Pedro Sánchez afronta una situación delicada tras haber firmado un Tratado de Amistad con el Estado francés que la otra parte no da ninguna señal de encauzar: retrasa las conexiones ferroviarias de alta velocidad, mantiene un pulso con las conexiones energéticas, y no concreta la reapertura de los pasos fronterizos. Estas resistencias, que pueden parecer contradictorias con la firma de un tratado, encuentran su explicación en la prevalencia que quiere labrarse y salvaguardar el Estado francés en materia energética, sin nadie que le haga sombra en el abastecimiento de energía y tratando de hacer valer sus nucleares; o, por otra parte, en el cierre de las fronteras poniendo bajo sospecha el control migratorio o incluso antiterrorista de sus vecinos. Al mismo tiempo que esas resistencias se mantienen, el pánico a una crisis energética europea que se desató tras la invasión de Ucrania propició que Alemania se convirtiera en un aliado inesperado del Estado español, lo que a su vez añadió presión a los franceses para que se abrieran al sur europeo y que la energía pueda fluir. De ahí esa dualidad en la que conviven un Tratado de Amistad y esas resistencias.

Todo parece girar en torno a la competencia que le plantea a Francia el sur de Europa en términos de suministro de energía. El pulso se remonta al proyecto del corredor Midcat, un gasoducto que iba a conectar a ambos estados para poder suministrar a Europa el gas procedente de Argelia y poner fin a la dependencia de Rusia. Francia no dio su visto bueno y puso en valor su energía nuclear, que sigue impulsando con el proyecto de abrir otros 14 reactores. Finalmente, el proyecto Midcat, que parecía clave para enfrentarse a la posibilidad de que Rusia cerrara el grifo del gas, fue reemplazado por el H2Med para llevar hidrógeno. 

Pero Francia ha presionado en la Unión Europea para que admita como hidrógeno verde el que se fabrique con su energía nuclear, el conocido como hidrógeno rosa, de manera que puedan coexistir ambos tipos. La ficha volvía a la casilla de salida. Tras haber amagado con abandonar el proyecto del H2Med que uniría Barcelona con Marsella, parece que Francia ha vuelto a hacer valer una vez más su peso en la Unión Europea para reconocer su hidrógeno rosa. 

Hay otro proyecto, el suministro eléctrico a través del Golfo de Bizkaia con una conexión submarina, que también presenta dificultades por el incremento de los costes. El Estado francés ha sugerido que se revisen las condiciones y que la parte española se haga cargo de esta factura extra. Ya desde el principio, el mayor peso recaía sobre los hombros del Estado español, con el 43% de la inversión, frente al 27% galo y el 30% de la Unión Europea.

Otras tensiones

Este proteccionismo también se encuentra, según destacan en algunos ámbitos, detrás de las resistencias a la conexión del Tren de Alta Velocidad. En el ámbito de los transportes, la pelea viene ya de lejos con tensiones entre Renfe y la francesa SNCF.

Para mantener el cierre de varios pasos fronterizos y controles rigurosos en otros, las autoridades francesas estiran el chicle de las excepciones del acuerdo Schengen y se amparan en los riesgos para la seguridad tras los atentados en Niza y París de 2015 y 2016, con el argumento de que pueden internarse en su territorio combatientes procedentes de África.