En la novela de Thomas Mann La montaña mágica, el protagonista Hans Castorp se encuentra en el sanatorio en el que se recupera de su enfermedad con distintos personajes; pero hay uno que le fascina particularmente. Se trata de un holandés, Peeperkorn, distinto a él en casi todo. Es una fuerza de la naturaleza, un hombre de desbordante personalidad y modales imperiosos que se convierte sin proponérselo en el centro de cuantos le rodean, del que difiere en muchos aspectos, pero al que admira.

Yo he conocido a Arzalluz en dos fases de nuestras vidas. Uno fue un momento bronco, el de las discusiones constitucionales, con enfrentamientos tormentosos y hasta zapatazos en el hemiciclo del Congreso. Pero yo sentía respeto por él: pues cuando atacaba lo hacía de frente, como un toro bravo, sin triquiñuelas ni recovecos.

Durante muchos años no tuve ocasión de encontrármelo. Pero era imposible ignorarlo, pues ejercía sin apenas proponérselo esa capacidad de liderazgo que hizo que el equipo de profesores al que ELA encargó hacer un trabajo colectivo sobre la situación vasca le definiera así: “Tras los años 1985-86 el PNV no ha vuelto a conocer problemas de liderazgo. Xabier Arzalluz, reelegido presidente por sexta vez en la asamblea de diciembre de 1995, es el líder indiscutido y carismático del partido”.

Lidió con reses difíciles, como el Pacto de Ajuria Enea, uno de cuyos motivos era la consecución de las transferencias acordadas en los años 1985 y 87, de las que sin embargo sólo se consiguieron el año 94 ocho o nueve, y no de las más importantes. Pero fue él quien junto con otros prestó apoyo, amparándose en la cobertura que les proporcionaba las iniciativas de Elkarri, a una vía distinta de pacificación que propugnaba un acercamiento a lo que entonces era Herri Batasuna y planteaba un “diálogo sin límites” sobre la solución del conflicto vasco. Esta vía se expresó en la Conferencia de Paz organizada por Elkarri en 1995 dando lugar a las llamadas “tesis de Ollora”, cuyo contenido era en síntesis el siguiente: el contencioso vasco tiene naturaleza política; un proceso de pacificación exige repartir la razón entre los protagonistas del conflicto; el PNV estaría dispuesto a mantener un debate con ETA y el MLNV y a apoyar una reforma de la Constitución que reconociera el derecho de autodeterminación, iniciando un proceso hacia la soberanía que condujera a la paz.

En la segunda y última fase, alejado ya de los focos de la atención prioritaria de los medios de comunicación, Xabier Arzalluz fue el personaje que yo creo que siempre quiso ser: conservaba, sí, esa energía que le convertía en un imán humano; pero pasó a ser una persona entrañable y generosa, siempre dispuesto a enriquecer con su presencia actos de solidaridad, fuese la presentación de un libro de los de la “cáscara amarga” o su participación en alguna de las iniciativas de Gure Esku Dago.

Esta es la fase que recuerdo con cariño.