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Santo Tomás con txistorra

Salud

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Hace unos meses, un periódico donostiarra publicó una interesada filtración en la que se afirmaba que la jefe del Servicio de Actividades –mi antigua compañera, amiga y maestra– había concedido una licencia irregular de bar en una zona saturada. La concejala de Urbanismo, Nekane Arzallus, anunció la inmediata apertura de un expediente que, seis meses más tarde, se ha archivado por caducidad, sin que se haya aportado ninguna información, ni impulsada ni tramitada actuación alguna.

Aquella licencia, supuestamente concedida indebidamente, nunca existió y ahora lo reconoce la Dirección de Presidencia; ergo tampoco se cometió irregularidad alguna. Lo único constatable es la difusión de una noticia falsa, con el conocimiento y beneplácito de la citada edil y entonces primera teniente de alcalde, a pesar de saber desde el principio que todo era una gran patraña.

El silencio nunca es la respuesta adecuada ante calumnias, injurias o mentiras, ni la defensa que cabe esperar cuando la falsedad puede conllevar el escarnio público o el linchamiento social. Mucho menos por parte de quien, por el cargo que ocupa y el respeto debido hacia sus subordinados, debería haber sido la primera en salir en defensa de la verdad. La concejala no ha estado a la altura.

Ahora sólo queda solicitar la reparación pública y la restauración del honor y dignidad de una funcionaria municipal de elevado nivel técnico, acendrado compañerismo y ejemplar trayectoria profesional durante casi cuatro décadas, cuestionados por unos parvenus que avalaron un bulo para disimular, quizás, la continuada política de vulneración del deber de abstención, de beneficios partidistas o de trato favorable en tan caótico departamento, falto de direcciones técnica y política.

Audífonos

Mientras que los oftalmólogos prescriben unas lentes que otro titulado universitario, el óptico, montará, los audífonos ni los prescriben los otorrinolaringólogos ni, mucho menos, los expende ningún profesional titulado, aunque lleve bata blanca. 

Es normal que, a partir de cierta edad, en un elevado porcentaje de personas se aprecie una disminución de la capacidad auditiva, que puede llegar a ser, en algunos casos, limitante, pero, insisto, es una hipoacusia fisiológica, no patológica, luego difícil de ser financiada, siquiera en parte, por las administraciones. 

Esta circunstancia ha hecho aflorar un mercado nuevo que, con el apoyo de una importante campaña publicitaria dirigida al entorno familiar de la persona sorda, incide en la fibra más sensible de los potenciales usuarios: las relaciones con los nietos, por ejemplo, para vender a unos precios estratosféricos que, en absoluto, se corresponden con unos aparatos fabricados en serie, unos ingenios muy discretos que, en realidad, no dejan de ser unos amplificadores del ruido ambiente que padecemos habitualmente. 

Conozco varios casos de usuarios de mi entorno familiar y social, incapaces de soportar semejante estrépito permanente de fondo que, después de tan importante inversión inducida, cuando no regalada por los hijos, guardan en su mesilla de noche los artilugios para usarlos, únicamente, en determinadas situaciones que lo aconsejan: conciertos, charlas y cuando vienen los promotores de tan elevada inversión, para evitar polémicas.

Sólo en algunos casos graves de presbiacusia, el médico optará por el implante coclear fijado al hueso temporal, un transductor de audio programado que produce vibraciones que se transmiten a la cóclea, permitiendo la audición. En este caso, todo el proceso se hace bajo su prescripción y control estrictos, precisando de una complicada intervención quirúrgica con varios días de estancia hospitalaria y un posterior ajuste del aparato, realizado por especialistas y abonado íntegramente por Osakidetza.

Corsarios del mar

Durante cuatro siglos, hasta comienzos del XIX, además de la caza de ballenas y la pesca del bacalao, los marinos vascos se dedicaban –con la autorización real (patente de corso) previa al abono del oportuno porcentaje– al asalto de navíos holandeses, franceses o ingleses en alta mar, lo que les supuso pingües beneficios y un notable impulso para las economías locales.

Corsarios de tierra adentro

Ahora, esta praxis ha evolucionado. A un conocido mío acaban de registrarle sus oficinas en Navarra, porque dicen que abonó una cantidad para asegurarse la adjudicación de unas obras en Zaragoza y Asturias con las que ganó mucho más. No me lo creo. 

Se trata de una práctica, la del conseguidor que, según se desprende de lo publicado en los medios, es bastante recurrente en el mundo empresarial que se relaciona con las administraciones; desde aquel despacho de Juan Guerra en la Delegación del Gobierno en Sevilla hasta nuestros días, incluidos los trenes de alta velocidad a La Meca, que exige discreción y profesionalidad, si bien, como en todos los ámbitos, existen buenos y malos profesionales. 

Piratas del siglo XXI

Podría ser una adaptación de cualquiera de las novelas de mi admirado Patrick O’Brian al siglo XXI pero, lamentablemente, no es así.

Ahora, los piratas utilizan modernos barcos de guerra dotados de los más variados artilugios y –en vez de galeones españoles cargados de oro– el botín son petroleros venezolanos. 

En el siglo XVI no existían leyes que protegían el libre comercio o la libertad de navegación, ni el derecho internacional ni la ONU como ahora, pero el resultado es el mismo: los piratas campean a sus anchas y, como James Bond, tienen la licencia para matar y robar, la que les confiere un presupuesto de 900.000 millones de dólares anuales y un jefe pendenciero. Dudo que haya alguien que ose hacerle frente. Y todos a reírle las gracias. Chitón, que viene el sereno.

Domingo

Txistorra de Loidi de Orio. Sopa de pescado. Xapo rebozado con ensalada de escarola. Rosco de Reyes de crema de Gasand. Txakoli Agerre de Getaria. Agua del Añarbe. Café.