Una de las características negativas de esta sociedad que nos ha tocado vivir es el absoluto desprecio al rigor en las afirmaciones; y no me refiero únicamente a las redes sociales, sino a manifestaciones disfrazadas de ciencia que pululan en la prensa generalista e incluso se cuelan en revistas de cierto nivel científico. Algo parecido a esos anuncios de productos de higiene, ortopedia o pretendidamente terapéuticos, que protagoniza un señor con bata blanca y que se venden únicamente en farmacias, lo que les aporta un plus de credibilidad.

La crisis de la granza ha supuesto el “minuto de gloria” para que esa fauna de francotiradores de las pseudociencias, augures de los desastres, pretendidos ecologistas, científicos de medio pelo, además de algún profesor universitario a la búsqueda de reconocimiento y financiación, salten a los medios con declaraciones tan catastrofistas como carentes de rigor.

En los estudios científicos publicados en revistas serias, no es suficiente con leer el título, resumen y conclusiones. Se debe leer también el resto y, según la posición social o profesional que se ocupe, hay que tener mucho cuidado con las manifestaciones que se hacen, porque pueden desorientar al público. Salvo que sea, precisamente, el objetivo.

Leo, en una revista digital para sanitarios, un artículo que comenta las declaraciones realizadas en 2021 por una médico asturiana –alto cargo en la OMS– afirmando que millones de toneladas de plástico van al océano y terminan en nuestro estómago e intestino. Exagera munchu.

En ese mismo artículo se cita que un estudio denominado Human Consumption of Microplástics, publicado en 2019, alertaba de la gran cantidad de microplásticos o nanoplásticos que ingerimos, tan extremadamente pequeños que se pueden encontrar en todos los tejidos humanos, el torrente sanguíneo, el cerebro y hasta la placenta de las embarazadas.

Se trata de un trabajo científico convencional (Environ. Sci. Technol. 2019, 53, 7068–7074), uno más de las 116 referencias citadas en un metaanálisis de la literatura sobre consumo de microplásticos en humanos, publicada por el Grupo del profesor. Albert A. Koelmans de la Universidad de Wageningen (Países Bajos) [Koelmans et al., Environ. Sci. Technol. 2021, 55, 8, 5084–5096]. Las conclusiones de dicho metaanálisis estiman que, en el peor de los casos, un adulto ingiere anualmente una cantidad de microplásticos algo superior a los 200 mg, la mayor parte de los cuales se eliminan por las heces.

En el mismo artículo de la revista digital mencionada al principio, se hacen eco de otro, publicado por un grupo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), según el cual cada persona podría ingerir entre 0,1 y 5 gramos de microplásticos a la semana a través de alimentos y bebidas. Error de interpretación por no haber leído –ni entendido– el estudio completo. En ese trabajo del CSIC se usaba la dosis más alta (5 gramos de plástico por semana) en una simulación del paso de microplásticos por el tracto gastrointestinal, tomando esa dosis de un famoso artículo encargado por WWF a un grupo australiano y cuyos resultados se redujeron al impactante titular que ha hecho fortuna en algunos medios, consumimos hasta una tarjeta de crédito de plástico a la semana. El metaanálisis del Grupo de Koelmans, arriba citado, también incluye ese estudio de los australianos y lo sitúa en el percentil 99,99% de todos los que ellos revisan. Lo que quiere decir que lo de la tarjeta es altamente improbable, por no decir imposible.

Cita asimismo el artículo de la revista digital que la Universidad de Columbia ha publicado recientemente en la revista PNAS, un estudio realizado con una técnica denominada espectroscopía Raman, que indica que, de media, en cada litro de agua embotellada se puede encontrar alrededor de un cuarto de millón de nanoplásticos, entre ellos el PET (tereftalato de polietileno), la poliamida y otros materiales que se suelen utilizar en diversos procesos industriales relacionados con el embotellamiento.

En cualquier caso, sería bueno que se dejara de hablar de número de partículas y se hablara de masa de esas partículas. Si Paracelso en el siglo XVI sostenía que “es la dosis lo que importa”, en la actualidad, en Toxicología, se considera que lo importante es la masa del potencial producto tóxico.

Además, con partículas tan pequeñas se da una falsa sensación de la magnitud del problema al profano. Una partícula idealizada de forma esférica y diámetro de un nanómetro, que ya es un tamaño bastante grande entre las nanopartículas, ocupa un volumen de 0,5 nanómetros cúbicos. La densidad del polietileno no llega a un gramo por centímetro cúbico, así que cuando hablamos de centenares de miles de nanopartículas, estaríamos hablando de masas en el ámbito de las décimas del femtogramo.

Si dejamos la ocurrencia de los microplásticos en nuestro organismo y nos centramos en su posible toxicidad, estos días tenemos la afirmación del fiscal de Medio Ambiente cuando, al abrir diligencias sobre los vertidos de granza, nos dice que “podría afectar a la salud humana”. Algo que no se corresponde con la realidad, al menos en lo que se refiere a la toxicidad de los dos componentes fundamentales de la granza vertida en Galicia: polietileno (PE) y un aditivo (UV 622).

En el informe SAPEA preparado para la Unión Europea en abril de 2019 sobre riesgos medioambientales y para la salud de los microplásticos, se reconoce la evidencia de que el polvo de plástico, en cantidades importantes, puede causar problemas en animales de laboratorio y en trabajadores de plantas químicas de producción de plástico, una afección ocupacional que puede solventarse con adecuadas medidas de protección. Pero que no existe evidencia de que eso pueda ocurrir en la población general no expuesta a esas concentraciones.

Hoy domingo

Caldo con garbanzos. Albóndigas. Naranja. Café. Tinto Hacienda López de Haro. Agua del Añarbe.