqueda junto a Sampedro responde a su propia pregunta. “Yo no lo sé. Ni lo sabe nadie. No sé, por lo tanto, si es la fosa mayor de Euskadi o no. Cuando se abra se sabrá, porque ahora mismo, ninguno sabemos si todos se enterraron ahí o en diferentes lugares del camposanto”, asegura.
Gogora y Aranzadi
La cata arqueológica ha sido posible gracias al tesón de Euskal Prospekzio Taldea que ha movilizado al Instituto Gogora, dirigido por Aintzane Ezenarro, y a la Sociedad de Ciencias Aranzadi, con Lourdes Herrasti al cargo de este sondeo. El Ayuntamiento de la localidad ha apoyado, asimismo, la prospección. En el camposanto se han hallado restos óseos de varios individuos muertos en el contexto de la Guerra Civil en la zona.
“Creemos que no solo van a ser de los que se llevaron del frente al hospital que hubo en Amorebieta y enterrados por los propios republicanos –por lo que estarían bien situados– sino también muertos en la cárcel de hombres que hubo y que luego fue de mujeres. Y sumar, aquellos republicanos que los franquistas llevaron al cementerio”, mantiene Sampedro. Agrega que todos los heridos en Legutio, Otxandio o Intxorta iban al hospital zornotzarra, y la persona que fallecía y no era reclamada “es probable que fuera a esa fosa”. Ganuza aporta otros enclaves más próximos: “Los del monte Bizkargi, los de la denominada Cota 33, en la zona de Euba, sierra de Aramotz (Legarmendi), incluso los del monte Saibi”.
Desde Euskal Prospekzio Taldea valoran que esta fosa común ya calificada como tal –“es una realidad”, dicen– puede contar con gudaris y milicianos de diferentes batallones del Ejército de Euzkadi ya que el hospital habilitado en la localidad atendía tanto a heridos del frente de Gipuzkoa, “desde el mar hasta Kanpazar”, y de parte del frente alavés, “desde Kanpazar hasta Ubidea aproximadamente”, contextualizan con un prisma más amplio.
El Gobierno vasco, por su parte, expone que esta intervención forma parte del programa de Búsqueda de desaparecidos de la Guerra Civil. La parcela existente en Leginetxe es de aproximadamente “unos 200 metros cuadrados”, cubierta de hierba y con una cruz en el centro. Se sitúa a la derecha del acceso al cementerio. Esta primera intervención se ha practicado en un área de unos seis metros cuadrados, y en ella se han localizado, además de diversos objetos, “restos óseos, algunos de ellos con fracturas, no conectados entre sí, que hacen pensar que fueron enterrados en este lugar tras ser trasladados desde otra ubicación, donde perecieron”. Entre los objetos, destacan una hebilla de cinturón civil de latón y una moneda de dos pesetas del Gobierno de Euzkadi, emitida en enero de 1937.
El alcalde zornotzarra ha valorado que se siente satisfecho porque “de este modo, se dignifica a aquellas personas que, incluso, dieron la vida durante la guerra. Ojalá se les pueda llegar a identificar y devolverles a sus familias”, recalca Andoni Agirrebeitia. El Ayuntamiento está a la espera de recibir un informe para poder continuar con el proceso que ayude a despejar todas las hipótesis abiertas. Es decir, tras esta primera breve intervención, el equipo trabaja en un plan de actuación que permita, en próximas fechas, realizar una excavación completa de la zona “ante los indicios de que pueda haber más enterramientos”, agregan desde el Gobierno vasco.
Arrojados a la fosa
El libro Irrintzi: Grito de guerra (desde abril de 1937 hasta 1945), de Koldo Azkue, daba a conocer la posible existencia de la fosa común en el cementerio del municipio. El propio autor concluía su relato con un deseo: “Puede haber llegado ya el momento de que se sepa quiénes yacen ahí”. Dieciséis años después, trabajan juntos en ello Euskal Prospekzio Taldea, la Sociedad Aranzadi, el instituto Gogora y el Ayuntamiento de Amorebieta-Etxano. Azkue valoraba en su texto que, si muchos fueron los heridos llevados tanto al Hospital de Sangre de Zornotza como a los de otras localidades, otros combatientes tuvieron, a su juicio, peor suerte. “Cientos de cadáveres de soldados fueron retirados, cuando se podía, del frente y enterrados en las mejores condiciones del momento”.
Azkue contextualizaba el instante de la creación de la fosa común en aquel enclave por la cercanía del frente una vez iniciada la anunciada ofensiva del general golpista Mola, por la que si Bizkaia no se rendía iba a arrasarla hasta sus cimientos. “Una noche llegó al cementerio un camión cargado de cadáveres, gudaris y milicianos, milicianos y gudaris, que fueron arrojados a una gran fosa común que se abrió en la entrada misma del cementerio, a mano derecha, junto a la puerta”, escribe el autor. Añade que “fueron echados allí tal cual venían, con sus atuendos, sus correajes y sus armas. Unos caían tumbados, otros de pie. Esa gran fosa común, repleta de héroes que dieron su vida por la libertad de su País, no se ha tocado jamás por miedo a la explosión de bombas de mano que pudieran llevar encima”.
El escritor continúa detallando que el verde césped y una rústica cruz de madera, que aún hoy existe, “es todo lo que cubre a sus ocupantes”. “También las flores que en el Día de Difuntos manos abertzales depositan sobre la fosa”, concluye.
Alberto Sampedro estima que para abordar de forma minuciosa esta fosa, en caso de que sigan apareciendo cuerpos a diferentes capas de altura, harían falta “de 15 a 20 días” de trabajo. Todo ello tras el momento actual, en el que están investigando y documentando más para que la prospección sea lo más concreta posible. Los trabajos se darán en una fecha aún no cerrada que será después del periodo de elecciones. l