Hace unos días, el gigante cárnico chino WH Group, una de las mayores empresas porcinas del mundo, con sede en Hong Kong, compró el 50,1% de las acciones de la leridana Argal, con centros productivos en Catalunya, Extremadura, Aragón y Lumbier (Navarra), a través de su filial en EEUU, Smithfield Foods Europe, que emplea a más de 60.000 personas. 

Argal nació en una carnicería de la calle Estafeta de Pamplona en 1914, fabricando productos cárnicos procesados, ¡anatema sean!, como chorizo de Pamplona y salchichón que, junto al chocolate, serían la base de nuestros bocadillos de la merienda durante nuestra infancia y adolescencia. Luego ampliaron su gama de productos a otros derivados cárnicos, calificados todos como peligrosísimos por la OMS. Ahora que con nosotros no han podido, tratarán de “envenenar” a los chinos.

España, que tiene una industria cárnica notable, es el primer país europeo productor y exportador de ganado porcino de capa blanca, siendo China el principal receptor. 

En cuanto al ganado vacuno, Francia y Alemania son los principales productores de la Unión Europea. España produjo 732.000 toneladas en 2022, con un incremente de 15.000 toneladas respecto al año anterior pero, según la información que me facilitan mis amigos de ENBA, organización profesional agraria de Euskadi, la producción de vacuno en España prevista para el año 2023, teniendo en cuenta los primeros ocho meses, será un 19% menor que en 2022. Es decir, se aprecia una progresiva disminución en el consumo interno, compensada con un incremento de la demanda en otros países, tanto de carne como de reses vivas, para los países árabes y norteafricanos.

Los humanos somos una especie omnívora que precisamos de proteínas para vivir, algunas de las cuales únicamente están en la carne, al igual que algunas vitaminas indispensables. Con datos de la FAO de 2018, España lideraba la clasificación de consumo de carne de todas las especies, con 98,79 kilos anuales por persona, seguid de Portugal, Polonia y Austria. 

El Sexto Informe (2018-2023) del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) insiste en que, a finales de esta década, las emisiones de gases de efecto invernadero tendrán que haberse reducido casi a la mitad, según el Acuerdo de París y, para ello, entre otras medidas propone que deben acometerse cambios en el sector alimentario –léase ganadería– y en los modos de alimentarnos, o sea, reducir el consumo de carnes y lácteos.

Hace un mes comentábamos algunos aspectos referentes a la carne cultivada, una alternativa más respetuosa con los animales porque utiliza menos tierra, piensos, agua y antibióticos que la ganadería tradicional y, además, evita criar y sacrificar animales, ofreciendo un perfil nutricional, similar a la carne tradicional, pero que, al parecer, su producción podría ser hasta 25 veces más perjudicial para el clima que la producción “normal” de carne de vacuno debido a la cantidad de energía que se consume en el proceso.

Algunos autores apuntan que el objetivo de esas empresas sería tratar de copar al menos un tercio de la proteína “animal” para el año 2050, de ahí que estén dirigiendo sus poderosas campañas hacia el público joven, que será el que determine la demanda en menos de una generación. Si triunfan estas tesis, aunque contaminemos más con esa carne de cultivo, para disgusto de los ecologistas, no tendremos que matar animales, para satisfacción de los animalistas, que también son mayoría en esa franja de edad.

Cabría cuestionarse si la intención de quienes ponen la pasta es únicamente vender más y atender esa demanda sensible para con los animales, o hay otras intenciones menos confesables, porque para obtener beneficios rápidos hay posibilidades más rentables que la carne artificial. 

Más caldo de cultivo para el movimiento eugenésico que sigue a la sombra... o ya no tanto, que también pretende que los pobres, que son muchos y contaminan un montón, no tengan hijos. Que los tengan sólo los listos.

Es su forma, ya tradicional, de actuar: das un motivo que sea fácil de entender, pero que en realidad sirve como tapadera para conseguir otros objetivos. No es ninguna teoría conspiranoica, está bastante documentado y comprobado. 

Tampoco es de ahora. Comienza proponiéndola Platón en La República. Thomas Malthus lo defiende en Ensayo sobre la población (1789) al afirmar que la población supone un peligro para el progreso y bienestar de la sociedad de la opulencia y la continúan otros autores: El Movimiento Eugenésico fundado en Estados Unidos (1896), Galton (1904) con el Laboratorio Eugenésico de Londres, la aplican los nazis en Alemania (1939), Fujimori en Perú (1990) o, más cercano, Benjamín Netanyahu en Gaza.

Si la iniciativa tiene éxito a largo plazo y se consume mucha carne artificial, habrá menos animales para carne, pero la aportación de proteínas animales pasará a depender de las nuevas tecnologías y de estar en manos de ganaderos, que buscan salir adelante sin ningún otro pensamiento oculto, a estar en manos de inversores que, probablemente, no han apostado por esta innovación únicamente para ganar dinero. A mí me generan muchas dudas. 

ministros No me han nombrado ministro. Lástima. Estuve todo el fin de semana pegado al teléfono, en vano. Ahora espero a la pedrea, subsecretarías y direcciones generales. Me alegro por el nombramiento de la ministra de Sanidad. Veremos cómo se comporta. Una cosa es predicar y otra dar trigo. No lo tiene fácil. Médico anestesista de profesión, deberá demostrar su capacidad de organización para integrar las ciencias veterinarias en la salud pública. Aunque a mí lo que me gustaría ser de verdad es director general de la Guardia Civil.

Hoy domingo. Crema de calabaza de Asteasu con virutas de ibérico. Bacalao rebozado. Manzana asada. Vino rosado Homenaje de Olite. Agua del Añarbe. Café y mignardises navideñas.