Infumable. Para no volver ni siquiera este miércoles a conocer la votación de una bufonada a modo de presunta censura al Gobierno. Bastó una tediosa primera jornada, abierta entre decenas de cámaras y periodistas agolpados que fueron perdiendo minuto a minuto su interés, para dejar malheridos a las primeras de cambio la decencia parlamentaria y el sentido común. En los pasillos del Congreso, de la expectación inicial por encontrar sentido noticiable al detalle más banal se pasó al hastío, y con razón. Resultó una mezcla mortecina entre tímidas sonrisas picaronas por semejante despropósito donde convivían la visión apocalíptica y progresista de un mismo país y una comprensión piadosa hacia la figura descascarillada de Ramón Tamames. Aquel respetable profesor que luchó por las libertades, como él mismo recordó después de ajustarse la correa del reloj para iniciar su discurso, y que ha acabado transformado en una marioneta narcisista de la ultraderecha durante su devenir ideológico.

Nadie se equivocó en el augurio de que la incoherente moción de Vox sería un circo, un esperpento y un disparate. Tal cual resultó para amargura del autor intelectual (?) de esta prerrogativa, que disparó inmisericorde contra el resto del mundo a excepción de los 51 diputados que le jalearon sin desmayo en cada una de sus bravatas y denuncias, fueran éstas fakes, mayoritariamente, o no. Abascal fue Abascal en estado puro. Tierra quemada sin una propuesta que llevarse a la boca bajo el mismo argumentario de toda la legislatura. Una alfombra roja para el lucimiento de Pedro Sánchez. Pero también un golpe bajo para el PP, abofeteado por cada rival durante toda la mañana con una acritud que eleva el interés por el pliego de descargo que hoy realice Cuca Gamarra. Mientras el ausente Núñez Feijóo departía a esas horas con diplomáticos europeos en la embajada de Suecia en Madrid para evidenciar su desafecto hacia la moción, el líder ultraderechista le conminaba a la cuadratura del círculo: le recriminaba la cobardía por la abstención, le instaba a que se ponga a la cola para pactar y, en el mismo paquete, le ofrecía “el borrón y cuenta nueva” para así votar juntos y conseguir de una tacada derribar al Gobierno de izquierdas y convocar elecciones. Todavía le quedaba el repaso de Sánchez.

Pasaba el tiempo de la maratoniana jornada y los cruces dialécticos ya cansinos a estas alturas de mandato entre el presidente y Abascal empapuzaban al respetable. Seguía sin tomar la palabra el candidato Tamames, allí absorto en un improvisado escaño, a un metro de pasillo de Aitor Esteban y sin aplaudir ninguna de las intervenciones de su proponente. Los soniquetes que se iban escuchando eran los habituales, aunque aderezados en esta ocasión con una advertencia que se presumía previsible desde las vísperas. El mandatario socialista alertó con machacona insistencia del riesgo que supondría la más que probable comunión de intereses entre los dos partidos de la derecha. “Un retroceso al 2013, a los tiempos del neoliberalismo, recortes sociales de Rajoy y amenaza del Estado del Bienestar”. No se recató en repetir el mensaje. Era su objetivo. Le secundó más tarde Yolanda Díaz, en una puesta en escena demasiado personalista y que rezumó sin tapujos un avance de temporada de la presentación en sociedad de su candidatura mientras se caldea el ambiente en la cocina de Podemos.

Abascal había segado la hierba al Gobierno con el tremendismo habitual sobre la emigración, la igualdad de género, la libertad sexual, pero sin mencionar a ETA como tampoco al cambio climático, la cultura o la guerra de Ucrania. Sánchez prefirió situar a su país en un escenario de recuperación económica progresiva, que protege a los más débiles y mira al futuro con optimismo. Estaba ya el escenario incandescente, abonado para que Tamames disfrutara teóricamente de su día más feliz, como dijo al llegar al hemiciclo ayudado por un atento ujier, atosigado por los flashes como a él le gusta y siempre bajo la atenta mirada de su esposa Carmen y de su inductor Sánchez Dragó, muy contenidos desde la tribuna de invitados.

No le acompañó la puesta en escena. Leyó con una voz quebrada para adornar sus críticas de una reiterada demagogia, aunque salpicada de esos ribetes academicistas propios de su reconocida intelectualidad. Arrancó sin contemplaciones, con la dureza propia de un candidato de Vox, mezcló la añoranza de tiempos pasados y se dejó las propuestas para otra ocasión. Por eso Sánchez le empitonó sin piedad. Lo hizo con tanta profusión en sus réplicas que Tamames le afeó que “usted venga con un tocho de 20 folios”. Quizá para contraponer su jocoso comentario anterior de que había decidido resumir su intervención “porque sus señorías se estarán cansando”. Tal vez para administrar las fuerzas propias de su edad y por eso eludió responder a los grupos minoritarios, donde su disparatada ocurrencia no encontró, lógicamente, refugio alguno.