Hoy recordamos a Louis Pasteur al cumplirse 200 años de su nacimiento en la pequeña localidad de Dole, en el Jura francés, aunque sus primeros veinte años transcurrieran en la vecina Arbois. Doctor en Física y en Química, se le atribuyen importantes descubrimientos en el mundo de la Química y la Física. Además, Pasteur, sin olvidarnos del alemán Roberto Koch, 20 años más joven, con sus respectivos colaboradores, Edmon Nocard, veterinario, y Wilhem Schultz boticario, son los Padres de la Microbiología.

Pasteur fue uno de los precursores de lo que hoy denominamos Una única salud. No tuvo el menor prejuicio, quizás porque no era médico, en contar con la colaboración de los veterinarios, profesionales sanitarios a los que “descubrió” desde el inicio de sus investigaciones, siendo un ejemplo claro de esa filosofía que supone el trabajo en un equipo multidisciplinar y flexible para responder a los desafíos sanitarios que, a mediados del siglo XIX padecían y que, en ocasiones, se vieron coronados por el éxito.

Sin menoscabo de sus investigaciones, de gran trascendencia económica, sobre las fermentaciones láctica, acética y alcohólica, por esta última, permítanme la licencia, quiero suponer, le otorgaron el calificativo de “Benefactor de la Humanidad” los consumidores de vinos y cervezas. Louis Pasteur ha pasado a la Historia de la Ciencia como el descubridor de la vacuna contra la rabia que dos médicos administraron en su presencia al niño alsaciano Joseph Meister, mordido catorce veces por un lobo en octubre de 1885. Aquel hecho memorable ha hecho olvidar sus picardías como acaparador de trabajos ajenos.

La Ciencia avanza paso a paso. Es como una gran escalera en la que cada investigador construye un peldaño y lo da a conocer a los de su “clase” en revistas especializadas, simposios o congresos, donde, a menudo, de la discusión que suscita, surgen nuevas líneas de investigación. Esa escalera que comenzó en la noche de los tiempos nunca finaliza. Otros vienen detrás y, apoyándose en ese peldaño, construyen otro nuevo para continuar la ascensión. Lo correcto suele ser, citar a los autores que han posibibitado el avance, lo que se denomina en el argot las “fuentes”, haciéndoles partícipes del éxito alcanzado. Hoy es más difícil que se den estas usurpaciones en el mundo científico, aunque de vez en cuando salte a los medios algún “corta, pega y omite”.

No estamos en las mejores fechas, con tanto empalagoso deseo de paz y armonía, para ejercer de iconoclasta respecto al sabio francés, tan amigo de los veterinarios que, en alguna ocasión, manifestó su deseo de serlo por lo que la Sociedad Central de Medicina Veterinaria, antecesora de la Academia de Veterinaria de Francia, acordó crear una plaza especial para él, distinción que aceptó, siendo admitido en la sesión del 18 de febrero de 1880. Pero la lectura de las actas de las instituciones académicas francesas de la época cuestionan la paternidad de muchos de los éxitos que se arrogó en su momento.

Henri Tussaint, profesor de Anatomía, Fisiología y Zoología en la Escuela de Veterinaria de Toulouse, en cuyo laboratorio se integraron médicos y veterinarios y fruto de esa colaboración surgió la vacuna contra el ántrax, en 1878, desarrolló los métodos de preparación ante Pasteur, quien aprovechó la nueva técnica del tolosano para modificar la suya y publicarla luego como propia, citando de pasada al “joven profesor de Toulouse” para luego olvidarlo totalmente, lo que motivaría su enfado y posterior estado de depresión que le condujo, primero al abandono de su actividad investigadora y posteriormente a su prematura muerte, olvidado por todos.

En abril de 1879, el profesor de Enfermedades Infecciosas y Policía Sanitaria de la Escuela lionesa de Veterinaria, Víctor Galtier, presentó a la Academia de las Ciencias de París las conclusiones de sus trabajos previamente publicados en revistas veterinarias y que tituló Études sur la rage, donde afirmaba haber encontrado un tratamiento curativo de la rabia. El profesor Galtier fue el precursor de los modelos animales, tan denostados como imprescindibles en la actualidad, así como del concepto de tratamiento o profilaxis post-exposición, que servirían de base a los trabajos de Pasteur. También estableció medidas profilácticas frente a la tuberculosis bovina y recomendó la pasteurización de la leche para prevenir la tuberculosis en el hombre ¡antes incluso que el propio Pasteur! Pero ni siquiera tuvo a bien citarlo en ninguna de sus publicaciones.

Dos meses después del óbito de Pasteur, en Suecia se instituyó el Premio Nobel a partir de la inmensa fortuna que, intuyo, con disgusto de su familia, el químico sueco Alfred Nobel, inventor de la dinamita, legó en su testamento para premiar los descubrimientos o inventos más importantes para la humanidad en el campo de la Física, Química, Fisiología o Medicina, Literatura y Paz. Los primeros se otorgaron en 1901.

En 1907, Pedro Víctor Galtier fue nominado por el Karolinska Institutet de Estocolmo, entidad que propone el candidato para el Premio Nobel de Medicina, estando prevista su entrega en octubre de 1908 pero, desgraciadamente, falleció el 24 de abril del mismo año, con 62 años. Como el premio Nobel no puede ser otorgado a título póstumo, en aquella edición fue otorgado ex aequo a Ilya Mechnikov y Paul Ehrlich, por sus trabajos en Inmunología.

Admitiendo su enorme contribución a la Ciencia, pero ubicándolo donde le corresponde, desde la admiración al olvidadizo y engreído Pasteur, recuerdo con respeto a los profesores Tyssaint y Galtier y a esa larga nómina de investigadores silenciados intencionadamente por famosos autores en todos los tiempos.

Hoy sábado

Con la nietas ucranianas en casa hasta finales de enero, foie gras mi cuit de Zubia. Sopa de pescado. Chipirones rellenos en su tinta. Mignardises navideñas. Café. Cava Roger Goulart. Los mejores deseos en estas fiestas navideñas.