Donostia. Fue el último disparo mortal de ETA. El 16 de marzo de 2010 el agente de la policía francesa Jean-Serge Nérin, moría en un tiroteo fortuito en la localidad de Dammarie-les-Lys, a 60 kilómetros al suroeste de París. Nérin pasará a la historia por ser el primer miembro de los cuerpos de seguridad franceses asesinado por ETA y por ser la última víctima mortal en una acción de la banda armada.

El tiroteo se produjo poco después de que un grupo de personas tratara de robar en un concesionario de automóviles. La mala fortuna se volvió contra este agente. Por un lado, Nérin acudió a atender un supuesto robo y encontró a algo más que a meros ladrones: encontró a un grupo de miembros de ETA que abrieron fuego contra los gendarmes. Además, aunque el agente francés llevó puesto el chaleco antibalas, la bala le impactó en la axila. La única zona desprotegida.

La muerte de Nérin dejó tras de sí un drama humano. Como siempre sucede. El agente francés dejaba mujer y cuatro hijos. Tenía 53 años y llevaba más de 30 años en el cuerpo. Más de media vida dedicada a esta labor. Arkaitz Agirregabiria, Mikel Karrera Ata, Joseba Urbieta y Joseba Fernández Aspurz fueron imputados por su supuesta participación en este tiroteo. En esta ocasión, el modus operandi de ETA despertó un cierto desconcierto, ya que nunca había robado coches en masa.

El asesinato del gendarme irrumpió de lleno en un momento en el que la izquierda abertzale ilegalizada y el Movimiento de Liberación Nacional Vasco (MLNV) afrontaba un debate interno para despejar su futuro, recogido en el documento de conclusiones Zutik Euskal Herria. Después del asesinato de Nérin, las miradas estaban puestas en la reacción de la izquierda aber-tzale, una reacción que muchos consideraron insuficiente.

La muerte del agente fue la última ocurrida en una acción de ETA. Pero los últimos atentados de la organización en el Estado español tuvieron lugar un año antes, en 2009. Aquel fue un año sangriento, en el que fallecía el inspector de la Policía Nacional, Eduardo Puelles. Cuando sociedad y clase política apenas se habían recobrado del golpe, la banda actuó en Mallorca, que curiosamente se encontraba blindada ante la próxima llegada de la familia real española. En esa ocasión murieron dos guardias civiles en la localidad de Calvia.