Ojos afilados. Mandíbula tensa. Mirada de tiburón y dentellada de cocodrilo. Jokin Altuna levanta el vuelo en el frontón Bizkaia de Bilbao. Sonríe. 22-5 y a casa. La txapela del Manomanista es suya, la tercera de su cuenta particular. Paseo militar sobre un Unai Laso inerme y superado. Ocupa otro palmo de la historia el amezketarra. Iguala a cetros de la especialidad reina con Miguel Gallastegi y Patxi Eugi tras los conquistados en 2018, 2021 y este domingo. Acecha a mitos como Atano III, Rubén Beloki y Aimar Olaizola, con cuatro. Palabras mayores. Lo de Altuna III es de otra galaxia. Un extraterrestre en el Planeta Pelota.
Jokin bordó la hoja de ruta que traía estudiada de casa. Aplastamiento. Una avalancha. Las bases: un saque potente y cruzado, buscar los pies, tomar el centro de la cancha y mostrarse agresivo. Dicho y hecho. Clase magistral. Laso le duró apenas 180 pelotazos y tres cuartos de hora. Le metió siete saques, cuestión vital en la modalidad. Laso no fue capaz de frenar la crecida.
Porque Altuna III ha sido como un río salvaje y brutal, azuzado por las lluvias del pasado. En el retrovisor: la dolorosa derrota por 7-22 en cuartos de final contra el mismo rival y en el mismo escenario. En el retrovisor: la confianza perdida y el remar a contracorriente en un Manomanista en el que tardó en coger el juego. En el retrovisor: sobrevivir a contrapelo, como el junco de la ribera, flexible, que se mece ante el huracán pero nunca se rompe. En el retrovisor: el ego de la supervivencia, el aquí estoy yo, el émulo de Hamlet en el ser o no ser. Y ser. Y salir adelante a pesar de los elementos. Y Jokin, cuanto más presión en contra, cuantos más problemas, es más Altuna III. No se rinde. Animal competitivo.
Con el agua al cuello
Y es un río en plena crecida. La victoria ante Darío por 22-19, con el agua al cuello, supuso un alivio. Y un chute de confianza directo al corazón. Jeringuilla de adrenalina. Muy Tarantino. Y, a la contra, pareciendo un pelotari vulnerable ante un adversario favorito como Iñaki Artola, forjó un semifinal de escándalo (22-10) y este domingo lo volvió a hacer ante Laso, con la etiqueta por su devenir en todo el Manomanista, de exhibición en exhibición. Nadie le había hecho doce tantos. Siempre había sacado bien. Altuna III anuló todo para calarse la lana, como el héroe capaz de regresar del inframundo tras sortear el precio de Caronte en el viaje a través de la laguna Estigia. Unai, como Ícaro, voló y voló y voló. Hasta tan cerca del sol que...
Y de aquella oscuridad relativa y ese viaje a contrapelo emergió el amezketarra, desbordante de caudal, avasallando a Laso, al que se le aparecieron todos los fantasmas con una tacada de 19 tantos en contra, una auténtica barbaridad. La cabeza empieza a rular, a rular, a rular. Y cambian las tornas. Lo que antes era un brillo supremo que nace de la diestra de Unai y de su carácter inflamable, se apaga con el soplido del perseverante, el cabezota, el terco. Altuna III se atrevió a robar la luz de los dioses como Prometeo. Águilas mordisqueándole el hígado. Y sobrevive a todas las inclemencias. Siempre lo hace. Vuelve a crecer. Una y otra vez.
Ocurre que a Laso no le había tocado gestionar un partido tan desnivelado en el mano a mano. Le había salido todo de cara, rodado. Pero llegó el mal día en el peor momento –sobre todo, cuando el Manomanista permite margen de error en la liguilla de cuartos de final–. Sufrió también el de Bizkarreta-Gerendiain un golpe en la muñeca izquierda que mediatizó parte de su inicio de partido –fue en el 4-1 y le dejó la mano dormida durante unos cuantos minutos, pero no fue una excusa–. Lo peor de todo fue que el delantero de Baiko no fue capaz de mirarse al espejo. Síndrome del impostor. Eso sí, hace un año estaba en el quirófano y este domingo jugó una final. Caer y levantarse. No hay otra. Laso volverá.
La marabunta de Altuna III
Pero el Manomanista es maniqueo. Se vino la marabunta de Altuna III con un juego inteligente y belicoso. El eclipse cegó a su rival. El de Aspe comenzó restando y se puso a bote. Declaración de intenciones ante el mejor sacador del campeonato, cuyo primer pelotazo es una puñalada por la pared. Un mantra: “Ante esos saques, no existe el buen sacador”. Solución: distancia y un pelotazo potente y direccionado para evitar el saque-remate. Spoiler: funcionó a las mil maravillas. Apenas recibió un saque-remate, el 21-5. ¿Quién dijo miedo? Laso inició con dos buenos pelotazos con la derecha. Altuna III falló con la diestra en el peloteo. Después reconoció que, pese a haber perdido el cartón, se notaba con juego, energético. Y Jokin se desató. Metió tres saques directos para poner la velocidad de crucero al título. El guipuzcoano afiló el primer disparo con un derechazo seco a la pared que es prácticamente imposible de contrarrestar. Laso se puso de aire. Decisiones en milésimas de segundo. En el 4-1, además, recibió el golpe en la muñeca. Jokin se fue directo al 19-1. Gancho al mentón. Disparo al centro de flotabilidad del partido. 19 tantos de toda clase y color. Laso, espeso, mostró la rabia.
La final más “atractiva” del panorama se derrumbó como un castillo de naipes. Altuna sopló con pulmones de titán para desmadejar el desenlace del Manomanista y poner rumbo al título. Apenas pudo maquillar Laso, con la rodilla hincada ante el nuevo monarca de la especialidad, con unos tantos sacado más de la rabia y del coraje que de la sensación de seguir dentro del encuentro. Colmillo y sangre fría de Jokin, que no soltó la lana de los dientes y la saboreó como una bestia con un solo objetivo: seguir sumando números de oro a su ya más que prolífico palmarés.
No hubo siquiera amago de reacción en el bando azul, porque Altuna no dio pie. Siguió a lo suyo, castigó desde el saque –suerte con la que acabó sumando siete tantos directos– y debatió con comodidad en el peloteo. Incluso, en los momentos más candentes de su rival, estuvo soberbio en defensa, arrebatando cualquier amago en una final desequilibrada en una sola tacada. Jokin aparece siempre. Tiene su tercera txapela y se reafirma en su condición como líder de la pelota profesional. Mirada de tiburón. Mordisco de cocodrilo, sí; pero alma rediviva e indomable, también.