Denunciar el genocidio –sin ingenierías semánticas– que perpetra el gobierno sionista y apoyar el Estado palestino, no supone, en absoluto, comulgar con Hamás y justificar sus métodos terroristas. De estas barahúndas en las que se entremezclan, objetivos políticos y nobles sentimientos, en Euskadi tenemos sobrada experiencia. Y ya nos entendemos.
Horror inexpresable
Está aceptado por los historiadores que el papa Pio XII no estuvo a la altura de lo que se esperaba de él a la hora de denunciar los crímenes nazis contra los judíos durante la II Guerra Mundial. Algo parecido podría pasarle a León XIV. La percepción mayoritaria es que tampoco está dando la talla, como cabría esperar de un líder espiritual, frente al genocidio palestino.
Lo que hasta la fecha ha manifestado sobre la masacre es tan descafeinado, que parece un intento por escurrir el bulto. Está claro que, al pasar de refilón sobre el horror inexpresable que estamos presenciando, tiene visos de ser un grave pecado de omisión, más allá de la acostumbrada praxis de la diplomacia vaticana y los pecados de omisión son actos de inacción, es decir, es no hacer algo que se sabe que se debe hacer, que es correcto o que es un deber moral. Los pecados de omisión suponen no cumplir con las responsabilidades o en hacer el bien que se podría o debería haber hecho. Ejemplos bíblicos incluyen no ayudar a alguien herido o hambriento, como en la parábola del Buen Samaritano.
No hay en el mundo ningún tribunal que juzgue pecados de omisión, así que no existe el riesgo de denuncia o condena para León XIV. Las cuestiones legales no deben confundirse con las cuestiones morales. Para las primeras, la sociedad se dota de legislación, jueces y tribunales; para las cuestiones morales están la conciencia y los preceptos y dogmas que cada religión impone a sus fieles.
Lo que vemos a diario en Gaza trasciende todas las categorías morales, por eso lo he definido así, “horror inexpresable”, porque la mayoría no encontramos palabras para describirlo. Todo lo que se diga o se pueda decir parece insuficiente
El Vaticano ve prudencia donde otros ven cobardía. Puede ser también un asunto de sensibilidad dermatológica. No es lo mismo tener la piel de seda que tenerla de cocodrilo. No se conmueve ni se aflige lo mismo el que la tiene fina y sedosa, que el que la tiene acorazada. La empatía por el que sufre también es diferente, grande en uno, imperceptible en el otro.
¿Dónde encuadrar a León XIV? Vaya usted a saber, posiblemente haya tantos encuadres como personas. Y mientras divagamos sobre el enigma, Israel sigue matando palestinos inocentes, día tras día, como si no hubiese mañana.
Biorresonancia
Un estudio reciente de la Universidad de Michigan, publicado en Science Advances, propone que un desplazamiento de los polos magnéticos de la Tierra –excursión geomagnética de Laschamp– hace 41.000 años, pudo contribuir a la extinción de los neandertales al permitir una mayor penetración de radiación cósmica y ultravioleta, lo que habría generado condiciones ambientales más agresivas que los neandertales no pudieron resistir y los Homo sapiens, nuestros ancestros, sí.
Viene esto a cuenta de la moraterapia o biorresonancia, pseudoterapia médica muy de moda en ciertos ambientes, que consiste en la manipulación de las “ondas electromagnéticas” del cuerpo, obviamente realizadas por un experto titulado en el extranjero, a ser posible en EEUU, aunque valdría cualquier universidad privada madrileña. En ambos casos, por correspondencia.
El “doctor magnético”, provisto de una bata blanca, sabedor de que el cuerpo humano genera actividad eléctrica, maneja un dispositivo electrónico que detecta las frecuencias alteradas del paciente y, con hábiles estímulos, fruto de sus sesudos conocimientos, neutraliza las “ondas patológicas”, sustituyéndolas por otras “ondas saludables” o armónicas, restaurando el equilibrio energético y curando al paciente.
Y si luego le aplicamos ácido hialurónico en las plantas de los pies, unos tragos de agua hidrogenada que reduzcan los radicales libres y una crema hidratante para rejuvenecer las células, se queda como nuevo.
En realidad, todo es un camelo –en caló, engaño–. Una pseudociencia que carece del menor rigor científico. Siempre habrá alguno al que le ha ido bien. Cuando haya gastado suficiente dinero sin resultados, deberá volver a recurrir a Osakidetza y, a lo peor, no puede recuperar el tiempo perdido, pero siempre podrá echarle la culpa de su dolencia al médico y manifestarse en contra de su privatización, lo que no podría hacer, por la vergüenza de sentirse estafado, con el doctor magnético.
Puzle
Tres profesoras donostiarras jubiladas, es decir, muy baqueteadas, de morro fino y colmillo retorcido, deciden celebrar una comida en un restaurante donostiarra como si fueran guiris de tierra adentro, un día de la segunda quincena de agosto.
Les ofrecen un xapo –rape (Lophius piscatorius)– al horno con patatitas panadera y su refrito de ajos y aceptan. Se lo presentan deshuesado y troceado en una fuente, práctica contraria a la habitual, o sea, mostrarlo entero y despiezarlo en la mesa a la vista de los clientes. Extrañadas por el detalle y, como si fueran forenses, a modo de montar el puzle, se les ocurrió montar las piezas sueltas y, ¡oh sorpresa!, encajaban dos trozos traseros, pero faltaban, precisamente, las dos que deberían insertarse en la cabeza. El erdikotrontxo.
Solicitaron la presencia del encargado, pero no compareció. Tras el consabido reportaje fotográfico, dieron cuenta del pescado, por lo demás, sabroso, como era de esperar, se levantaron de la mesa y se fueron. Hasta hoy. Eso sí, postre y café, tomaron en otro sitio. Tan ricamente.
Hoy domingo
Pochas verdinas de Llanes con gambones. Escalope con pimientos de Gernika. Melón y fresas. Tinto de crianza Habla del Silencio, de Trujillo. Agua del Añarbe. Café, petit fours de Gasand.